domingo, 7 de abril de 2013

DE NUEVO EL PASADO, COMO FUENTE DE PRESAGIOS.


Me sorprendo un día más, sumido en los consabidos esfuerzos que resultan imprescindibles para lograr recuperar la cabeza, cada vez que un ejercicio que requiere demasiada concentración logra alejarnos de este mundo, de esta realidad.

En esta ocasión, lo que me ha arrojado a semejante estado, ha sido una cuestión pragmática planteada por un amigo en mitad de una disertación. ¿Cómo es posible que los plebeyos medievales aceptaran de manera natural el nivel de vida que sus señores les promovían?

La cuestión goza en realidad de gran interés. No se trata en realidad de la interpolación de una cuestión cuantitativa. Se debe, por encima de todo eso, al planteamiento sublime y atemporal de una hecho que desborda semejante consideración en tanto que indirectamente viene a poner de relevancia el que se erige como uno de los asuntos más antiguos de la Humanidad, cual es el de tratar de averiguar el porque de la invariable necesidad del Hombre de imponerse a cualquier precio sobre otros hombres.

Pero el planteamiento de la pregunta no busca la interposición de un ensayo sobre Sociología, y por ello el caer en semejante tentación a la hora de elaborar la respuesta, iría sin duda en detrimento de la calidad de la misma.

Por ello el tema queda lo suficientemente centrado una vez que comprendemos que el viso de la cuestión pasa por hacer entender los desencadenantes que pueden llevar a los hombres de la Edad Media no ya a dominar a sus semejantes; sino más bien a tratar de entender la clase de motivos, o en su defecto de miedos, que resulta imprescindible sembrar en la conciencia, cuando no en el alma de los hombres, para lograr que acepten como buenos comportamientos que son, a todas luces, no ya solo marcadamente injustos, sino abiertamente inhumanos.

Es llegado este momento, una vez logrado el clima contextual requerido, aquel que nos sirve para poder decir que todos sabemos de lo que estamos hablando, cuando podemos comenzar con la descripción de los mencionados ambientes. ¿Cómo se puede hacer comulgar a un hombre con ruedas de molino?

Evidentemente, muy notorios tienen que ser los argumentos que lleven a un hombre poco menos que a renunciar a la condición que le hace digno de semejante calificativo.
Para alcanzar tal extremo, sin duda han de superarse con creces, condicionantes muy elevados.
Primero resulta imprescindible generar una sensación de culpa la cual habrá de proceder de un hecho que habrá de ser cuanto más abstracto y alejado del entorno del hombre, mejor. Así conseguiremos dos cosas imprescindibles, la primera e inexorable, que el protagonista no llegue a comprender nunca suficientemente aquello que en principio desencadena su drama. A partir de ello, será capaz ni tan siquiera de ponerse a diseñar posibles soluciones.
Una vez alcanzado semejante estado, hay que traer a colación, y hacerlo además con el despliegue de parafernalia adecuado, todo un catálogo de males, certezas y amenazas fundamentadas a partir de la legítima consecuencia que se derivaría como consecuencia del no cumplimiento o de la mera refutación de lo anteriormente dicho.
Una vez hecho esto, y con el fin de lograr llenar los huecos que puedan quedar, construyes una legitimación tan abstracta como el problema en sí mismo causado (te guareces tras el paraguas de alguna clase de mitología cuando no re religión vamos), y esperas a que la segunda fase del plan miedo siga su curso.
Y cuando todo esto se ha cumplido, y además te has visto reforzado por los logros a corto plazo, terminas por buscar la redacción de un plan legal que en forma por ejemplo de ley de educación, restituya la cadena de valores aparentemente perdida.

Mi amigo se ha quejado de que en este caso no he hecho mención alguna al consabido efecto que en todos los asuntos de Historia tiene la responsabilidad derivada de la perspectiva.

Es entonces cuando le he dicho a mi amigo que yo hacía tiempo que no estaba especulando sobre ningún escenario hipotético histórico. Hace rato que estaba describiendo la realidad que me rodea.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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