martes, 24 de junio de 2014

DE CUANDO LA RESIGNACIÓN DEJA DE SER UNA VIRTUD, PARA CONVERTIRSE EN LA MAYOR DE LAS FALACIAS.

Pasan los días, pero en realidad el tiempo no transita. La realidad, solo más contumaz que torticera, se opone con su irreverente resquemor a permitir que los graznidos de las aves de mal agüero puedan, con su sempiterno revolotear, arrebatarle el instante de gloria, el que pasa por hacer bueno el dicho según el cual, todo sistema complejo, en caso de permitir que evolucione aislado, es solo competente para empeorar.

Después de haber pasado como Brad PITT, siete años no en el Tíbet, sino inmersos en este periodo propenso solo al ostracismo político, a la desidia moral, y por supuesto al resquemor económico que identificamos de manera concreta como crisis. Llegado este momento parece que el último refugio, la última lanza, habría de quebrarse cuando no haciendo bueno todo el esfuerzo realizado, o lo que es lo mismo, amparando cuando menos la larga lista de barrabasadas que, amparados de parecida manera por la oscuridad que el fenómeno de la crisis ha planteado, nuestro Gobierno se ha esforzado por aprovechar, sometiéndonos a triquiñuelas unas veces, y colándonoslas sin más en otras; hasta configurar el denso a la par que incomprensible tablero en el que han convertido todos los espacios en los que a estas alturas se desarrolla el juego.

Todo esto, por antipático, complejo y hasta en el peor de los casos mal sonante que resulte, ha saltado literalmente por los aires en el momento en el que una variable, no por periódica en apariencia menos capaz de sembrar el caos, ha hecho acto de presencia.
La irrupción en la ecuación del virus electoral, ha modificado de manera evidente a la par que definitiva la composición de todas y cada una de las combinaciones que hoy por hoy, podían presagiarse desde la óptica que al menos en apariencia se generalizaba bajo la perspectiva de promover el bien común.

Llegado este momento, la ficción que hasta este momento se mantenía, y que nos llevaba entre otras cosas a creer firmemente, no porque la confianza en nuestro Gobierno fuera realmente intensa, cuando sí más bien porque verdaderamente lo necesitábamos; se ha quebrado para siempre.
Y la verdad, o por ser más precisos el brutal choque que contra el concepto de la verdad nos hemos llevado, se pone de manifiesto ante nosotros en todo su esplendor cuando comprobamos una vez más que, la aproximación del llamado periodo electoral, actúa no ya como catalizador, sino más bien como reactivo en las reacciones que nuestro Gobierno tiene pensado llevar a cabo de aquí a la próxima cita electoral, aunque para ello se vea obligado a ¿mentir? Reposicionando hasta lugares más cercanos a lo residual ideas, principios y cánones que hasta hace apenas unas horas justificaban no ya el sufrimiento del Pueblo, cuando sí más bien lo reconducían hasta límites cercanos a los del Sacrificio Mitológico.

Deteniendo nuestro objetivo unos instantes simplemente en la variable cuantitativa, podemos observar sin que para ello hayan de entrar en juego grandes capacidades analíticas, que los recientemente celebrados Comicios Europeos, han supuesto para el Sr. RAJOY y por supuesto para su recua, también conocida como Gobierno, la primera cita electoral a la que han tenido que enfrentarse desde que accedieron, digámoslo sin tapujos, al poder.
Tal consideración, a la vez que una obviedad, encierra otra cualitativamente  no más alejada de lo expuesto, y cercana por ende a los procesos de Perogrullo, a saber, la que pasa por entender que a partir de este momento, la veda se abre en la más amplia acepción de la palabra.
La lista de Compromisos Electorales a los que la recua ha de enfrentarse a partir de ahora es tan numerosa, que su mera constatación provoca por si mismo, vértigo. Añadamos ahora pues no ya el ingrediente que históricamente se resume en la máxima de que el poder corrompe. Demos mejor traslado al prisma desde el que las acciones del Gobierno, obligan al Partido Popular a preparar cualquier cita electoral. Manolo el de El Bombo tiene, incluyendo el fiasco de La Roja, más posibilidades de movilizar adeptos, que el Sr. Presidente de pedir a los cerca de dos millones de desertores del PP  que han abandonado a su partido en Las Europeas el que vuelvan.

