viernes, 17 de agosto de 2012

DEL INVIERNO, DE LA CRISIS, DE CUANDO NO QUEDA ESPERANZA, PORQUE HEMOS DEJADO QUE NOS ARREBATEN EL ÚLTIMO REFUGIO.


El invierno se acerca, y será inmisericorde con los débiles. Y lo será con los pobres de espíritu, y con los desangelados. Lo será con los olvidadizos, con los que nunca tuvieron nada que recordar, porque en realidad nunca comprendieron nada, por eso nunca fueron dueños de nada.

El invierno se acerca, y por primera vez hará de la sorpresa otra de sus armas. Como hace ya muchos años, se aproxima desde las altas montañas, arrastrando consigo, o más bien tras de sí, los gélidos aires de las altas cumbres, aquellas que, en su soledad, son las primeras en ser bañadas por la claridad que preconiza el primer rayo del alba, y paradójicamente, o tal vez no, son las últimas en abandonar el cálido recuerdo que supone ya el último rayo vespertino.

La sorpresa, que procede de la certeza de comprobar cómo de nuevo, el invierno se acerca, al acecho, buscando a su presa. Una presa a la que acecha, haciendo de la calma que proporciona la confianza de la ignorancia, nada menos que su mejor aliada.

Son los libros la forma que adopta el alma, por ello son el refugio del pensamiento. Pensamiento, lo único que en última instancia nos sirve no sólo para diferenciarnos de los animales, sino más bien para reconocernos entre nosotros.
El Pensamientos nos hace lo que somos, en la medida en que nos sirve para reconocernos a nosotros mismos. Tal vez porque aporta luz sobre los esos únicos conceptos que en realidad nos diferencian, a saber Libertad, Humanidad, Capacidad de Raciocinio. Pero también, y seguramente en no menor aspecto, Humildad y Empatía.

Y es ahí precisamente donde emerge la ideología, no ya como elemento de disensión o enfrentamiento, sino más bien como instrumento dialéctico, capaz de lograr, a través de sí mismo y por supuesto de la discusión que le viene agregada, la regeneración no ya sólo del pensamiento, sino incluso de la mente de la que el mismo procede, aunque ésta en alguna ocasión se viera afectada, dañada, o incluso laminada.

Tal y como Manuel AZAÑA legó en uno de sus más importantes discursos: “…así bastará tan sólo con que una generación de españoles logre vivir en Libertad, para que ya nadie pueda arrebatarles nunca su tesoro. Un tesoro inalienable, en forma de sensaciones, emotividades y sueños.”

Y ahí es precisamente donde subyace el valor de la ideología. Ni más ni menos que en su neta condición de pensamiento. Constituye la ideología el más extenso de los campos en los que puede moverse cualquier forma de pensamiento, en la medida en que en la misma coincide la carga objetiva del raciocinio, con la propensión subjetiva de las emotividades. Y eso es precisamente lo que la vuelve tan fuerte, indestructible; precisamente el hecho de saber que, una vez abocado a los momentos importantes, el hombre se mueve por pasiones, por emotividades, en definitiva por emotividades.

Tal vez por todo ello, los desangelados, los déspotas, los desairados. Los enemigos de los sueños, empeñados entonces en arrebatarnos al resto la capacidad de soñar. Pero también los cobardes, los déspotas, los intransigentes y plañideros; los que no pueden argüir ignorancia en su pliego de descargo. En definitiva, los que llevan casi ochenta años aletargados, esperando la llamada, han interpretado el mensaje.

No se trata ya de que hayan despertado, ni siquiera de que lo hayan hecho con la fuerza con la que lo han hecho. Se trata más bien de la desesperación que provoca el saber que de nuevo, las mismas técnicas, las mismas estrategias, rancias como ellos, van a volverles a ser netamente útiles. Y desgraciadamente todo ello porque igualmente los demás, han repetido, en este caso, los mismos errores.

De nuevo hemos olvidado, y a cambio les hemos permitido no tener que recordar. Y en el tiempo y en el espacio que algunos tuvimos la esperanza de poder recuperar, cuando menos para el bien común, ellos han vuelto a sembrar, poco a poco, las semillas de la herrumbre, de la desconfianza y del miedo. Siempre semillas de crecimiento lento, de nuevo como confirmación de que ellos gozan de todo el tiempo del mundo.

Y así, de la ponzoña han recogido la primera cosecha. Una cosecha que se ha traducido en la tan traída y llevada crisis. Una crisis que, en sus más diversas acepciones, no hace sino esconder un hecho a ultranza, la certeza que se cierne sobre nosotros de que, inevitablemente, nada volverá a ser nunca más como lo conocimos.

Nosotros somos responsables. Estábamos obligados a cuidar de esa primera generación. Desgraciadamente hemos fracasado.

El invierno se acerca, y en esta ocasión no hay otoño, que nos ayude a camuflarlo.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.