sábado, 5 de mayo de 2018

200 AÑOS DE CARLOS MARX. DEL MÉTODO A LA ESENCIA.

Detengamos un instante nuestros pasos, si podemos; miremos durante tan sólo un segundo a nuestro alrededor, si nos atrevemos… y una vez el instante se haya tornado en algo más que en el mero transitar de lo que a modo de eufemismo llamamos tiempo, decidamos si estamos en condiciones a lo sumo de plantearnos la que se manifiesta como la gran cuestión: ¿Es vivir amoldarse al tiempo?

De cómo respondamos a la cuestión, o incluso a partir tan sólo de cómo la planteemos, pueden devengarse no ya múltiples implicaciones, que en la mayoría de ocasiones serán por sí mismas suficientes a la hora no ya de identificar al Hombre, sino por supuesto, al contexto en el que éste se desempeña como Hombre.

Si nos detenemos  el tiempo suficiente en lo que acabamos de decir, concluiremos que no hemos hecho otra cosa que describir mediante un circunloquio lo que de manera más directa podría definirse como vivir. Mas en lo que respecta al motivo que justifica la flexión, el mismo queda suficientemente rusticado en el hecho que hoy sirve como esencia a la presente reflexión; que no pasa por otro lado que no sea el de constatar hasta qué punto no son sino las reflexiones de nuestro protagonista las que están llamadas a definir de manera distinta a como hasta ese momento se llevaba a cabo, lo que por otro lado siempre había estado considerado como un hecho accidental. Antes de MARX, vivir era algo en esencia inevitable, a partir de MARX, vivir se convierte en una suerte de permanente revolución, una forma de perpetuo estado de negación en lo que concierne a la hasta entonces irrefutable certeza llamada a tornar lo inexorable de la vida paradójicamente en lo destinado a hacerla invisible.

Planteábamos al principio a modo de cuestión fundamental si es el Hombre el llamado a cambiar el Mundo;  o si por el contrario es el Mundo el que desencadena el poder suficiente como para cambiar al Hombre. No está en nuestro propósito dilucidar la cuestión en uno u otro sentido; mas en cualquier caso no perderemos la oportunidad de poner de manifiesto la que es a todas luces una verdad incuestionable, y no sólo a título de procedimiento: De no ser por Karl MARX, el mero planteamiento de una cuestión aparentemente tan evidente, hubiera sido imposible de llevar a cabo. Y no por falta de procedimientos, sino por falta de ubicación contextual.

Se erige pues  el doscientos aniversario del nacimiento de MARX como un buen momento para traer a colación no tanto lo magnífico de las afirmaciones de MARX, (pues ello convendría de una capacidad para la que sin duda me confieso no preparado); que sí más bien para aumentar si cabe la importancia de las mismas, de cara a la comprensión de lo que sin duda estaba por venir, una vez que de la comprensión del contexto, o de los cambios que para el mismo supuso en este caso la irrupción de MARX; sirven para atribuirle al mismo el poder suficiente para comenzar a contestar a cuestiones como las que, insisto, dan pie a la presente reflexión.

Porque si en algo podemos estar seguros, es de que antes de la irrupción de MARX en el escenario Político y por ende Filosófico (pues e ambos tendrán sus reflexiones consecuencias inexorables), la cuestión al respecto de los protocolos que al Hombre ha de desarrollar para, digamos, cambiar el mundo; era sencillamente absurda toda vez que no es sino hasta que la Sociedad Occidental comprende los protocolos sobre los que MARX teoriza (comprensión que inevitablemente pasa por la adopción de una nueva perspectiva de conceptos como el de responsabilidad) que era virtualmente imposible apreciar en el Hombre una verdadera capacidad (ya fuera ésta actitudinal, o procediera del aprendizaje) disponible para cambiar el mundo.

La causa es evidente. MARX no cambia al Hombre, MARX no cambia al mundo. MARX cambia para siempre la forma que el Hombre tiene de relacionarse con el Mundo.

Antes del Siglo XIX, el denominador común destinado a definir el precepto se basaba en la conjugación del término inexorable.
Vivía el Hombre, o por ser más exacto, vivir era percibido como un lento y casi siempre terrible transitar en el que nada se podía hacer, y del que era imposible escapar.
Ante semejante tortura, escenificación máxima de la más elevada de las formas a las que la alienación puede optar, el más cruel de los juegos que el ser humano puede llegar a imaginar conducía a un relato en el que la costumbre había llevado a aceptar como inevitable la que no es sino la más terrible de las traiciones, la que lleva al Hombre  a traicionarse a sí mismo al asumir la vida como destino, cambiando la belleza del riego asociado al ejercicio de la Libertad, por el sórdido y mortecino menester al que tiende una vida basada en la conjugación predecible del destino.

Porque al final del trayecto, sea éste más o menos largo, esté o no rodeado de calamidades y dolor; la mera existencia de tales, a priori malos, no harán al final sino evidenciar lo que a partir del Siglo XIX (el siglo de MARX entre otros), regalarán al Hombre.

MARX cambia el mundo. Y paradójicamente lo hace sin tocarlo. MARX no crea herramientas con tal fin. La genialidad de MARX pasa por el logro de una conceptualización en la que la legitimidad del Hombre para modificar el Mundo no sólo es incuestionable, sino que es necesaria.
Aporta MARX el contexto, y dado que los componentes inevitables de éste son siempre Tiempo y Espacio, de ello bien puede dilucidarse hasta qué punto los logros de MARX influirán en la manera que el Hombre tendrá a partir de entonces de pergeñar lo que con tales ha de llevar a cabo. Mas superada la impresión son las derivadas que se suscitan las que están en disposición de hacernos ver, o a lo sumo intuir, la magnitud de las nuevas certezas que una vez desentrañado el mensaje marxista, aparecen ante nosotros.

