martes, 28 de abril de 2015

DE CUANDO HACEMOS DE LO INMORAL UNA FORMA DE VIDA.

Prisioneros de nuestra propia falacia, víctimas propiciatorias de nuestra propia deslealtad hacia lo que debería constituir nuestra máxima obligación, a saber la que se conforma de aplicar el orden natural a ciertas cuestiones por otro lado primarias, de las que se desprende lo que una vez conocimos como la manera lógica de entender la vida; naufragamos hoy una vez más, y sin duda no será la última, en la vorágine en la que se ha convertido no tanto el vivir, como sí más bien el ser capaces de dar sentido a nuestra propia vida. Un sentido que paradójicamente, como tantas otras cosas, no procede del en sí mismo de las cosas, como sí más bien de la interpretación que para el mismo seamos capaces de confeccionar.

Es así como entre paradojas y sutilezas, donde muchos no vemos sino la enésima forma de flirteo para con la hipocresía, poco a poco acaban por filtrarse los efectos, cuando no los procesos en sí mismos, a partir de los cuales adquieren sentido no tanto los hechos que en sí mismo constituyen la Realidad (el acceso a los mismos hace mucho tiempo que nos está vetado) cuando sí más bien lo hacen los procesos a partir de los cuales podemos intuir, nunca comprender, el contexto que acaba por conformar el actual presagio de realidad, dentro del cual queda más o menos delimitado el contexto espacio-temporal que nos ha sido asignado, en el cual recocemos lo que más o menos nos ha sido dado en llamar lo propio.

Es así que por no ser un mundo real, a lo sumo una vaga intuición conformada a partir de la suma de retazos de recuerdos la mayoría de los cuales ni siquiera podemos reconocer como propios, que podemos observar sin el menor síntoma de estupefacción cómo cuestiones que otrora era de inferencia indiscutible, como podría ser la Ley de la Gravedad en el caso de un mundo vinculado esencialmente a lo físico, son en este caso no solo obviados, sino manifiestamente vituperados,  sumiendo en una especie de sopor, en una suerte de dulce sueño a todos cuantos formamos parte del mismo, ya sea de manera consciente, o incluso como por otro lado ocurre en la mayoría de los casos, inconsciente. De hecho, vivir en la ignorancia y estar muerto se parecen en que nadie que lo sufre lo sabe, si bien en ambos casos el dolor que causan a quienes comparten el hecho es enorme.

Es así que dentro de esos mundos de Yuppie, o más concretamente a tenor de la filosofía que de los mismos ha de elaborarse en pos de contar con una suerte de criterio que se traduzca primero en una Tradición, destinada a parir con el tiempo una suerte de valía moral que actúe como justificación; la paradoja, lejos de extinguirse, acaba más bien por erigirse en patente de corso, destinada como aquéllos a robar en nombre de otros, lo que en realidad nunca fue suyo en base al buen derecho.

Es así como encontramos por ejemplo que donde otrora veíamos actos innobles, carentes pues de resonancia ética, propensos por ende a ser reconocidos y tachados por ello de inmorales, hemos ahora de, en un misterioso giro del destino, tragarnos los que por entonces fueron procederes antagónicos, para asumir ahora su nueva condición de precursores.
Nos burlábamos de los países que no tenían Historia. Perseguíamos hasta la extenuación a los tiranos cuando no reyezuelos que envidiosos, ponían precio a nuestra rica y extensa Cultura (de ser hoy el precio lo pondríamos nosotros mismos) capaces entonces de mirar por encima del hombro a casi cualquiera que se nos pusiera por delante (o por detrás) víctimas cuando no verdugos de una manera de entender la vida que entonces por poco adecuada, no sería hoy de mejor gusto.

Y es entonces que hoy hemos de enfrentarnos con nuestro presente, herido quién sabe si de muerte. Nos reímos una vez del pasado de otros. Pisoteamos no solo con indolencia, sin dudarlo con franca soberbia el pasado que constituía el marco de actuación de otros, y todo tan solo para comprobar como ha cambiado el cuento. Un cuento que ha degenerado en drama, el que se constituye cuando un Pueblo no es capaz de reconocerse en su presente. Quién sabe si porque solo reconoce en el peso de su Historia, la mediocridad de un presente lapso.

Ex-ministros de pacotilla. Ídolos con los pies de barro. Ex-presidentes ga-ga´s. Dirigentes que se jactan de su mediocridad amparados ellos en la beligerancia propia del que incapaz de responder a su oponente, ha de vituperarle. En definitiva, un suma y sigue cuya continuidad amenaza con hacer saltar por los aires cualquier vestigio de sentido que le quede al presente, cualquier recaudo que a la lógica le quede, en pos con ello de convencernos de que finalmente ya nada queda por hacer, y todo porque siguiendo la vieja ecuación con la que los listos manejan a los idiotas: Tú no pienses, que ya pienso yo por ti.

Nerón dotó de privilegios a su caballo. Intuir las consecuencias de tamaño hecho nos sobrecoge. Sin embargo, ser testigos de procesos carentes del menor sentido común, cuando no del menor viso de humanidad, como pueden ser la venta de preferentes, o la manipulación voluntaria de cláusulas suelos en pos de facilitar desahucios que han terminado por traducirse en el nuevo ejercicio de la especulación, lejos de sorprendernos, vuelve a despertar en nosotros un tufillo ya casi olvidado, en el que se reconocen tonos cercanos a los de la admiración.

Al final, incapaces no ya de reconocer nuestra imagen en el espejo cuando sí más bien de generar en nuestra mente el simbolismo propio competente para reconocernos en el mismo; que hemos de asumir como una derrota lo que jamás habrá de pasar a la Historia como la victoria de otros. Sencillamente porque algunos hechos son tan repulsivos, que no resulta lícito que sean investidos con la pátina de victoria. Sencillamente porque tal hecho arrebataría la lícita sensación de victoria que algún día esperemos, nuestros actos puedan volver a ser llamados a protagonizar.

Hoy, mientras tanto, sintámonos orgullosos de ver en la oscuridad que ya nos envuelve, la constatación fehaciente de que hemos sobrevivido a la que hoy es la más dura de las pruebas, la que ante nosotros se presenta cada nuevo día.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.