Por ello, si lo creéis oportuno, podemos declarar llegado el momento de echarnos unas risas, y retomar el punto que líneas arriba dejábamos un tanto desasistido, que pasaba por considerar que tanto el Gobierno, como todos los legítimos integrantes de la caterva de la casta, hacían lo que hacían, incluyendo por supuesto lo de exigirnos el cumplimiento con unos recortes que nos han llevado a confundir el ya de por sí complicado ejercicio de vivir, con protagonizar una larga travesía del desierto; motivados por un verdadero afán de Justicia Social.

Superado el partidismo, y sumidos en un proceso inherente de justificación social que pasa por asumir que la superación del presente que nos ha tocado vivir requiere inexorablemente de no perder ni un instante en refriegas de menor calado; lo cierto es que hay ciertas conductas, cuando no ciertos menesteres desarrollados por el Gobierno, si no por alguno de sus integrantes, que se dan de cabezazos para con semejante línea de actuación.

Así, acciones como las desencadenadas en pos de obtener el visto bueno de la mal llamada Reforma Fiscal, no viene sino a conducirnos en la línea no ya de que las citas electorales permitan al político adoptar funciones de trilero, haciendo del engaño manifiesto su único ley motiv, cuando sí más o incluso que lo único que albergan en su oscuro catálogo de intenciones va poco más allá de su pera permanencia cerca del poder.

Perdido definitivamente el rumbo, Ética y Moral saltan definitivamente por la borda.
Llegado el momento del sálvese quien pueda, yo ya echo de menos a ciertas ratas que, efectivamente, ya han comenzado a abandonar el barco.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 10 de junio de 2014

DE DORIAN GRAY A LOS SELFIES, PASANDO, OBVIAMENTE POR LOS ESPEJOS.

Resulta curioso comprobar una vez más cómo una de las paradojas que más efectos secundarios tuvo para la especie humana, la cual se pone de manifiesto cuando analizamos la premisa en base a la cual todo individuo está capacitado para hacerse una primera impresión de todo aquello que le rodea, le lleva a constata que está igualmente de manera natural incapacitado para verse a sí mismo. Semejante constatación nos lleva una vez más hoy,  a pesar del tiempo transcurrido, a traer de nuevo a colación la terrible certeza que supone comprobar el pavor que a menudo el Hombre puede causarse a sí mismo, cuando reconoce su imagen, que no a si mismo, en una lámina de mica, o en el espejo de la superficie de un lago de montaña.

Abandonando aunque sea solo por unos instantes el enojoso mundo de las paradojas, resulta en parecida línea preocupante el hecho de que sea el Hombre el único animal capacitado para llevar a cabo aquello que a título particular denominamos hacerse una idea de sí mismo.
Lejos en nuestro ánimo el desencadenar un debate en relación a si los métodos que el mencionado emplea para desarrollar semejante tarea son o no justos, de lo que no cabe la menor duda es de lo complicado que puede llegar a ser no tanto el decidir en este caso cuando se actuará o no de manera correcta (la moral, como juez supremo a todos los efectos está sometida a un proceso de adaptación, de cambio en cualquier caso) lo que nos conduce de manera muy relevante a tener que plantear la oportunidad de introducir en la cuestión una nueva variable la cual bien podría estar supeditada a la cuestión de si cabe o no albergar la más mínima esperanza de encontrar en la Cultura (entendida obviamente como reflejo real de la conducta del Hombre) algo que verdaderamente haya permanecido inalterable, y tenga en consecuencia posibilidades de seguir haciéndolo.