La primera de ellas surge casi de manera inevitable: El que ahora surge como lógico sueño de libertad que atesora todo individuo por el mero hecho de ser Hombre, terminará por fructificar bastantes años después en la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS, comienza a emerger ya aunque al principio lo haga de forma un tanto tímida, en las formas de comportamiento que comienzan a apreciarse en el seno de los que componen esa nueva realidad. Revolucionaria tanto en su forma de actuar como, lo más importante, en su forma de pensar.

Nos damos así casi de bruces con que la conclusión tácita que surge del desarrollo procedimental de unas teorías que por innovadoras lo son incluso a la hora de someterse a los cánones de un proceder que, en su caso, se vuelve irracional a la par que opresivo. La causa es evidente, se trata tal vez por primera vez desde la aceptación del colapso del escenario en el que Los Clásicos se sentían cómodos, de una teoría completa, llamada a unificar al Hombre con el Medio que le resulta natural.

Porque ahí reside la clave del éxito de MARX, en centrar el éxito de lo que se espera del Hombre dentro de un catálogo asumible (por ello no sólo conceptual), en el que el trabajo, entendido no como sufrimiento sino como fuente natural de la satisfacción que el Hombre alcanza modificando el medio, corrobora en el desarrollo del menester la consecución del fin último a saber, la felicidad por medio de la aprehensión.

El resto es, nunca mejor dicho, evidente. Tanto que se torna en casi una obviedad. Así como el pintor modifica un paisaje una y otra vez por medio de pinceladas que son tanto más sutiles cuanto más se aproxima a lo que constituye su ideal; sólo la esencia del cambio promovido consigue evidenciar que no sólo el cuadro, sino también el autor, ha sido presa de ese cambio.
Un cambio que no sólo se evidencia, sino que hace imprescindible la redefinición de todos y cada uno de los componentes llamados a ser trascendentales en el desarrollo del cuadro (un retrato en este caso pues no es sino de El Hombre en toda su magnitud de lo que estamos hablando). De ahí la trascendencia de lo expuesto. Es así que MARX no se limita a teorizar sino que sus consideraciones, sometidas a priori a la interpretación de la Ética, vienen en realidad a querer influir de manera efectiva en la conformación de una nueva Moral la cual, de manera activa, modifique los preceptos que regulan no ya la forma de ver la vida, sino abiertamente la manera de vivir.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 26 de abril de 2018

PALABRA PERDIDA, HUMANIDAD DESPERDICIADA.

Condenado a vagar por el páramo de la soledad, ese en el que el silencio se reconoce en la ausencia de eco, ese en el que la persecución de la sombra se torna en necesidad que no en muestra de locura; el tiempo se hace presente al materializarse cada instante no en el anhelo de fútil posesión, que sí más bien en certeza de renuncia.

Porque no es el Hombre más que un concepto, y por ende a lo sumo hacia el manejo de tales ha de tender cuando pretende hacerse dueño que no de una parte de la realidad, sino a lo sumo del espacio destinado a contener el cúmulo de vaguedades al que cada día puede tender una vez saciado el extraño fragor que vivir supone, sobre todo cuando la superación de la ignorancia ha servido como mucho para instalarnos en una suerte de certeza en la que no existe nada capaz de saciarnos, en la que la mayor atribución redunda en la esperanza de poder recordar un solo instante en el que, a falta de poder definir la felicidad, podamos cuando menos recordar aquellos tiempos en los que vivíamos ajenos a las desgracias.

Es el recuerdo la única manera de parar el tiempo. La afirmación, inexorable por inaccesible, hace redundar en toda su magnitud la certeza a partir de cuya asunción vienen a formar uno tras otro y por redundancia, en orden, todas la variables llamadas a conformar ya sea por naturaleza o por negligencia de ésta, los destinos y atribuciones en los que el Hombre puede si no encontrar serenidad, sí por lo menos reconocer la inevitable necesidad de la misma.

Pero está impregnado no en vano el recuerdo, de cierto regusto a renuncia. Es el recuerdo esa sombra en la que sólo el anciano se reconoce. Una sombra que, como ocurre con las cargas demasiado pesadas, con las maletas demasiado llenas, entorpece cuando no abiertamente imposibilita el comienzo de ese, el viaje de descubrimiento, hacia el que siempre debió estar encaminada nuestra existencia.

Apostemos pues por esa otra percepción de la sombra, en definitiva por esa otra percepción de nosotros mismos, en la que como niños, casi jugando, aprendemos a aprehenderlo todo, cuando la ausencia de prejuicio, cuando la ausencia de mochilas materiales no entorpece nuestro devenir,
Es entonces el momento de ese niño llamado a descubrir su sombra delante (porque el sol, agente irreductible de todo, incluso de la formación de esa sombra), impulsa desde atrás las velas del barco en el que se erige ese niño; un barco cargado de esperanza, capaz de conjugar el verbo desconocido (pues está sin duda llamado a hacer cosas que nosotros somos incapaces siquiera de imaginarnos), capar de declinar el sustantivo aún etéreo (pues sin duda alumbrará realidades que para nosotros resultan hoy imposibles de materializar).

Porque una vez más, nuestro tiempo ha pasado. El ciclo se ha cerrado, y el Hombre se ha visto superado por la realidad, como a diario es superado por el sol en su tránsito desde el alba hasta el ocaso. Y es precisamente en la certeza del ocaso, una vez que el astro rey nos ha superado, que somos conscientes de la enésima certeza que desde el regodeo el Mito de la Caverna nos regaló: la que pasa por entender que tener el sol el horizonte nos obliga a cerrar los ojos, pues su brillo cegador nos satura.

Juguemos pues una vez más a ser niños. Y como niños no hagamos de la rectificación trauma, sino reconocimiento de la nueva oportunidad que en la superación de todo error se esconde. Reconozcamos en primer lugar nuestra imposibilidad para superar nuestras múltiples carencias, tornando lo llamado a ser dramático, en un ejercicio de reconocimiento.
Seamos pues, y en primer lugar, consecuentes. Y desde esa original que no nueva posición, reconozcamos que si bien a niños no podemos retornar, reconocer en nuestros actos los propios de los que portan almas libres de prejuicios, sin duda que nuevas oportunidades nos brindará.

