miércoles, 21 de abril de 2010

SÓLO EL PENITENTE PASARÁ.


Así reza, de forma clara y, tal y como le ocurre a la mayoría de las cosas que hechas por el hombre lo están con verdadero sentido, ganando fuerza e incluso poniéndose de actualidad a cada minuto que pasa.


A las “Crónicas de San Anselmo” les pasó, como a muchas de las obras que esperaban para ocupar su lugar en el catálogo de obras canónicas de una Religión, en este caso la Católica, que no pasaron el corte. El motivo aducido en este caso fue un tanto futil, y como en tantos otros casos, retorcido por lo iracundo del ataque a la Ciencia que velaba: “ Su supuesta alusión a las claves para encontrar el Grial, con la sangre de Cristo Nuestro Señor las convierten en poco menos que en ignominiosas.” Ese fue poco más o menos el veredicto que la obra de Anselmo recibió, a la vez que por poco ve peligrar su canonización, a lo largo de aquél largo, larguísimo proceso que finalizó con la conformación definitiva de eso, del Catálogo Oficial de Obras que conforman con permiso episcopal las referencias válidas a la Vida y Obras de Jesús.


En definitiva, aquella mañana en la que el Concilio entró en la Capilla Sixtina para comprobar cuales eran los ejemplares que, según la voluntad de Dios, a quien no lo olvidemos habían decidido encomendar la misión, seguían sobre la mesa. Y claro, como era de suponer el libro de San Anselmo no estaba entre los escogidos a mantenerse sobre la mesa. Es mas, algunos pensamos que si hubiera cabido la menor posibilidad de ver por una rendija cómo había tenido lugar el presunto “milagro”, habríamos comprobado sin el menor lugar para el sonrojo, que era uno de los primeros en caer.


Y hoy, no ya las “Crónicas de San Anselmo”, sino más bien de nuevo los métodos de la Iglesia Católica son los que nos traen a colación de nuevo la necesidad de cuestionar no ya los procedimientos, sino incluso la génesis de una estructura que, no lo olvidemos está creada por hombres, para gobernar a los hombres, guiada eso sí por procedimientos sacrosantos cuando no divinos.


La excusa de que la Iglesia es falible en tanto que hecha por los hombres, pero infalible en tanto que guiada por Dios, es un razonamiento que ya clama al cielo, en todas sus concepciones. La actitud goyesca, cuando no ya de absoluto desprecio mostrada no por sus dirigentes, de los que semejante actitud es predecible, sino ya incluso por algunos cuya posición en sus escalas jerárquicas les hace ser poco menos que el último “mono de la canasta”, convierte la actual situación que vivimos con la Iglesia no ya sólo en insoportable, sino en realmente peligros.


Debemos ser inflexibles con el Pecado, y piadosos con el Pecador.” Esa ha sido la única manifestación pública que hasta el momento ha brindado en público su máximo responsable, Benedicto XVI. Es curioso como funciona la Historia. Por eso arrojásteis lejos a San Anselmo, porque trece siglos después seguís sin tener claro eso, “Que sólo el penitente pasará.”



Luis Jonás VEGAS

ABRIL DE 2010.

viernes, 16 de abril de 2010

MARTES Y 13, DE LA SUPERSTICIÓN AL PRESENTE, PASANDO POR EL PÁNICO DE LA IGLESIA.


Nos enfrentamos hoy, un día más, a uno de los hechos más curiosos a los que el Ser Humano hace referencia cuando a menudo renuncia a priori a su condición de sujeto pensante por excelencia, para retroceder en el tiempo y en la evolución de su cerebro y dar así más importancia al Córtex cerebral, haciendo que afloren los instintos, retrocediendo con ello a las interpretaciones instintivas; retrocediendo con ello de nuevo a la mitología, para volver en este caso del Logos, al Mito.

En uno de estos giros maravillosos del Destino, quedaron unidos para siempre Ciencia, Mitología, Azar y en una palabra la mayoría de aspectos importantes que mantienen unidos al Ser Humano. La causa, como casi siempre, la búsqueda de respuestas; el hilo conductor Nicolás Copérnico.

La muerte de Nicolás Copérnico, acaecida en 1543, no iba, por más que así lo pretendieran en principio los miembros del Colegio Cardenalicio, a dejar tranquila a la Iglesia Católica.