Sea como fuere, lo que a todas luces parece quedar fuera de debate, es la cierta capacidad que el individuo tiene de reconocerse, ya sea en las conductas propias, como incluso en las de las demás.
Es de tal reconocimiento, de donde se extraen imperiosamente los criterios o pautas destinados a albergar en cualquier caso la esperanza de poder presagiar, de hacer previsibles, ciertos rolles cuando no ciertos modelos de comportamiento siempre gracias a los cuales podemos anticiparnos a las respuestas que se esperan de nuestras conductas, diseñando así de manera concienzuda verdaderas tácticas sociales, destinadas de manera casi exclusiva a sentirnos cómodos dentro de una determinada sociedad, de la que nos sentiremos partícipes y para la que actuaremos como actores consecuentes en la medida, obviamente, de que ésta resulte reconocible para nosotros.

Es entonces cuando el tiempo, o más concretamente su discurrir, manifiesta los resultados de su acción.
En contra de lo que pasa con ésta cuando se refiere a un solo individuo, sobre el que los cambios debidos a la acción del tiempo son tan profundos como rápidos (de ahí el miedo de GRAY); los efectos del tiempo sobre las sociedades son por el contrario, responsables de una ralentización, cercana a veces al anquilosado, que acaba por destruir a las sociedades toda vez que el individuo, en última instancia agente y receptor de todos los desempeños de la sociedad, deja de reconocerse en ella. (Por ello el retrato ha de permanecer oculto.)

Es entonces cuando nos vemos en la obligación de, enlazando de manera directa con la línea argumental diseñada en nuestro anterior disposición, de acudir al elemento destinado a hacer reconocible el hilo conductor de esta película en la que aparentemente algunos se empeñan en convertir el devenir de la realidad.
La coherencia, arquetipo en el que identificamos todas las premisas destinadas a albergar la certeza de esa conducción, se muestra ante nosotros desvelando la dialéctica que resulta imprescindible para reconocer sin ser presa del pánico que aquello que a priori parece estar destinado a ser modelo y estructura, por estar dotado de principios magnos y casi dogmáticos; se muestra hoy ante nosotros precisamente como uno de los elementos sobre los que más presa ha hecho el actual modelo de interpretación de las cosas, aquél que cifra precisamente en el cambio las máximas virtudes tanto de lo que conocemos, como de lo que está por venir.

Es entonces cuando todo comienza a resquebrajarse porque: ¿El Hombre se reconoce a sí mismo por sus actos (contingentes y cambiantes)? ¿O lo hace al contrario en tanto que puede extraer de todo y de todos una especie de virtud definitiva (propensa a erigirse bien en  modelo, bien en creadora de éstos)?

Lejos de buscar ni tan siquiera una respuesta, la mera imposibilidad seria que existe hoy por hoy de hacer una extrapolación sincera, de poder hacer una sencilla previsión destinada a albergar una esperanza de respuesta coherente con alguna clase de principios en base a los cuales poder llegar a preveer una determinada respuesta cuando se hace una determinada pregunta; nos lleva a poder afirmar sin el menor lugar a la duda, que se aproximan tiempos muy difíciles.

Tiempos en los que quién sabe, tal vez el excesivo aprecio por lo original, han terminado no ya por desvirtuar el precio por la tradición, como sí más bien por hacernos caer en la trampa de un positivismo asociado a lo nuevo, sin más.
En Sociología, en Historia, incluso en Política, la vinculación con la tradición se lleva a cabo en base a la búsqueda de modelos, de imágenes, gracias a las cuales, o más bien gracias a la posibilidad de reconocernos en las mismas, en las más diversas maneras, podamos en realidad establecer patrones de conductas destinados a hacer presagios para el futuro, para un futuro mejor.
La pérdida de tales percepciones, escenificadas en el evidente esgrimir de conductas carentes de dicha coherencia, llevan inexorablemente al reconocimiento de unos patrones cuya anarquía solo puede ser reconocible desde el punto de vista de la traición preconcebida de los valores que nos son propios, de los valores que una vez más, insisto, nos llevan a reconocernos a nosotros mismos, ya sea como individuos, o como integrantes de una Sociedad.