Volvamos pues a reconocer el mundo, y en lo que respecta a cómo, pues muy sencillo, retornando a la formalización de los conceptos cuyo dominio, o la falta de humildad que se esconde tras la premonición del que realmente cree que domina algo, supuso el comienzo del fin, el establecimiento del germen del que brota el mal cuyo drama hoy pagamos.

Tengamos pues la osadía de renombrar el mundo. Si el pensamiento piensa ideas, hagamos de los conceptos llamados a contenerlas algo más que meros cuando no vulgares receptáculos. Hagamos que las palabras sean en sí mismas, algo más que accidentes de contingencia, para tornarse en realidades necesarias.
La ejecución efectiva de tal proceder, antes o después redundará en la certeza de que las palabras son, en sí mismas, elementos competentes; o en todo caso algo más que meros accidentes llamados a tomar la realidad del concepto al que definen. ¿Cómo si no, sin palabras, puede el Hombre definir todos y cada uno de los elementos destinados a componer lo que comprende? O incluso en un paso más ¿Tiene el Hombre alguna otra manera de determinar las fronteras que determinan su propia existencia, que separan su compendio del resto?

Es la palabra, en sí misma y por sí sola, un instrumento ampliamente poderoso. ¿Cómo aceptar si no la realidad que, terca se manifiesta ante nosotros, cuando por sí sola es capaz de contravenir los llamados a tornarse en objetivo del llamado a ser su portavoz? Para quien lo dude, que se introduzca durante tan sólo un segundo en los monólogos que por ejemplo Sancho protagoniza en la destinada a ser Segunda Parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y que tras sumergirse en ellos diga si resulta posible seguir sosteniendo la tesis sobre la que la propia obra una y mil veces redunda, la que se empeña en decir que Sancho es, a lo sumo, un mentecato. “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuesa merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas de Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes…”
Y digo yo: ¿Pueden ser éstas palabras atribuidas a uno llamado a ser tenido por mentecato?

Y qué decir, de lo llamado a hacer con la palabra, al respecto del propio Hidalgo. Pues empecinado en todo la obra en mostrarlo como un verdadero loco al que los sesos se le han licuado de tanto leer novelas de caballería, al final de sus palabras así como de sus actos hemos de reconocer, como por menester del propio Sancho que hacemos: “Sin duda –dijo Sancho –que este demonio debe ser hombre de bien y buen cristiano, porque a no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia. Ahora yo tengo para mi que aun en el mesmo infierno debe de haber buena gente”.

Reconocemos y nos reconocemos en la palabra, manifiesto pues no ya de meras voluntades, que sí de certezas y otras que de ser tenidas por propias, permitirían sin duda reconocer con más prestancia al llamado a ser tomado por Hombre.

Tal vez en ello, o en la negación como recurso de razonamiento por absurdo; que acabemos por descubrir las causas que determinan el porqué del recelo que cada vez con más fuerza separan al Hombre de lo llamado a componer su naturaleza a saber, el pensamiento, expresado en la palabra.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

viernes, 13 de abril de 2018

CRÓNICA DE UN PROCÉS: DE TABARNIA A EL TOBOSO.

“…La destrucción de las palabras es algo de gran hermosura. (…) ¿No ves que la finalidad es limitar el pensamiento, estrechar el radio de acción de tu mente. Cada año habrá menos palabras, con lo que el radio de acción de la conciencia será cada vez más estrecho. La Revolución será completa cuando la Lengua se perfecta, cuando no haya pensamiento, al menos en el sentido que ahora le achacamos.
La ortodoxia significa no pensar, no necesitar del pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia.”

ORWELL, George. “1984”



En la calenda número cien de este año ignoto no por desconocido, que si más bien por extraño; diferenciamos el proceder realista del llamado a ser tenido por soñador no en el hecho que sí más bien en el derecho de erigir en certeza la otrora ensoñación por la cual si lo vivido es cierto, ya sólo a mejor puede tender la desasosegante marcha que por el desierto nos lleva a transitar en lo que unos y otros hemos llevado a asumir como la Vida, cuando no como lo sempiterno.

No se trata pues de que la Realidad nos sea ignota, pues más que pensada es aprendida, de lo que ha de asumirse cierto grado de reconocimiento. No se trata pues de que no seamos capaces de reconocer la realidad como concepto, sino que más bien ésta se torna para nosotros desconocida, sencillamente porque nosotros no nos reconocemos en ella.

Diferenciada entonces la Realidad Pensada, de la otra realidad, la que podríamos identificar por su condición estrictamente práctica en tanto que vivida; establecemos no ya un marco que si más bien una clara frontera destinada a separar lo vivido de lo concebido, lo factual de lo potencial.
Surge o más bien se pone de manifiesto ante nosotros la gran diferencia existente entre lo uno y lo otro, toda vez que lo vivido y desarrollado en el escenario propio de la existencia factual propia de la realidad estrictamente material, queda hoy por hoy desbordado por el deseo y quién sabe si por la inconsciencia desplegada por una Sociedad en la que el hastío ha hecho tal presa, que lo soñado y lo fingido (las promesas), llegan a tener más valor que aquello que está realmente llamado a erigirse en substancia componente de lo llamado a ser la Realidad.

Acude de nuevo ORWELL en nuestro auxilio al dar de nuevo en la tecla cuando afirma que: “Es así que el Sentido Común acaba por erigirse en el mayor enemigo del aspirante a permanecer cuerdo.” Mas en un mundo como el nuestro, en el que si bien El Pensamiento es lo llamado a pensar Ideas, cada vez resulta más difícil no ya diferenciar entre las buenas y malas ideas, que sí más bien entre lo que son ideas y lo que son meras o vulgares ocurrencias… ¿Queda espacio para el Ser Humano, o por el contrario el haberse tornado éste en obstáculo para el desarrollo de las ideas le ha convertido en prescindible?

