martes, 21 de febrero de 2012

DE LOS NUEVOS ÓRDENES, Y DE LOS RESULTADOS QUE LE SON PROPIOS.


Llegados a la presente situación, una vez superado el pretérito efecto de la tan temible crisis, según el cual la mera mención de la palabra ya provocaba pánico. Llevados hoy al contrario por otros derroteros, en los que lo único que conseguimos provocar con la mención del fantasma no es ya sino el hastío y la apatía; cierto es que debemos empezar a dibujar un teatro de operaciones en el que comenzar a buscar la solución en el principio del fin, bien pueda constituir una buena idea.

Convencido como estoy de que, a menudo no hay nada más acertado que buscar en el pasado los ingredientes, cuando no abiertamente las premisas que darán lugar a los nuevos razonamientos (ser original a menudo no radica sino en ser capaz de volver a los orígenes), me convierto en firme defensor de la tesis según la cual muchas de las esencias ya conocidas pueden, mediante una nueva interpretación, aportar matices cuando no verdaderas soluciones, al intrincado tapiz en el que se ha convertido el nuevo mundo.

Así, planteando desde la raíz los principios a partir de los cuales contextualizar la realidad que nos ha tocado vivir, bien podríamos reinstaurar a su primigenio lugar el esquema de consolidación de las cosas, según el cual, la mejor manera de llevar a cabo una aproximación histórica a cualquier modelo histórico, sea éste presente o futuro, y responda o no a un modelo coherente con la realidad conocida, o esa, haya o no pasado por el tamiz de la competencia histórica; se encuentra vehiculado a partir del análisis de la coexistencia y evolución de los cuatro pilares, a saber, Economía, Sociedad, Política y Religión.

Sin perdernos para nada en el análisis de ninguno de ellos, lo que planteamos en este caso no es sino poner de manifiesto qué, si bien las relaciones entre los mismos son por demostradas, fundamentales, cabe la posibilidad de que lo más importante de las mismas no sean las relaciones en sí mismas, sino las implicaciones que puedan tener las fluctuaciones entre ellas, y más concretamente, los movimientos internos y externos que esas fluctuaciones puedan provocar.

Lo que decimos es, sencillamente, que si bien ha quedado suficientemente demostrado el grado de implicación que estos elementos tienen de cara a definir por sí mismos una Realidad Social, es muy probable que las reordenaciones que entre ellas se produzcan, puedan traer igualmente aparejados cambios que destruyan unos determinados modelos, incitando el desarrollo de otros.

O sea, que entendido el teatro de operaciones como un terreno finito, en el que se desencadenan una serie finita de actos que conllevan la participación de una cantidad finita de energía, los cambios que se den entre las estructuras predominantes arriba enunciadas traerá inherente un cambio en las fuerzas con las que cada una de éstas se manifiesta, cambio que procede de la cantidad de poder que arrebata a las restantes, dado que la cantidad de energía concomitante es finita y por ello determinada.

De esta manera podemos incidir que un pueblo evolucionará hacia una u otra manifestación histórica en la medida en que los papeles que respectivamente jueguen las realidades de Economía, Sociedad, Política y Religión sean unos u otros, teniendo en cuenta además que éstos papeles pueden cambiar con el tiempo, dando pie con estos cambios a lo que se ha dado en llamar evolución de una Sociedad.

La Historia, como es evidente, nos guarda muchos ejemplos en relación a esta realidad. Cuando el Imperio Romano de Occidente sucumbe ante las presiones tácitas, virtuales y reales de los pueblos bárbaros, del Norte, se da la paradoja aplicable al terreno que nos trae hoy aquí de que, al contrario de lo que había ocurrido con el método de conquista romano, según el cual la conquista no finalizaba hasta que el pueblo sometido sucumbía plenamente a los usos y costumbres romanos (romanización), estos nuevos pueblos, francos, suevos y demás, no poseen los hábitos ni las aptitudes de los que los romanos habían hecho gala durante tantos siglos, y que no era otro que el de haber podido cimentar sus indiscutible poderío militar, poder instantáneo en el terreno que nos ocupa, con la acción de otros elementos más duraderos, aunque por otra parte menos contundentes, como pueden ser la Lengua, La Cultura, incluso el Derecho. Por el contrario, los pueblos del norte no poseen todas esas estructuras. Solo pueden establecer el dominio de sus potencialidades mediante el ejercicio de la fuerza bruta, un hecho si bien contundente, nada duradero como es por todos en la Historia conocido. De esta manera, al cambiar las relaciones de poder existentes entre las realidades comunicadas, lo que cambia es el modelo social preconizado por cada una de las realidades sometidas a análisis.

Con ello, resulta que, al cambiar el régimen de preponderancia en el equilibrio de poder existente en cada realidad social, no se trata tan sólo ya de que el equilibrio se rompa porque se incremente el de una sobre otra, sino que necesariamente, el incremento de una lleva inevitablemente aparejado el déficit o carencia de las otras.

En el caso concreto de nuestra actual situación estructural, lo verdaderamente peligroso no es tanto que la Economía haya roto definitivamente el equilibrio. El verdadero peligro estriba en que lo ha hecho arrastrando hacia un declive irrefutable a las otras tres variables.

Un Sistema amparado exclusivamente en tesis económicas (de mercado), suple con sus principios los huecos que hasta ese momento eran llenados por la Política, poniendo para ello de manifiesto que la Democracia no es una realidad moral, sino un método de organización humana, Somete con ello a la Sociedad a una presión insoportable, que acabará porque esta asuma como propios principios que en realidad le eran totalmente ajenos, aposentando para ello su poderío a partir de la reestructuración del orden que la otra gran variable, la religiosa, juega en la partida. Así, una vez asumido que la Democracia no es una opción de moral, la religión, como gran mercenaria de la historia, acudirá rauda a prestar patente de virtud a cualquier nuevo modelo que surja, siempre que este garantice, como han hecho todos hasta el día de hoy, su supervivencia cuando no su abierta mejora.

Esta es la realidad, presurosa, sencilla, y ante todo previsible. En nuestras manos está el que los acontecimientos sigan siendo manejados por los de siempre, para su propio beneficio, que inevitablemente una vez más trae aparejada nuestra ruina.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.