De ahí que la muestra de fracaso que supone la cada vez más evidente incapacidad para reconocer en los Sistemas, incluyendo por supuesto en los Sistemas Políticos, la pervivencia de esos modelos, lleva al Hombre a sentirse cada vez más pobre, más solo, y lo que es peor, más desamparado en tanto que se da cuenta del desafecto con el que los Sistemas que creó, le pagan su esfuerzo.

De ahí que los selfies estén cada vez más de moda.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

lunes, 9 de junio de 2014

DE NUEVO, EL DEMONIO ESTÁ EN LOS DETALLES.

Asisto, he de confesar que ya sin sitio ni tan siquiera para el desasosiego, al denso proceso mediante el cual, ahora ya sí sin que pueda quedar el menor lugar para la duda; se pone definitivamente de manifiesto la certeza de que el factor que se acredita como común denominador destinado a ser capaz de explicar en el futuro los pormenores del actual estado de las cosas es, sin duda, la incoherencia.

Inmersos en un proceso sometido a un grado de caos como el que pocas veces ha sido desarrollado sobre la faz de la tierra, el Hombre Moderno, el que es capaz de hurtar a Prometeo el fuego sagrado (para luego terminar apagándolo en un charco hediondo); el que es capaz de seccionar de cuajo la cabeza ya sea de Mitos o de Reyes Absolutos (para luego limitarse a sustituirlos por otros que, en el mejor de los casos resultarán igual cuando no más inútiles); se sumerge ahora en un lacónico proceso, bien parecido al miedo, identificable tan solo con esos episodios de ansiedad tan comunes en los pasillos de las Facultades, con los que además tienen en común estas fechas de junio, tan prometedoras ya sean para el logro, o para la debacle.

Definitivamente, al hilo una vez más de las desavenencias que no ya mis razonamientos, sino más bien los ejemplos destinados a facilitar su comprensión, pueden llegar a presuponer, habremos de asumir por lógica de antítesis, que muy profunda, de carácter marcadamente esencial diría yo, habrán de ser precisamente las consideraciones a partir de las cuales son perceptibles las líneas que vienen a sustentar el razonamiento, pues de otra manera resultaría harto complicado llegar a establecer las mencionadas líneas que dotan de credibilidad a las conclusiones propensas verdaderamente a ser alcanzadas.

Convencido una vez más de que uno de los baluartes en los que se apoya no la actual crisis, sino la suma de consideraciones conceptuales que le proporcionan su ficticio sumario de verdad; puede resumirse perfectamente en la máxima de que a menudo los árboles actúan de manera sediciosa de cara a impedir que veamos el bosque, de parecida manera creo que un elemento muy sencillo, y a la sazón presente en todos y cada uno de los elementos que en mayor o menor medida influyen en el desarrollo, cuando no en la comprensión del actual estado de las cosas, pasa de manera inexorable por el abandono que para con la responsabilidad inherentemente ligada al ejercicio de las cosas, ha sido llevado a cabo por la mayoría de cuantos conforman el denominado espectro político.

Esta falta de responsabilidad, ligado a otro principio generalizado, que se materializa en la necesidad de dar muchas cosas por sobreentendidas, ha terminado por materializar un mundo que al menos en lo atinente a la realización de los actos políticos, resulta ya del todo insostenible.

Para cualquiera que quiera profundizar un poco en lo que digo, queda remitido por ejemplo a las palabras recientemente pronunciadas por el todavía Secretario General del Partido Socialista, D. Alfredo PÉREZ RUBALCABA, el cual dio una lección magistral de lo que trato de escenificar cuando ni corto ni perezoso afirmó que si bien la naturaleza del PSOE es manifiestamente republicana, él se creía en disposición de hacer aquello que realmente debía apoyando expresamente a la monarquía.