En un tiempo cuando no en una época en la que el lema “Éstos son mis principios, mas si no le gustan, tengo otros”; ha terminado por convertirse en algo soberano, lo cierto es que cada vez resulta más difícil no ya diferenciar entre el pensamiento acertado y el erróneo, sino separar lo que es un razonamiento, de lo destinado a ser una mera y a la par falacia.

Pero retrocedamos un poco, pues no en vano el presente predispone el futuro, y éste se regodea del pasado; y rescatemos el esplendor que circunda al núcleo de aquella máxima destinada a revelarse en dogma de nuestra fe (la escrita no el Latín que sí más bien en Griego), y que se resume en el consabido “El pensamiento piensa ideas”.
Es la palabra la destinada a erigir conceptos. La palabra nombra a reyes con la misma sonoridad con la designa a plebeyos (pues ni uno ni otro existe si no es previamente reconocido en su nombre). La palabra define imperios con mayor escrupulosidad con la que sus fronteras pudieron hacerlas, no en vano éstas resumen su vigencia al periodo en el que los mismos son capaces de reconocerse en su presente, mientras que la palabra tiende por naturaleza a proyectarse, siendo el futuro el espacio natural en el que tal proyección alcanza su lógica.

Se pierde así pues la noción del tiempo. El presente sueña con ser futuro, y cuando el miedo propio de la incertidumbre se extiende como el manto de la noche lo hace tras la cálida tarde de verano; la efímera realidad (presa del instante), corre a refugiarse en los seguros por ancestrales brazos de un anciano pasado que canta no las bondades, que sí las certezas, de lo que no necesariamente por ser alcanzó a ser lo mejor, mas sí la realidad tienen cobijo en ello.

Pero la realidad nos aburre, porque lo real es, y lo que es no puede dejar de ser. Puede a lo sumo evolucionar. Es la evolución cuando está vinculada al hecho, una mera ilusión que alcanza en el peor de los casos un afán de mentira puesto que si las cosas son, son, quedando para prestidigitadores y buhoneros de altozano la acción que se tornan en vulgar ilusionismo, y que pasa por tornar la arenga en farfulla, envolviéndolo todo en una suerte de confusión que unas veces se torna en misticismo (cuando son los sacerdotes los llamados a protagonizar el evento), degenerando las más en conversación de taberna cuando son los charlatanes los llamados a protagonizar el desarrollo.

¡Ay! entonces del que esté llamado a perseverar en la suerte de la réplica que todavía cabe esperarse ante el discurso que de otro modo bien podría ser tomado por mera perorata. Es entonces que de ser tenidas por ovejas las palabras, la emoción que éstas están destinadas a promover en el escuchante será a lo sumo comparable a las emociones que el que finalmente estaba destinado a reconocerse en el nombre de Alonso QUIJANO experimentó cuando confundió con ejércitos lo que en ¿realidad? eran rebaños.

Pongo en tela de juicio la realidad (lo someto a la acción del interrogante), toda vez que a estas alturas lo único que ha de quedar claro es que bien pudiera ser que la realidad, en tanto que tal, no exista. Reto a cualquiera a que me sostenga un procedimiento en el que la realidad sea algo más que una interpretación, el reto está ganado toda vez que nadie puede decirme nada que vaya más allá de que la realidad a mí me parece. Y si bien el verbo parecer es en su naturaleza copulativo, de ello se desprende que el resto de complementos, los destinados a conformar el aditamento que complementa o atenúa a esa realidad, lo hacen en tanto que desde su carácter de atributo. Así que la realidad no es, sino que viene conformada. ¿De qué? Obviamente de una serie de interpretaciones subjetivas, que tienen su raíz no en la propia realidad, sino en la esencia de aquél que vive, o sea, que interpreta.

Se pierde pues el presente en un deseo de soñar, aspirando a ser futuro, y reconocemos y nos reconocemos en el futuro en tanto que usamos el pasado como referente. De esta unión entre futuro (potencia), y el pasado (hecho por excelencia), ¿puede acaso devengarse la suerte de paradoja según la cual el pasado sería interpretable, o sea, puede cambiarse?
Nuestro presente más absoluto es una prueba evidente de lo que planteo. La mera existencia de la palabra posverdad habría de despertar nuestra atención en el sentido de que la existencia de la palabra amenaza con hacer crecer en nosotros la noción de un concepto que si bien hasta hace un tiempo relativo, no suponía una amenaza, hoy por hoy su peligro es una realidad que en términos cartesianos manifiesta su evidencia de manera clara y distinta.

Es así que lo llamado a ser real lo es tan sólo en la medida en que puede ser conceptualizado. El proceso, por complejo que sea, reduce tal complejidad a la profusión de palabras que sean necesarias para lograr la perfecta descripción de lo hecho o percibido. Y las palabras si son instrumentos por naturaleza llamados a evolucionar y ¿qué es la evolución sino una suerte de cambio elegante?

Confiando nuestra destreza para con la verdad a la que rogamos no resulta vana esperanza de no perder la Razón (aunque paradójicamente para ello corramos el riesgo de perder el seso), lo cierto que tornamos en cordura lo que para otros no habría de ser sino aprensión sobre todo a la hora de entender que los clásicos identificaban la cordura nada más y nada menos que con el palpitar sereno y acompasado del corazón.
Razón y corazón encuentran así, de manera netamente natural, un espacio en el que convivir de manera, nunca mejor dicho, elocuente. Pues no en vano es la elocuencia la capacidad no tanto para convencer, como sí más bien para atraer hacia los fueros que son propios del que la acción ha emprendido, sin que ello repare en rastro de humillación para el que tal senda emprende.

Y como elemento y fuero, la palabra: Arma donde las haya, capaz de tornar en cuerdo al siempre tenido por loco Don Quijote; herramienta que cuando es emprendida por Sancho, bien puede tornar en genio al que hasta ese momento es tenido por vulgar (que no soez) mentecato.

