martes, 4 de junio de 2013

PARADOJAS DE LA ACTUALIDAD: “EL EXTRAÑO CASO DEL DR JECKYLL Y EL SEÑOR HYDE.”

Nos sorprende la actualidad, conmocionándonos hasta el extremo de logar enfrentarnos a nuestros miedos con armas aparentemente modernas, para luego comprobar que, no obstante, el origen de los mismos se encuentra poderosamente enraizado en nuestro más indolente pasado. Se conforma así la obra de RL STEVENSON, sin duda como uno de los fenómenos más importantes de cuantos tuvieron lugar en la Literatura del Siglo XIX, ampliando esta afirmación no solo al campo de lo atinente a lo escrito en Lengua Inglesa, sino que sin el menor género de dudas, podemos extender la afirmación a todo el territorio conceptual de La Vieja Europa.

Tanto es así que, además de constituir sin duda una de las obras culmen en el catálogo de su autor, nada más y nada menos que R. L. STEVENSON, resulta importante constatar que la obra alcanzó fama incluso en lo que constituye el presente que le es propio, esto es, aún en vida del autor.

Si bien la obra se halla escrita en un tiempo coherente con el que forma el presente del hilo argumentar, la obra fue publicada en 1886; lo cierto es que tanto los innovadores conceptos que trata, como en especial el punto de vista abierto desde el que los trata, llevaron irreversiblemente al autor a esconder, o más bien a disimular, el alto coeficiente emocional, pero sobre todo de conciencia, que rodea e incluso protagoniza la obra.

Escrita en plena Época Victoriana, la predisposición netamente psicológica de la obra, choca de plano con unas concepciones formalistas propias de la época en relación a las cuales las obras del propio Dr. FREUD ya habían comenzado a levantar ampollas en el seno de una sociedad en la que el relativismo psiquiátrico resulta ser, poco menos que una exigencia.

Cerca de lo que luego será Trastorno disociativo de identidad, El/los personajes se moverán dentro de un áurea de misticismo más propio del hecho de que la época en la que transcurren tanto la acción como la redacción de la obra, obligan al autor a unos giros un tanto recargados, cuando no rocambolescos, destinados tal vez a no presentarse ante la sociedad, y en primer término ante su mujer (quien siempre leía sus manuscritos a modo de primera correctora); como un verdadero loco, cuando no como poco como un prisionero de sus propias ansiedades.

Ansiedades que sin duda proceden de un contexto, el propio de una época, que si en toda ocasión resulta imprescindible de analizar a la hora de comprender cualquier ejercicio al respecto, presenta en este caso una fundamentación mucho más espectacular, en tanto que en pocas ocasiones el efecto del contexto es no ya tan evidente, sino tan imprescindible.
Es así un momento en el que Europa es definitivamente presa de las convulsiones que proceden de su propio y evidente desmantelamiento. Las presiones filosóficas de las que viene siendo objeto, y que se manifiestan en la definitiva ruptura entre unas islas de Gran Bretaña aristotélicas, frente a un continente del todo platónico, dibujan un horizonte irreconciliable en el que la dialéctica presente en la interpretación de los efectos que el mundo metafísico tiene sobre el físico, adquiere connotaciones de toda índole, en especial en un momento en el que el marxismo, y su real pretensión de cambio del mundo mediante el trabajo, ha visto definitivamente la luz.

Y en medio, radical y sempiterno un NIETZSCHE que ya finalizada su época de atardecer, ha predispuesto sobre el cuadro de juego de Europa sus ideas fundamentales que en lo concerniente a nuestro interés son una vez más la idea de poder, y por supuesto la meta de El Superhombre.
Se esconde en realidad, detrás de todas estas afirmaciones, nada más, o nada menos que la tragedia del Hombre, manifestada a través de su dualidad, y del hecho de la discusión de que ambas no pueden convivir, ni en forma activa, ni pasiva. Una ha de destruir a la otra, aún a sabiendas de que la necesaria convergencia en un solo cuerpo, convertiría el asesinato en suicidio, fomentando con ello la idea de que no hay eterno retorno, sino suicidio en forma de dialéctica en este caso destructiva.

Se trata en definitiva, de la manifestación consuetudinaria por excelencia, propugnada por el Universo Wagner, y que tiene en El Anillo del Nibelungo, su máxima expresión.
Es la aproximación estética por antonomasia al debate dialéctico que enfrenta por un lado al componente dionisíaco, con el componente apolíneo.

Es una vez más, la eterna discusión interna que preside la vida de todo hombre. Es la parte dionisíaca la que tira de nosotros en pos de la consecución de lo que denominaríamos satisfacción carnal de los placeres. Encarna pues el gusto por la vida, el Carpe Diem por excelencia. Coged las rosas mientras podáis.
Pero esto entendido dentro del ejercicio de responsabilidad que conlleva el saber que todo se desarrolla como decíamos dentro de una partida de ajedrez atemporal, en la que además el tamaño de los escaques es inmenso, tanto que por otra parte nos hace perder cualquier ilusión de perspectiva.
No se busca el placer inmediato, asociado a la versión de Baco. Se trata más bien de la concesión de franca autoridad a la voluntad de poder del Superhombre, aquél que intuimos en el Sigfrido de Wagner.

Y enfrente, en oposición si bien en este caso no tan franca, la razón apolínea. La razón como componente semántico, indiscutible y moral.
Una razón que subyuga al Hombre toda vez que lo somete a la consideración del modelo, de la copia, en pos de la aceptación del modelo perfecto, y por ende ilusorio, que es la idea de Dios, y de todo lo que en relación al Hombre, del mencionado procede.

Mundo de las ideas, frente a mundo de las sensaciones. Física contra metafísica. El cambio permanente, contra el inmovilismo. Emociones en forma de gusto por la vida, frente a castración emocional en forma de subyugación frente a los ídolos.

Como no puede ser de otra manera, la constatación de que lo horrible produce enorme satisfacción, máxime cuando se identifica plenamente como horrible, lleva al individuo a una especie de trance derivado del placer que le proporciona el disfrute de la decisión de poder. Una decisión que le lleva a disfrutar sin saberlo del placer doble que proporciona por un lado el goce activo de la moral del líder, a la par que se contrapone y deja atrás la moral del esclavo, débil, incapaz y en cualquier caso gregario, por ello no merecedor por supuesto, de las mieles que por otro lado si que disfrutará el Superhombre, el cual, una vez rotas todas las ataduras con lo platónico, manifestará lo dicho por Zarathustra: “Yo no he venido a matar a Dios. Vengo a anunciaros que Dios ha muerto.”


Y en medio, la responsabilidad como única atadura razonable, la cual a la sazón trae asociada la muerte, en forma, como no podía ser de otra manera, dialéctica. El asesinato de uno, conlleva el suicidio del otro. Y no se trata de nihilismo, toda vez que se lleva a cabo mediante la constatación de una fuerza externa a aquél que la lleva a cabo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.