Éste cuando no otros ejemplos, y lo agitado de los últimos días convierte cualquier crónica política o periodística en un fértil campo donde recolectar; vienen a confabularse de manera evidente en pos de reforzar mi tesis en base a la cual hoy ya no es que resulte hato complicado identificarse de manera clara y distinta con una determinada opción o protocolo. Lo que ocurre es que el complicado a la vez que efectivo proceso al que hemos sometido a la realidad ideológica del país ha terminado por desnaturalizarlo todo hasta unos extremos que, bien podríamos decir que nos harían totalmente imposible diferenciar un melón, de una aceituna.

La coherencia, hasta ayer el único requisito imprescindible para hacer y deshacer en Política, siempre en lo atinente a rigor ideológico se asume; se convertido en un obstáculo, cuando no en una pesada carga hoy en día, destinada en principio tan solo a limitar la vida política de unos jovenzuelos incapaces de encontrar el significado de la palabra compromiso coherente en un diccionario, ni aún dejando previamente un pos it.

Así y solo así resulta comprensible el hecho de que a estas alturas la mal llamada Democracia Representativa no solo no haya saltado por los aires, sino que más bien ha degenerado hasta el punto de convertirse, eso sí con la inestimable participación de su querida amiga, la Constitución del 78, en un peligroso tándem, ya conocido como los Intocables de Elliot Ness.
Juntos, en un ejercicio no ya de prestidigitación, cuando si más bien de malabares combinado con funambulismo, han revolucionado el programa que a priori componía la función que el circo tenía preparado en su función de hoy, condenando a unos y a otros no ya a la improvisación, sino más bien a la manifiesta redefinición de unos papeles que llevaban años por no decir siglos, perfectamente escritos, a la par que repartidos.

Así, el domador hace risas, el lanzador de cuchillos se enreda con las crines de los caballos, y el viejo león, último baluarte de la prudencia, se sienta en pos de ver qué camino toma aquello, sin quitarle ojo a la rubia, con la esperanza de poder llevarse algo entre las uñas.

Mi única esperanza, que al final de todo esto no sean los payasos los que queden para marcar las directrices.


Luis Jonás VEGAS VELASCO,


martes, 3 de junio de 2014

DEFINITIVAMENTE, NECESITO QUE ME ACLAREN UNA SERIE DE COSAS.

Decía un viejo profesor, que un buen calibrador a la hora de validar la intensidad de un determinado acontecimiento, pasaba por analizar la cantidad de elementos, hasta ese momento considerados como estructurales, cuando no abiertamente primarios, a los que de manera aparentemente ineludible había que renunciar en pos de una supuesta estabilidad, a la sazón tal vez el único argumento que podía desvelarse como inductor de los acontecimientos que habían inducido el hecho en sí mismo.

Admirado una vez más no solo por la concisión del análisis efectuado por mi viejo profesor, como tal vez sí o quién sabe si por la presteza desde la que tales palabras se revelan hoy como útiles, cuando no abiertamente eficaces a la hora de analizar no tanto la esencia de la abdicación de la Corona a la que por parte del Rey hemos asistido; que me veo en la obligación precisamente de hacer una recusación no solo de los hechos aparentemente incoherentes inferidos por algunos de manera francamente deshonesta en el menester del desempeño de su cargo, como sí, y quién sabe si con más virulencia a la hora de identificar a los tales entre la amplia mayoría que en términos semánticos se ha mostrado unánime a la hora no ya tanto de loar al dimitido, como sí y más bien de buscarle de manera rauda y presta un merecido lugar en la Historia. Tarea ésta sin duda complicada toda vez que a tal labor nos habíamos acostumbrado una vez era el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial el lugar embargado en pos del último viaje oficial.

Pero alejado de mí el menor atisbo de semblante irreverente, y una vez conciliado de nuevo con los que constituían los menesteres desde los que pergeñé este artículo hace algunos instantes; lo cierto es que aún a riesgo de caer en la desgracia de ubicarme activamente entre esos revolucionarios antisistema que parecen no entender que la mayoría electa es la que goza en exclusiva de la potestad de gobernar, aunque con ello vaya activamente contra los que conformaron con su voto esa misma mayoría; he finalmente de someter a consideración algunos de los que a título de preámbulo configuraban, hace ya algunas líneas, la esencia no ya de mi consideración, como sí ya de mi pregunta.