¡Decidme ahora si llegados a estos extremos, no ha de ser sino la palabra el único arma capaz de solventar este entuerto! Pues ya sean molinos que no gigantes, o pellejos de vino, la razón que unos y otros rezuman contiene la savia de la última esperanza de regeneración que de todo esto ha de regenerarse.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 19 de agosto de 2017

INTUICIÓN.

Compleja es, sin duda, la misión que el Hombre como tal tiene encargada. Asumida, que no aceptada, debe éste de encomendarse cada día a su intuición, pues no en vano vivir no solo no es fácil, sino que tal y como queda patente a menudo a la vista de las innumerables dificultades que jalonan el mencionado proceder; se ve el Hombre obligado a ir un poco más allá, a dotar de un plus a lo que de otro modo habría de suponer una mera superposición de estados y momentos, (algo que, de aceptarse, redundaría el espacio del Hombre a algo tan excesivamente natural  como lo dispuesto por y para la Geología), en base a lo cual los instantes no vendrían a ser sino la superposición de estratos que la teoría nos enseña; reduciendo tal vez hasta un valor de cero lo que nos ha sido encomendado como la más importante de las tareas a saber: la de convertir cada forma del tiempo en un instante, impidiendo con ello que vivir sea solo un transitar, obligándonos a convertir en arte lo que para todo lo demás no es sino devenir, tal y como se desprende de la noción de conciencia.

Sea por suerte o por desgracia, el paso del tiempo no ha servido sino para refrendar esta certeza. El paso del tiempo, superada su mera percepción cronológica, ha ido poco a poco perfilando una suerte de dudas que lejos de proporcionar respuestas no han hecho sino evolucionar hacia otras preguntas cuya mera semántica nos ha ido conduciendo por una senda cuya mera interpelación ha redundado en la certeza de saber que para lograr siquiera intuir al Hombre, harían falta otras disciplinas, o quién sabe si una combinación de varias, a partir de las cuales emitir las interpelaciones destinadas a obtener las ansiadas respuestas.

Asumiendo que la complejidad del Hombre ha de proceder de algo más sólido que los argumentos basados en la existencia de la propia noción (la consciencia); habremos de conducir nuestros esfuerzos en pos de aquello llamado a mostrarnos lo que de verdad nos diferencia, pues si de verdad somos en tanto que al contrario de lo que les ocurre al resto de seres, nosotros sabemos que somos; pobre tributo le queda redundar a la humanidad si solo una mención cuantitativa le cabe al mundo esperar de nosotros.
Es entonces cuando la noción de ese plus, la capacidad para discernir, materializada en el recurso destinado a hacernos propensos a diferenciar el bien del mal, (la conciencia), acude a nosotros como respuesta a la primera de esas cuestiones imprescindibles, llamadas en todo caso a ser estructurales, en tanto que propensas a la transcendencia.

Tenemos así que lo que una vez bien pudo ser un proyecto evolutivo, alcanza grado de realidad cuando se erige en proceso terminado al poder identificarse con la noción de consciente de su conciencia.

Reducido el intervalo de tiempo necesario para semejante logro a la percepción de las consecuencias que el mismo tiene para la realidad; suprimir todo el proceso en tanto que reduciéndolo a lo vivido en las últimas horas, supone un ejercicio de tal complejidad que de llevarse a cabo, ha de ser bajo circunstancias que garanticen el cumplimiento de las mínimas normas, pues no en vano la incidencia de lo acontecido en las últimas horas en Barcelona pone de manifiesto una suerte de complicaciones hasta el momento ni siquiera valoradas toda vez que el análisis de las consecuencias de tales hechos, así como la magnitud de las acciones que las han deparado bien pueden desentrañar naturalezas humanas cuya complejidad sea de tal calibre, que si mero análisis y por supuesto su comprensión no sea pertinente si aducimos en exclusiva los medios de los que hoy por hoy disponemos.

Retornamos pues a la complejidad, pues solo tras la abstracción que la misma supone podemos llegar a aceptar sin remordimientos la presencia de esa ignorancia otras veces negada, y que ahora se presenta ante nosotros en toda su extensión. Pues no es que seamos ignorantes para comprender los oscuros misterios de los agujeros negros, ni siquiera se nos pide que sondeemos en la profundidad del universo. Aquello en lo que mostramos nuestra absoluta ignorancia, aquello en lo que estamos llamados a fracasar es en ser capaces de sondear el alma de aquellos que por medio de su vil comportamiento parecen empeñados en negar incluso que sean nuestros semejantes.

Y no es sino que a través del atisbo de imposibilidad que para tal logro se anticipa de perseverar en el error manejando la cuestión a través de los medios hasta el momento empleados (lo que supondría emplear recursos cuantitativos para solucionar consideraciones cualitativas), que a todas luces la Geología, empleada hoy como metáfora, queda a todas luces superada si de lo que se trata es de comprender al Hombre como algo más que el resultado de una mera superposición de estratos.

Una vez más, tal y como ha venido ocurriendo a lo largo de la Historia, la respuesta siempre estuvo a nuestro alcance; o si no, al menos sí lo estuvieron los medios para acceder a la misma.
El esfuerzo necesario en este caso, el necesario para llevar a cabo una mera concesión, la que pasa por aceptar que la intuición, entendida como capacidad para llevar a cabo transiciones desde lo ideal, puede ser válida de cara a reconocer al Hombre, interpelando desde la misma en la búsqueda de esas disonancias que de existir, son de tal profundidad que acreditan la dificultad para el reconocimiento del sentido de humanidad en quienes tan firmemente se empeñan en negarlo.

Intuiremos así pues vagamente la existencia de otras formas de entender la realidad, de otras formas de comprender la vida, incluso de otras maneras de conciliar la relación del Hombre con sus semejantes, precisamente cuando tal relación ha de concebirse desde la diferencia.

Tal vez a partir de ahí podamos conciliar el dilema. Un dilema que pasa por entender cómo es posible que siendo todos iguales, podamos conducirnos para con nuestro prójimo de manera tan diferente.