Tal y como dejó sentenciado a sus editores, a partir de 1544, esto es, un año después de su muerte, sus editores publican:” De revolutionibus orbium coelestium” La obra genial en la que se concentran 25 años de intenso trabajo investigador, y en la que se pone a prueba la maravillosa teoría Heliocéntrica. Aquella en base a la cual el Sol y no la Tierra es el Centro del Sistema Solar.

Por más que el Papa Pablo III pusiera el grito en el cielo, máxime cuando la Iglesia tenía en ciernes su Concilio, que sería el Concilio de Trento, aquél en el que a la sazón la Iglesia Católica impone el Dogma como elemento imprescindible sin la aceptación del cual no es posible decirse miembro de su Iglesia, les pasa desapercibido una pequeña obra “El ARRS INDÖMITA”. (EL ASTRO INDOMABLE”, en el cual COPÉRNICO habla por primera vez de la existencia de Cuerpos Celestes Errantes, a modo de la concepción del Cielo Griego, los cuales podrían irrumpir en las trayectorias de los planetas.

No contento con eso, fija para el MARTES Y TRECE DE OCTUBRE DE 1582 LA FECHA EN LA QUE UNO DE ESOS CUERPOS CAERÁ EN LA TIERRA CAUSANDO LA DESAPARECIÓN DE TODA FORMA DE VIDA SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA.

Del libro apenas se imprimen 100 ejemplares, los cuales lo son en papiro, a fin de que cualquiera que sea atrapado por la Inquisición en poder de un ejemplar, pueda hacerlo desaparecer con facilidad, incluso comiéndoselo si es perentóreo.

La Iglesia no mide bien las consecuencias de esa obra hasta que alguien en el seno del Vaticano pone en evidencia la cuestión. “Si el Astro errante es la voluntad de Dios, esta en contradicción consigo misma ya que entonces, si la obra directa de Dios va a matar a todos los hombres. ¿Qué sentido tiene entonces el Santo Temor de Dios inspirado en el “Juicio Final”, si al final todos pereceremos bajo la misma mano.?

Las consecuencias son así terribles. Si al final resultase que nada ni nadie puede salvar al Hombre, es cual estaría condenado según la voluntad de Dios a defenestrar bajo su dedo, la anarquía podría adueñarse de Europa y por ende del Mundo Conocido, a la vez que haría verdaderamente ingobernables para los intereses de la Iglesia los años que quedaban hasta ese fatídico martes 13 de octubre de 1582.

Para ese momento, la máquina de la Inquisición, brazo armado de la Iglesia, ya había desplegado por Europa su red, a la búsqueda del fatídico libro. A la muerte de Pablo III se habían recuperado 83 ejemplares. Pero al enterarse Pio V de la Historia tras su nombramiento, por 1566, todavía quedaban 3 ejemplares fuera del control de la Iglesia.

En mitad de estas tensiones, y con la propias de los sucesivos fracasos del Concilio de Trento, un joven Dominico Holandés, con formación doctrinal obtenida entre otras en la Universidad de Salamanca, solicita autorización para desarrollar una investigación en la Biblioteca Pontificia. Sus magníficas credenciales le franquean el paso de tan ingente lugar.

Otto Van-Stieger, que es el nombre del joven fraile, solicita audiencia con el Papa Gregorio, el cual ve la posibilidad de celebrar una charla docta con un erudito. Pero los planes no salen como él imagina.

Van Stiegger le informa de que él es el último poseedor vivo de un ejemplar del “Arrs Indómita.”. Así mismo pone a Gregorio al Corriente de que es netamente conocedor de las repercusiones que tendría para el poder terrenal de la Iglesia la caída en malas manos de aquella obra, por ejemplo en las de luteranos o cualquiera de los otros grupos reformistas.

Preguntado por la situación de aquel último ejemplar, responde que la mejor forma de esconder un árbol, es ocultándolo en un bosque. Así, el libro ha quedado escondido entre la multitud de documentos que pueblan la biblioteca Vaticana, lejos de ojos indiscretos, pero siempre a su disposición.

Nada más trasciende de aquella conversación. Tan sólo que el joven holandés es nombrado Primado de Florencia, una de las sedes más ricas de la Iglesia, donde pasará a llevar una vida de desenfreno. Esta terminará de forma violenta cuando acaba con sus huesos y los de la ramera que le acompañaba bajo las patas de los caballos de un destacamento de su propoa guardia.