Es así que, viviendo de manera activa y coherente en un país en el que hasta hace algunas semanas la gran cuestión pasaba por dilucidar de una puñetera vez qué significaba el misterioso abrazo de Florentino PÉREZ con José María AZNAR en la final de Lisboa, y que cierto es a algunos nos condujo a aquel denostado triunvirato (Dios, Franco y Santiago BERNABÉU); lo cierto es que a algunos nos cuenta entender el porqué de la explosión generalizada que en pos de desterrar de la masa no ya cualquier tipo de opinión, sino empecinados a borrar cualquier premisa de que al respecto se tenga que tener opinión; unos y otros parecen haberse lanzado.

Por ello, profundizando aún más en la premisa de mi viejo profesor, lo cierto es que bien podríamos tener que aumentar la perspectiva del razonamiento, y añadir si, tal y como parece haber quedado puesto de manifiesto, la magnitud de los acontecimientos, sirve igualmente para perseverar en pos de determinar la valía política a la par que conceptual de los que se han erigido, ya haya sido por méritos propios, o por delegación, en representantes de una mayoría.

Así que cuando amanezco con las tesis de un Alfredo PÉREZ RUBALCABA  que conceptualmente se desgañita a la hora de hacer tolerable la píldora que significa reconocer que aunque el Partido Socialista Obrero Español es estructuralmente republicano; él ha de apoyar a la monarquía, amparándose en argumentos propios de Vetusta, es cuando definitivamente, al menos en lo que a mi persona concierne, creo definitivamente llagado el momento de concretar a ciencia cierta lo que hasta este momento no concernía sino a una percepción: la que pasa por saber que a medida que el tiempo o las grandes circunstancias convergen en pos de los líderes, éstas se consolidan igualmente en sus peores jueces.

Porque sinceramente, si llegado este momento el mayor problema lo constituía una cuestión de pragmática estrictamente estética, a saber si GONZÁLEZ podía o no caer más bajo; lo cierto es que, alcanzado este momento, y más concretamente después de observar la escasa intensidad que se está registrando en las manifestaciones que desde uno y otro bando se realizan; creo llegado el momento de anunciar que, efectivamente, cuarenta años de gobierno del Borbón han servido, efectivamente, para lograr que el Pueblo Español se olvide no ya de las formas que la lucha adoptó, como sí, lo cual resulta más preocupante, de las cuestiones y modos que llevaron a las distintas luchas.

Será entonces hora de pararse a comprobar sí, efectivamente, todo queda así atado, y bien atado.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


lunes, 2 de junio de 2014

NI DIOS, NI PATRIA, ¡NI REY!

Dentro de un proceso que al menos en el terreno de lo emotivo solo puede compararse con la consecución por parte del Real Madrid de la décima, (como aquel lunes todos lo esperaban, parecía ser solo cuestión de tiempo,) lo cierto es que no por esperada, la abdicación que de La Corona ha sido anunciada por el Borbón en la mañana de hoy, podía en realidad suponer sorpresa mayor.

Es entonces que, como ocurriera el pasado lunes; una vez superado el shock que de forma contigua se desencadena en pos de la racionalización de los hechos, poco a poco nos vamos posicionando en tanto que del hecho en cuestión, acabando no tanto por entenderlo, como sí más bien por aceptarlo como algo probable, más bien como algo inevitable.

Sin embargo, haciendo buena una vez  más esa certeza en base a la cual no ya los grandes acontecimientos, sino más bien la interpretación que los mismos acaban por gestar, nos llevan a comprobar la valía, o la falta de esta entre los que nos rodean; es cuando definitivamente, y atendiendo al establecimiento de una relación de carácter inversamente proporcional, que podemos si no darnos cuenta de la magnitud del hecho que compartimos, al menos si comenzar a intuir la valía del mismo.