A la espera de mejores tiempos, tal vez haya que renunciar a saber, para empezar a intuir.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

lunes, 19 de septiembre de 2016

DE DEMOCRACIA, BOTELLAS DE LECHE, Y OTROS CONCEPTOS ESTRUCTURALES.

Se atribuye a W. CHURCHILL la afirmación en base a la cual: la Democracia está lo suficientemente asentada en un Pueblo cuando al escuchar que llaman a la puerta a las ocho de la mañana, no necesitas abrir para saber que se trata del lechero.

Inmersos en un aquí y un ahora deprimente, constituye lo que bien podríamos denominar la nueva Cuestión Política  uno de esos feudos en los que, al contrario de lo que pasa con la mayoría de las cuestiones trascendentales, el paso del tiempo no ha hecho sino contribuir de manera definitiva al asentamiento de las tesis en base a las cuales cualquier tiempo pasado fue mejor.
Siguiendo cuando no reforzando esta premisa, y revitalizando todos los miedos y sinsabores que a la misma se unen bien podríamos decir que de manera inexorable, no solo la confusión generada por el triunfo de la premisa en base a la cual el mero pasar  del tiempo puede asociarse con lo que genéricamente entendemos por progreso, sino más bien el imperdonable relajamiento que del mismo puede devengarse en las estructuras sociales, especialmente en las vinculadas al mantenimiento y las mejoras de las que bien podríamos denominar estructuras imperiosamente vinculadas al sostenimiento de la realidad; se muestran no solo debilitadas, sino que las carencias de las que adolecen, ya sea de manera factual (poniendo de manifiesto los resultados de tales carencias); o potencial (relatando de manera imperturbable los procederes cuyo desarrollo conducirán de manera igualmente inexorable a un franco declive al que habrá de hacerse frente dentro de un periodo de tiempo más o menos razonable), se acumulan como pruebas irrefutables de la constatación manifiesta de las tesis largamente defendidas en base a las cuales no podemos seguir así.

Retornando a nuestro aquí y a nuestro ahora, parecido si no el mismo proceso que sirve para explicar por qué en España nunca ha triunfado el sistema de reparto de leche puerta a puerta, bien puede ser el que empleemos a la hora de explicar de manera definitiva por qué en España, en realidad, la Democracia no solo no ha terminado nunca de estar lo suficientemente asentada sino que más bien, tal y como los hechos parecen empeñados en demostrar que en realidad, ésta se halla permanentemente cuestionada.
Así, al igual que en España nunca hemos terminado de creernos eso de que un señor pasea por las calles de Londres surtiendo de leche a sus conciudadanos; no podemos llegar a creernos que, precisamente en el mismo lugar, pueda existir un lugar que, como símbolo de lo que ellos han dado en llamar Democracia Parlamentaria, justifique o tenga indiscutible cabida una forma de hacer Política en la que no solo las formas, sino el fondo como traducción indiscutible de éstas, arrojen unos resultados inconcebibles, cuando no francamente imposibles de aceptar, a la hora de evaluar por métodos comparativos la eficacia de lo que llamaríamos su forma de hacer Política, frente a nuestra forma de hacer Política.

Pero puestos a elucubrar, yo no he visto en ninguna parte suerte alguna de ley, norma o siquiera enunciado, que determine como impracticable, siquiera a medio o largo plazo, el establecimiento de una industria vinculada a la comercialización de leche puerta a puerta que, si bien asuma pérdidas digamos a corto plazo toda vez que muchas son las barreras que ha de salvar, algunas francamente complicadas; no esté dispuesta a establecer una estructura solvente con visos a desarrollarse y disfrutar las mieles del éxito a largo plazo.

Y si en el proceder privado cabe tal esperanza. ¿De verdad hemos de renunciar a las satisfacciones futuras vinculadas al éxito de la Democracia, simplemente porque la misma se halla condicionada por su inherente constitución pública?

Así, al igual que en nuestro ejemplo de la industria lechera sus promotores habrán de asumir pérdidas incipientes en forma de rotura o desaparición de los cascos, con el tiempo, la concienciación basada en la paulatina demostración de que el servicio constituye una mejora para la calidad de vida de los usuarios, se traducirá en la implementación de una serie de procederes cuya traducción será la supervivencia del servicio ligada a sus propios medios.
De parecida manera, el correcto asentamiento de la Democracia, o si se prefiere, el triunfo de lo público como concepto, no solo no ha de correr peor suerte, sino que más bien, y al contrario, parece llamado a erigirse en apuesta ganadora sobre todo si tenemos en cuenta que el Sistema tiene a su favor la baza de la Educación.

De esta manera, aunque los que integramos la presente generación no creo que podamos aceptar lo de la leche en la puerta, sí que alimentamos desde lo más profundo de nuestras conciencias la esperanza de que las generaciones futuras crezcan libres de los peligros que sujetos como Rita BARBERÁ, Luis de GUINDOS, o el Ex-Ministro SORIA, constituyen.
Peligros que lo son no tanto por el daño objetivo que pueden llegar a hacer, y que se traduce en lo que llamaríamos proceder cuantitativo, como sí más bien por la traslación de la sensación subjetiva cuya verdadera rememoración pertenece al cuadro subjetivo, ese cuya valoración es definitivamente personal, y que resume los daños en lo más peligroso a lo que un Sistema Democrático se puede enfrentar y que se resumen en el paulatino crecer de la certeza de que los sacrificios que inherentemente van ligados al proceder democrático son en realidad inútiles, bien por afectar siempre a los mismos, las clases bajas, o lo que es peor, por obedecer en el fondo a una estrategia destinada a mantener a esas mimas clases bajas sublimadas por el efecto anestésico producido por éxito de la enésima falacia.

A título de conclusión, las teorías deL Capital Humano demuestran las dificultades para formar buenos estadistas. La realidad actual se empeña en poner de manifiesto las dificultades que hoy por hoy tenemos en España para encontrar buenos estadistas. ¿Habremos de poner nuestras esperanzas en la presencia de botellas de leche en la puerta de nuestras casas?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 30 de agosto de 2016

DEFINITIVAMENTE: NO.

