martes, 26 de abril de 2016

FELICIDADES, A QUIEN CORRESPONDA.

Referido a los últimos acontecimientos, y vinculado quién sabe si al debate que en muchas ocasiones se pone de manifiesto al tener que diferenciar entre lo justo, y lo verdaderamente adecuado; lo cierto es que a la vista de la necesidad de tener que decidir sobre la conveniencia o no de la ya a estas horas, nueva cita electoral, bien podríamos decir, sin ánimo de caer en lo superficial, que como Jack NICHOLSON le dice  Tom CRUISE en “Algunos Hombres Buenos”: “…Hoy puedes creer que tus actos son correctos, pero solo el tiempo demostrará el verdadero daño que le has inflingido a esta nación.”

Lejos de entrar siquiera de pasada en debates tales como si la nueva cita electoral constituirá o no en sí misma una muestra del éxito dentro de la larga y prometedora carrera en la que se encuentra inmerso nuestro “Modelo Democrático”, no me abstendré en absoluto de decir que por encima de otras consideraciones de carácter en sí mismo necesario, la clara consideración  contingencia a la que a partir de este momento habrá de enfrentarse el que muchos tienen ya asumido como un largo talante democrático, tan largo que como hemos de recordar no han dudado en exportarlo por todo el mundo, en ocasiones incluso por medio de las Fuerzas Armadas; ha sufrido hoy un más que duro revés.

Así, solo el tiempo podrá dilucidar no ya quién ha ganado, a lo sumo quién ha perdido menos, a partir de las consideraciones que necesariamente habrán de extraerse del hecho tal como es el de contrastar la veracidad de la que la realidad es mordaz resumen a saber, que después de cuatro meses sin Gobierno, y tras sufrir un más que largo, agotador proceso del que sin duda las más profundas estructuras del Estado acabarán por mostrar su deterioro en cuanto tengamos un instante para escucharlas; este país, o más concretamente sus representantes, se han mostrado no ya incapaces, yo diría mejor abiertamente inútiles, para llevar a cabo no ya su trabajo, a mi no me gusta reducirlo a tal; como sí más bien su función.

Es por ello que antes de pasar a las cuestiones de carácter más cuantitativo, como son las propias de buscar no ya culpables, sino abiertamente alguien sobre quien cebar las culpas; si que me gustaría llamar la atención sobre una cuestión que por abstracta, sin duda que pronto pasará desapercibida, toda vez que en la vorágine que seguro a partir de mañana se orquestará, ya nadie se pondrá en disposición de valorar.
Esa cuestión no es otra que la que parte de tratar no ya de averiguar, a lo sumo de percibir, la magnitud del daño que se le ha causado al sueño de modelo de estado sobre el que muchos depositan todas sus esperanzas, en tanto que de verdad, llevan años creyendo firmemente que de verdad es éste un país moderno, verdaderamente asentado sobre sólidas estructuras democráticas, de las cuales ciertamente cabe esperar serán capaces por sí solas de articular toda suerte de procederes destinadas, como buen analgésico, a paliar cualquier dolor procedente de algún traumatismo inducido por los malos, en alguna muestra de sus continuos ataques.

Será precisamente a esos, mis queridos políticos, a los que habréis de dirigir la mirada sin tardar mucho, probablemente a partir de mañana mismo, una vez vuestra ceguera mercantilista os ponga ya en modo electoral, y tal disposición se traduzca en la superación de los mensajes de frustración hasta hace unas horas imbricados, para pasar, sin solución de continuidad, a los mensajes/falacia a los que para nuestra desgracia nos tenéis acostumbrados.

Porque muy probablemente lo que subyace a esa condición de costumbre en la que digo navega la voluntad del electorado, sea precisamente el hecho de que entre mentira y mentira habrían de discurrir, al menos hasta ahora, cuatro largos años. Sin embargo, en este caso, apenas habrán transcurrido seis meses.
Una cuestión se presenta entonces como única consideración inquisitiva, la que pasa por verificar quién de los implicados será más rápido a la hora en este caso no tanto de promover sus promesas, como sí de borrar sus huellas.
¿Cuánto tiempo le llevará a Pablo IGLESIAS borrar los efectos de la cal?
¿Será capaz el Sr. SÁNCHEZ de salir indemne de la infección programática a la que le ha conducido sin duda el revolcón dado con CIUDADANOS?
¿Cómo llevará el Sr, RIVERA pasar del posado en pelotas, a tener por fin que claudicar al traje y la corbata, sin duda azules?
Del Sr. GARZÓN ni hablo. Observo solo como se diluye…

Y en medio de todo, y lo peor de todo, que ejerciendo de convidados de piedra, la población española; asistiendo en silencio, por incredulidad más que por convicción, a un espectáculo que no por esperado, resulta menos patético.
Un espectáculo que, no lo dudemos, tendrá consecuencias. Unas consecuencias cuya magnitud, o por ser más exactos, por el contraste que se da entre esa magnitud, y la laxitud de los protagonistas, a saber nuestros políticos, solo podrá ser asumida que no medida, cuando el paso del tiempo revierta sobre nosotros, como el mal con los cadáveres, todas las consecuencias de carácter estructural.

Porque si de algo no debemos olvidarnos, es de que así como la Política es el reflejo de una Sociedad, aquéllos llamados a representarnos en el ejercicio de la misma, son por procedimiento nuestro reflejo. Por ello su fracaso es nuestro fracaso, no el de la Política, pues ésta, como abstracción, resulta inabarcable, sobre todo para agredirla con semejante menosprecio.