Solucionado aquél contratiempo, sólo queda la pregunta de qué hacer con el dichoso martes trece de octubre de 1582. “Si pudiésemos hacerlo desaparecer” es el clamor del Carmalengo del Papa Gregorio. Pues dicho y hecho,para eso soy el Papa, y estoy en pleno Concilio.

Si observáis con atención, el paso del Calendario Juliano al Gregoriano, fruto también del Concilio de Trento, hace que se pase del “Jueves juliano, 4 de octubre, al viernes gregoriano, 16 de octubre, de 1582.”

Así, no sólo se libraron del molesto martes y trece, sino que le dieron al “ARRS INDÓMITA dos días de margen, por si acaso Dios tenía atrasado su reloj.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

ABRIL DE DOS MIL DIEZ.

martes, 6 de abril de 2010

LA IGLESIA ANTE SU PRESENTE.


El presente artículo viene a demostrar, una vez más, que el paso del tiempo es a menudo el ilusorio sustituto del progreso. La causa es evidente, y se pone de manifiesto si cabe de manera más cristalina en estos días, los cuales son o deberían ser de supuesto recogimiento para aquellos que dicen creer en lo que predican, así como para aquellos que debería a su vez predicar con el ejemplo.



A menudo resulta llamativo comprobar como resulta mucho más productivo escuchar que contar, oir que decir. Si bien es cierto que cuando habla, uno sólo dice lo que sabe, cuando se escucha se corre el riesgo de aprender algo. Si bien este aforismo, por ser estéticamente apreciable, no resulta siempre verosímil; así en el caso de la Iglesia Católica se cumple sólo a medias ya que si bien basta con escucharles para aprender, concretamente lo que no hay que hacer, resulta igualmente cierto comprobar como ellos solos se encargan de desacreditarse al hacer realmente complicado el dotarles de cualquier género de verosimilitud en lo que concierne a sus juicios, y por encima de todo a sus argumentos. Creo poder afirmar que, una vez más, se les ve flojos en materia de argumentación, sin duda por la falta de práctica.

¿Es realmente posible un distanciamiento mayor de la realidad.? ¿De verdad se creen no todo sino algo de lo que “predican”.? O es que en realidad la pertenencia a la metafísica de sus considerandos ¿Les autoriza para expresarse de forma tan autoritaria hacia la realidad manteniendo a la vez tan alto nivel de asepsia hacia la misma.?. Porque lo cierto es que a veces parece que les viene bien vivir al margen no de la verdad, sino de la realidad. Entonces surge la cuestión: ¿Ese distanciamiento es accidental, o por el contrario forma parte de una estrategia perfectamente diseñada.? Evidentemente, yo creo que la Iglesia Católica ha demostrado en sobradas ocasiones que no deja nada a la improvisación, por lo que nos atrevemos a afirmar que ese distanciamiento respecto de la realidad, que no directamente de la verdad, les faculta realmente para mantenerse operativos en su condición de “dispensadores de tranquilidad espiritual”, porque a eso han quedado reducidos, por no decir a vulgarmente a meros sanadores de almas, que no de espíritus. Resulta evidente tan sólo con mirar, o en este caso con escuchar, para comprobar como la lucha de la Iglesia, lucha ejecutada a base de las armas que aporta el dogma, y en perpetua alianza con la ignorancia, resulta cada vez menos fructífera a medida que se enfrenta con la Ciencia, la cual hace gala de la duda procedimental como arma, caminando de la mano de una cada vez más fortalecida Sociedad del Conocimiento.

En definitiva, y como respuesta a la incógnita de si puede la Iglesia dispensar Moral, entrando en competencia con la axiología, o en cualquier caso disputando certezas a la Filosofía, resultan sobradamente respondidas en base a los bochornosos espectáculos a los que últimamente nos tiene acostumbrados la Iglesia, bien a través de las manifestaciones de sus líderes locales, como puede ser el caso de la lamentable campaña auspiciada por el Sr. Camino, o por las circunstancias promovidas en otro género de actos, como los manifestados por el propio Benedicto XVI.

En definitiva, no olvidéis aquello de “haced siempre lo que yo os digo, pero guardaros de hacer aquello que yo hago.”

Luís Jonás VEGAS

marzo de 2009