Veo a Mariano en la pantalla de mi televisor, y durante unos instantes dedico mi tiempo a desarrollar una indagación destinada a tratar de atisbar en el silencio conceptual al que se reduce su perorata, una suerte de inconsciente que me ayude a salvar el pánico que me produce constatar la certeza del que desde hace unos segundos se manifiesta como el mayor de mis miedos; el que pasa por la comprensión, en forma de epifanía reveladora, de que efectivamente es neta y absolutamente consciente de todo lo que está haciendo y diciendo; y es aún más consciente de todo lo que no deja hacer, de todo lo que nos obliga a ignorar.

Redundando por enésima vez en la constatación de que no es sino el cúmulo de dudas que me regala el vivir diario lo que me arroja de manera inexorable en brazos de las certezas procedentes del conocer la Historia; es por lo que un día más vengo a refrendar la tesis por la cual, probablemente, una forma responsable de entender el presente, pase sencillamente por otorgar al pasado el valor que se merece.

La idea me gusta, mas para mi desgracia Mariano ha logrado despertar en el auditorio una suerte de hilaridad procedente de un comentario, no sé si improvisado (¿Improvisado digo? Eso es imposible. Seguro que en la Lógica Mariana no cabe una improvisación en mitad de un Discurso de Investidura, aunque ésta vaya a ser fallida). La respuesta se desliza hasta mí con suavidad, pues el nombre de Pedro SÁNCHEZ acaba de aparecer, y ello pone fin a cualquier concesión a la inteligencia, por más que ésta fuese a hacer acto de presencia por medio de una improvisación.

Inteligencia, concepto, fallido… ¡Solo los Clásicos pueden ayudarme!

Busco Política, y encuentro rápido una aseveración: Es la Política el Ejercicio natural al que tienden los Hombres, en la medida en que vivir organizados es la máxima expresión en la que redunda el proceder llamado a permitirles alcanzar el máximo desarrollo de sus facultades.
Es pues la Política un acto de necesidad, y la Demagogia se erige nada menos que en su proceder degenerativo, en la medida en que la Demagogia encierra solo proceder dentro de la esencia destinada a subrayar conceptos allí donde éstos están por existir.

Se abandona así pues Mariano al bello aunque infructuoso arte de pasear a lomos del caballo de la Demagogia. Mas el demagogo, al igual que el niño caprichoso, hacen causa común en el hecho de ser incapaces de ser conscientes de la naturaleza del mal que les alienta en sus correrías. Y ay de aquel que ose despertarles de su sueño.

Por eso no es lo malo que Mariano espere que raudos le acompañemos en su devaneo. No contento con eso, pronto mostrará sus verdaderas intenciones, intenciones que se materializarán en forma de tributo, tributo consistente en la obligación de ver tal y como él lo ve, la composición de todos y cada uno de los paisajes llamados a componer este el escenario al que de manera sorprendente, nos ha conducido.

Pero no todo está perdido. Existen cuestiones, las llamadas sin duda Grandes Cuestiones, que si merecen tal mención es precisamente porque su presencia o la  de sus consecuencias se intuyen en todos y cada uno de los procederes en los que la huella del Hombre esté presente, ya sea en el presente, y qué decir si el menester se hunde en el pasado. Y una de éstas es, sin duda, la procedente de los análisis que al respecto de las mismas se atribuyen al ejercicio de la responsabilidad.
Es la consecuencia el resultado práctico del quehacer metafísico en el que más pronto que tarde acaba por redundar el conocido concepto de la responsabilidad. Pero así como no todos estamos capacitados para entender las consecuencias, a pesar de su condición directa y material; ¿Qué esperar de la capacidad de comprensión del proceder vinculado al ejercicio de la responsabilidad, cuya naturaleza responde a condicionantes estrictamente metafísicos?

Encuentro así pues que no es sino a través del dislate en el que me sume la escucha parcial de las divagaciones a las que me condena el Discurso de Investidura fallida de Mariano; el medio por el que acabaré por entender, quién sabe si definitivamente, la regla llamada a vislumbrar la incógnita del proceso por el que según el Clásico Griego La Degeneración Lógica a la que tiende La Política es, sin duda La Demagogia.

¿Significa que Mariano es un demagogo? En absoluto. O al menos no él solo. Requiere el correcto desarrollo del quehacer demagógico un escenario global perfectamente definido. Actores, secundarios, incluso los paisajes, todo, ha de estar perfectamente definido pues, en contra de lo que pueda parecer, la dosis de improvisación que a priori se puede esperar de la práctica lícita de La Política no tiene aquí cabida pues la condición de artificial del proceder demagógico anula toda expectativa lógica.

Es por ello que si identificamos en la Demagogia el hilo conductor del proceder destinado a explicar la suerte de coherencia llamada a aportar orden dentro del desbarajuste al que parece tender la actividad Política en nuestro país; indirectamente habremos de asumir que es esta mima Demagogia la llamada a instruirnos en el proceder de todos y cada uno de los protagonistas del paisaje refrendando. Y esta afirmación incluye especialmente al Sr. SÁNCHEZ, incluyendo su supuesto no porque no.

Es la Política mucho más que una forma de entender la Vida. Podremos decir de hecho que la Política es en sí misma, una determinada forma de vivir. Por ello, cuando la Política cambia, cuando la forma de hacer Política cambia (cuando triunfa la Demagogia), el verdadero problema no es sino la aceptación de que es la Vida la que verdaderamente ha cambiado.

Es entonces cuando llega el momento de comprende que no es sino asumir, lo llamado a convertirse en el nuevo quehacer del Hombre. Asumir que no vivimos, que, a lo sumo, aspiramos. Aspiramos a ser, a sentir, a indagar. Y aquellos afortunados, los llamados a saber que saben, pueden hacer de su Vida un eterno retorno, pues sabedores de los sinsabores a los que el saber les condena, se erigen en único dueños de la Vida, separando la certeza del rayo de la incógnita nebulosa del trueno…
Para los llamados a necesitar de un ejemplo, tal vez una metáfora humana les baste: Don Quijote, sabía.