Preguntémonos pues qué hemos podido hacer para merecer no ya una representación tan mediocre, como sí más bien tan alienada, carácter que adquiere toda su dimensión si lo asumimos desde el punto de vista del evidente distanciamiento que actualmente existe entre el político, y la realidad de la calle a la que no lo olvidemos, en algún momento creyó representar.

Veamos qué podemos responder a tamaña cuestión, y decidamos después si nuestro papel en el espectáculo es como pensamos de meros espectadores, o por el contrario estamos dentro del listado de personajes principales.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


martes, 5 de abril de 2016

ESPAÑA UN PAÍS GENEROSO.

Es España, sin duda, un país generoso. No ya la frase, probablemente ni la opinión, son en el fondo mías. No ya responden, son extracción directa, de una entrevista que en su momento Dª. Pilar DE BORBÓN concedió a Antena 3 Televisión.

Corrían sin duda otros tiempos. Tiempos en los que no ya D. Juan Carlos, sino más bien la Corona, se sentían intocables. Eran aquellos tiempos en los que todos creíamos volar, aunque luego la realidad se encargara de demostrar que solo unos pocos volaban más alto y más lejos que otros. Tiempos en los que en mayor medida, muchos eran los que se conducían como auténticos pájaros.

Pero nuestro aquí y nuestro ahora, más que haber cambiado, no hace sino poner de manifiesto lo mucho que nos perturba el no haber sido partícipes a título personal de las esencias que tras ese cambio se oculta. Así, el deseo de ser palomas ha evolucionado hacia la voluntad de ser halcones. Y al final nos despertamos con la resaca que depara el saber que no somos, a lo sumo, más que meros y soeces buitres.

Amanezco pues con nada más que con el baño de realidad que la actualidad me depara, y es que me encuentro arrinconado con el recurrente deseo que acudir al nihilismo me  produce cuando veo a la Infanta mayor (sí, el todavía hoy Rey honorífico también tiene hermanas, y por cierto, tenía hermano), decir que efectivamente, España es un país generoso. Así cuando le pides, da.
Se trataba sin duda, de otros tiempos. Los tiempos en los que si bien España como institución aún recordaba las pesadillas con las que su Historia le atormentaba por las noches; los españoles parecían haber firmado un pacto no ya de silencio, más exacto sería decir de ficción pues las bases en las que el mismo se sustentaban parecían arte y objeto del guionista de Juego de Tronos.
Y como parte especialmente vinculante de tamaña ficción, la relación que cada español mantenía no ya con su institución, cabría mejor decir con su Rey, resultaba especialmente vinculante.

Hablo de aquellos tiempos que se resumían en el conocido lema: “España puede que no sea monárquica, pero es sin duda Juancarlista”.

Es por ello que una vez caído hoy por hoy el telón, el velo que algunos dirían, que han quedado desvelados muchos, por no decir todos, de los espectáculos que durante años han acompañado a nuestra Historia. Espectáculos de los que en su mayor parte no es que sean responsables sus auténticos protagonistas en tanto que agentes activos; como sí más bien lo hemos sido quienes lo hemos permitido, o en mayor o menor medida consentido, toda vez que con el silencio cómplice lo hemos justificado.

Porque si en algo tenía razón el otro día la Infanta era, precisamente, en lo generosos que los españoles hemos sido con Los Borbones.
Generosos en este caso, no tanto en relación a lo que les hemos dado, como sí más bien diría yo en lo que hemos preferido guardarnos. Porque curiosamente si de algo podemos estar orgullosos los españoles en lo que concierne a nuestra relación para con la Institución Monárquica, ése algo no estriba precisamente en lo que les hemos dado, pues todo aquello que pensaba les pertenecía, se apropiaban ellos de motu propio. Habrá pues que buscar el motivo de nuestro orgullo precisamente en lo que nos hemos contenido, en lo que hemos preferido guardarnos.

Por ello, Dª Pilar, fíjese si somos generosos en España que, como ya hicimos con la familia del Dictador, no solo no consideramos necesaria su expulsión, sino que más bien, quién sabe si como castigo, obligamos a todos sus integrantes a imbuirse en el seno de la chusma, obligándoles a confundirse  con la esencia de todos aquellos a los que durante decenios despreciaron; participando, aunque solo fuera de oídas y por un instante, de las emociones vitales que conforman el devenir de los que estaban llamados a ser, como mucho, Siervos de la Gleba.

Por ello hoy, Dª Pilar, asistimos a un espectáculo tan bochornoso, que ni tan siquiera de su debatirse puede extraerse ni promesa de satisfacción. Así, la abdicación no es que removiera conciencias, más bien puso de manifiesto que de tales no andábamos lo que se dice muy sobrados. Así, D. Juan Carlos y sus acciones, y quién sabe si sus dejaciones, mataron al Juancarlismo.

Por ello, Dª Pilar, que usted espere poder ocultar las miserias que personifica, y que precisamente por su cargo a usted sola no pertenecen, no hace sino poner de manifiesto lo generoso que efectivamente es este país. Un país que ha pasado de no dejar al heredero casarse con la hija de una divorciada, a presenciar hoy mismo como una Reina, divorciada ella, se pone en ridículo al montar una escenita a un vasallo que no solo no le estaba sacando una foto, sino que ni siquiera le estaba prestando la ¿debida atención?

Por ello fíjense si somos generosos, que les dejamos seguir, haciendo buenos a sus antepasados, a la vista de la calidad de los actos de los actuales.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.