lunes, 30 de septiembre de 2013

ENTERRADOR, UNA DE L AS POCAS PROFESIONES CON FUTURO.

Asistimos con indiferencia, y con franca determinación qué duda cabe, al proceso por el que de manera lenta, a la vez que inexorable, todo lo que conocimos, y que hace algún tiempo, aunque parezca increíble no muy lejano, constituyó nuestra realidad. Aquélla que jamás creímos podría dejar de existir.

Siendo víctimas una vez más, como por otra parte se viene repitiendo desde que el Hombre es Hombre, el mal de la perspectiva, descifrado en términos de Sociología como aquél que se cifra en la incapacidad de un individuo de atisbar el grado de impacto que las circunstancias tienen sobre el momento histórico del que es contemporáneo, cifran un protocolo de actuación comparable al de el surfista que, una vez montado sobre la ola que le corresponde, tan solo puede cabalgarla, manteniéndose inalterable ante cualquier modificación que se pueda dar en la misma, haciendo en tal caso bueno el dicho de que el ignorante ha de morir tal como también ha de hacerlo el erudito, con la diferencia de que la probabilidad de que éste lo haga en la felicidad, es proporcionalmente mucho mayor.

Desde semejante aproximación, nada puede ya obviar el franco tinte de fatalismo que preside la redacción de las presentes líneas.
Decepción, abulia, apatía; conforman sin el menor género de duda el talante del que las presentes rubrica. Y no proceden tales sensaciones de la constatación efectiva de los efectos que la larga cadena de calamidades ha ido promoviendo en mi derredor. Se deben más bien al efecto, o tal vez convendría decir a la ausencia de éstos, que las mismas han causado en el común que me rodea.

Asistimos a la muerte definitiva del sistema. Tal afirmación, habiéndose dado si no con la misma, sí con parecida autoridad, causó hace no mucho poca o más bien ninguna sensación. La misma procedía de un indocumentado, dado quién sabe si a las tautologías (o verdaderamente quién sabe si a algo peor.) Pero para franca desgracia de todos, tales comentarios se han visto desbordados.

Hoy ya nadie cuestiona el colapso del Sistema. La discusión se centra, a lo sumo, en el grado de desaparición del mismo.

Y como ocurre en todos los grandes colapsos a los que la Historia ha tenido a bien invitarnos, éste procede, como no podía ser de otra manera, de la acción concatenada que ha tenido el desencadenamiento de variables neta y absolutamente  internas.

La corrupción, en sus diversas variables y acepciones (ya da igual personas que Partidos). La pérdida de confianza en las instituciones, (véase la actuación de estructuras como el Tribunal de Cuentas en su control de los Partidos, o la dejación de funciones cometida por entes como El Banco de España a la hora de anticiparse a situaciones tales como las desencadenadas a tenor  del asunto de las preferentes) nos llevan irreversiblemente a dibujar un escenario en el que la más que evidente situación de coma permite mantener en estado de suspensión la vida del paciente toda vez que la franca irresponsabilidad que demostramos aquéllos que formamos parte del propio Sistema, lo promovemos cuando no lo justificamos, haciendo bueno el lema de que cada Pueblo tiene el Gobierno que se merece.

Pueblo y Gobierno, dos conceptos hoy por hoy impronunciables, hasta el punto de que resulta complicado ubicarlos de manera coherente en una frase (iba a ceder a la tentación de poner en una oración.)

Todos los puentes se han caído. Los nexos se han roto. La ficción en la que hemos permanecido cómodamente instalados desde 1978 se ha venido abajo, dejando traslucir el cambalache desde el que todo estaba montado. Y lo que es peor, lo ha hecho para dejar a la vista los hilos desde los que se movía a las distintas marionetas.

La función se terminó. Decía uno de los grandes que lo que diferencia una gran obra de teatro, del resto de obras, es la sensación con la que a la mañana siguiente se despiertan los espectadores. Si la realidad te abochorna, es porque el teatro es más creíble. Y a tales ciernes nos mentamos, a las del proceder según la cual, tirando de esquemas y preceptos hasta ahora viables, hemos de esperar a que mañana vuelva a haber función.

Pero no, como ocurría con La Barraca, precursora luego de tantas otras, la única certeza que podemos tener una vez finalizada la actual función, es la que pasa por saber que mañana habrá carretera y manta.

Será entonces cuando, en un nuevo alarde de profesionalidad, algunos actores lleguen a plantearse la posibilidad de volver a trabajar a cambio de nada. Renunciarán, una vez más, a su sueldo, considerando que, en base a esos oscuros principios que por otra parte traducen lo más profundo de nuestra conciencia, el mero hecho del placer por la labor bien cumplida, será suficiente premio, aunque solo sea para disimular que la incapacidad de afrontar la realidad, constituye por otra parte un castigo inmerecido.

Nos rendiremos de nuevo, una vez más, al Parnasianismo. El Arte por el Arte, como constatación efectiva de otra más de las múltiples ocasiones en las que el Hombre magnifica su propia diferencia, haciendo buena, una vez más, su incapacidad para definirse a sí mismo con absoluta certeza.

Y entonces, puede que vuelva a salir el Sol.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.