Por eso, cuando hoy compruebo que España cede a la tentación de pervertir la que a la sazón constituye una de sus tradiciones más honestas, a saber la que pasa por celebrar un discurso de lauda dirigido a alguien que no cumple el que hasta ahora era requisito imprescindible, esto es, la irrefutable consideración de estar muerto; es por lo que yo definitivamente me he decantado por acabar dando pábulo a esa certeza en base a la cual, no solo hoy podía ser un gran día, sino que directamente iba a ser un día especial.

Sin embargo, a medida que transcurría el día, y los distintos medio, ya fueran éstos comunes o detractores del evento en consideración se empeñaban en disipar cualquier atisbo de esperanza en relación a cualquier hecho ajeno a lo que una vez más parecía estar atado y bien atado, lo cierto es que una corriente bastante más angustiada, que procedía en este caso del ácido del estómago, me ha ido llevando paulatinamente, a medida que la excesiva atención mediática acababa por superar en extensión procedimental al hecho en sí mismo, a prestar atención a los devaneos que los analistas, revisores y consuetudinarios, se veían obligados a llevar a cabo una vez que el asunto, realmente, no daba para más.

Ha sido entonces, cuando en mitad de un ejercicio de Logolatría, inmerso en un comentario propio de la Retórica de Cicerón, que un contertulio que no viene ahora al caso, ha terminado por rematar su glosa afirmando que la Democracia no se entiende en el caso de España, sin el Rey.

Superado el que hasta el día de hoy constituía el mayor debate que en relación al tema regio se aceptaba en España en las mesas de postín, esto es, si España era en realidad monárquica, o no pasaba de Juancarlista; lo cierto es que no estoy dispuesto a permitir, y por supuesto no voy a hacerlo, que columpiado, casi sin querer, y siguiendo la técnica del que convencido de que disimulado entre las rosas que componen la corona fúnebre se podrá hurtar una flor; se pretenda disimular no ya un desliz, cuando sí más bien robar a los ciudadanos el que sin duda constituye su mayor logro en pos de cuantos se han consolidado a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo a saber, efectivamente el que cuenta entre su haber con uno de los mayores periodos de paz y estabilidad de cuantos ha gozado nuestro país.

Sin embargo, empeñarse en inferir que tal hecho se halla en principio inexorablemente ligado a la figura, cuando no a la persona de Juan Carlos de Borbón, constituye un hecho de una violencia conceptual, cuando no de una baja estofa ciudadana, que en definitiva no estoy dispuesto a dejar que pase desapercibido.

Permitir que se asimile a la figura de un Rey, máxime una vez comprobados los vínculos que éste tiene o puede llegar a tener con los elementos de poder, con los verdaderos elementos de poder, constituye no ya un error de imperdonable calibre, como sí la que bien podía constituirse como prueba irrefutable que enarbolarían con gusto los que se empeñan en inducir a debate la cuestión de si los que constituimos este país somos o no víctimas de una especie de infantilismo.

Los mismos que desde tales posiciones se hacen en este caso fuertes en torno al detrimento de la posibilidad de someter fielmente al saber popular cuestiones tales como la pervivencia de la propia institución regia, se desviven por inducir en el espíritu de los que conformamos este país, una suerte de virus de la duda, cuyos síntomas principales se escenifican en forma de dudas, desazón, y miedo a lo desconocido.
Desde tales tesituras, o más concretamente desde las que los mismos plantean, que en torno no ya a España, cuando si más bien a los españoles, se va tejiendo una suerte de trama que termina por abocarnos a una especie de realidad virtual alienante, que en el caso concreto que nos ocupa tiene su escenificación en la confabulación de un estado de las cosas en el que cuestiones primarias tales como la superación del concepto de modelo de estado representativo acaban por ser no ya violentadas, sino que se deducen en pos de un procedimiento absolutamente orientado a soliviantar a las gentes.

Así, y solo así se entiende que hayamos vivido con tanta naturalidad el primer y único día que en este país no ha habido Rey, en los últimos cuarenta años.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.