Pero saber no es fácil. Para ser más exacto, vivir sabiendo no resulta en absoluto sencillo. Es más, a menudo, si no estás preparado, la acción continua de saber, redunda con su perturbador eco en la a menudo acción pasiva de vivir. Es así que para vivir basta. Basta con respirar, con dejar pasar. Incluso con soportar. Por el contrario, vivir sabiendo exige de una toma de postura, es en sí misma una cuestión proactiva. Una cuestión que redunda de manera natural en el desarrollo de efectos, efectos que tienen sus causas en los que viven sabiendo.

Y Don Quijote sabía. Su ¡…que no son molinos Sancho, que son gigantes! Encerraba muchas y muy variadas cuestiones. Cuestiones tan variadas, y a la vez tan importantes, que han sido objeto del interés ya fuera éste consciente o inconsciente de autores posteriores. Así lo desvela la oscuridad de Ferdinand LaSalle cuando la frustración motivada por el Hombre le lleva a afirmar: No nos señaléis el fin sin los medios, pues medios y fines se hallan de tal modo ligados en este mundo que si cambian los unos cambian los otros, y cada senda distinta tiene otros fines.

Así que, Mariano, de la lectura atenta no tanto de tus palabras, sino más bien de tus silencios; obtengo, supongo que muy a tu pesar, la certeza de que no ya el Sr. Sánchez, como sí más bien su “No”, no es que estén acertados, sino que encierran en sí mismos la única opción posible. Todo lo demás no es sino Demagogia, o como dice Maquiavelo en Instrucciones a Rafaello Girolami: “A veces las palabras han de servir para disfrazar los hechos. Pero esto se debe hacer de tal manera que nadie se dé cuenta; o, si se notase, es preciso tener dispuestas las disculpas para poderlas interponer inmediatamente.”

Así pues, Sr. Sánchez, le queda la labor más difícil. La que pasa por constatar que la Demagogia no ha triunfado del todo. La que pasa por constatar que aún hay espacio para la Política. Curiosamente a partir de algo tan aparentemente restrictivo como es un “no”, habrá de erigirse la mayor fuente de afirmaciones que existe, la que procede del noble arte del ejercicio de la Política.

Pero recuerde Sr. Sánchez. No puede traicionarnos. De hecho, llevamos siglos vigilantes, pues siglos lleva el camino marcado:

Que vuestra palabra sea sí, sí, no, no; lo que se añade es espacio para la maldad.
Mateo 5:37


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 7 de junio de 2016

EL PRESENTE VACUO. EN REALIDAD UNA RENUNCIA VINCULADA AL FUTURO.

Abrumados por los profetas de la sinrazón, postergados en nuestras catastrofistas reflexiones no ya tanto por los que postulan un desatino en lo que habrá de venir, como sí más bien por los que se empecinan en distraernos de nuestra primera y básica obligación, a saber la que pasa por saber transitable no tanto la travesía que habrá de venir, como sí más bien la que hace referencia a la superación de la corriente que ahora mismo amenaza con arrastrarnos con su impetuosa fuerza; es cuando al contrario de lo que parece ser lo comúnmente expuesto que yo voto por pararnos, valorar y, si no supone un esfuerzo demasiado grande (en realidad si no es así es porque no merecerá realmente la pena), reflexionar en pos de encontrar no tanto respuesta a lo que parece está por venir, sino más bien a lo que constituye ya en sí mismo una realidad clara y distinta. Pese a quien pese, hoy por hoy, la única realidad.

Inmerso en un proceso de permanente evolución, el Hombre Moderno, o por ser más concisos, la idea de que de sí mismo éste tiene, transita por un proceso que se inicia con su propia superación, para terminar alcanzando una suerte de clímax al que se llega cuando en principio no ya él mismo, sino más bien el análisis pormenorizado de las circunstancias en las que incurre su devenir, arrojan sobre él la conclusión de su preponderancia, amparada en una suerte de exclusiva consideración.

Abrumado entonces por abrumarse, el Hombre Moderno sufre una catarsis. Es entonces cuando, teniendo claro quién sabe si por primera vez la dirección en la que ha de encauzarse la búsqueda de sus principios, toma las primeras decisiones las cuales no por viscerales, apuntan a tener consecuencias menos estructurales.

Así que de manera parecida a cuando Saulo se cayó del caballo, la realidad, o al menos la interpretación que de la misma estamos capacitados para hacernos, surge de manera aparentemente clara y distinta, conciliando no tanto en torno a sí misma, cuando sí más bien en torno al especial modo de acceder a la misma; alimentando de manera evidente una suerte de consideración amparada en la especulación, que hará de la persecución del futuro no ya la más adecuada, a saber la única disposición hacia la que habrá de tender el Hombre.

Se suprime pues la conversación, para abandonarnos a los deseos. Se renuncia al valor absoluto de lo que es, para apostar por la inseguridad de aquello que puede, o no, llegar a ser. El presente queda reducido a un testimonio, el futuro es en sí mismo el único tiempo verbal en el que se permite conjugar la vida.

Así y solo así, desde las consideraciones propias de un mundo real, que parece más bien de Ciencia Ficción podemos, de alguna manera, aspirar no ya a vivir de manera coherente, lo que hoy resulta toda una utopía; como sí más bien a convertir en transitable un presente que está lleno de obstáculos, la mayoría de los cuales han sido puestos por los mismos que hoy aspiran, otra vez, a erigirse en los capitanes que habrán de llevar a puerto el barco en el que todos nos hallamos.

Y en medio de la chanza, como prueba máxima y a la sazón evidente de la perversión en la que nos encontramos instalados, la prestidigitación se abre paso como mecánica competente para desentrañar el último de los misterios, el destinado a explicarnos la última estafa. La que pasa por constatar como nos han robado el presente, a base de prometernos el futuro.

De la ilusión no como posibilidad premonitoria, sino como falacia especulativa.


Luis Jonás VEGAS VELASCO,