martes, 12 de enero de 2016

DE PÁTIMAS, PELAJES Y ¿CÓMO NO? DE OTRAS FACHA”DAS”.

Decía NOVARA, el aspirante a conspirador que se movía en, o más bien contra, la “Corte” de los emergentes el la incipiente Italia de un más incipiente Renacimiento; que efectivamente podríamos definir el hecho de haber caído en desgracia una vez que pudiéramos constatar con absoluta certeza que el vínculo que une todas las cosas se ha roto, y si tal cosa ocurriera no dudéis ni por un instante que es por voluntad de Dios.

Enterrado Novara, y con ello sus especulaciones astronómicas con las que quiso poner coto a Ptolomeo, una vez desaparecidas sus elucubraciones con las que deseó poner coto al mismísimo Sumo Pontífice de Roma, anticipándose con ello al proceso que terminaría con inmolar a todo aquel que osara tomar parte en los procesos destinados a designar a ser una de las personas más poderosas del mundo conocido, tal y como se denota de ser encumbrado a los altares de la tierra como máximo exponente y dignatario del Sacro Imperio Romano Germánico; lo cierto es que lo vislumbrado por aquellos bellos conspiradores, entre los que cómo no, se hallaba un poeta, era el flagrante peligro que para las personas de bien suponían no tanto las instituciones por entonces aún incipientes, como sí más bien la acumulación de poder que de las mismas se difería.

En un presente, el nuestro, en el que si difícil resulta ubicar a Novara, qué decir de Luca Guarico (el poeta); un ejercicio de humildad requeriría el constatar no ya en la astronomía ni en la lírica, sino en la política, la certeza de las palabras que por entonces ya sancionaron el devenir de unos tiempos cuya realidad, hermética para una mayoría, no hacía sino moverse por derroteros netamente previsibles para otros, tal y como una vez más ha quedado suficientemente demostrado.

Caen pues de nuevo los mitos y, de parecida manera a como sucede en la mañana de año nuevo, cuando el anfitrión de la fiesta ha de enfrentarse a la ímproba labor de recoger y deshacerse de los restos dejados por la orgía de la noche anterior; así es como la nueva falacia datada en lo que va a hacer ahora cuarenta años, revela poco a poco no tanto sus puntos flacos, como sí más bien los vacíos multidisciplinares; síntomas a su vez de la operación fallida que ha resultado ser la España supuestamente constituida a partir de aquella cada vez más evidentemente fallida transición.

Porque al igual que una herida mal curada supura, así como una fractura mal colocada funde en falso; así es como este país tiene que empezar a asumir que lo que llevan años vendiéndonos como un supuesto cuento de hadas, se parece en realidad más a un episodio de la saga de Freddy.

Puestos a hacer un análisis de lo que han supuesto los últimos cuarenta años de historia en España; o por ser más precisos, de los esfuerzos que han sido necesarios para tratar no tanto de explicar los acontecimientos, como sí más bien para hacerlos comprensibles; terminaremos por concretar si no un principio de acuerdo, sí la certeza según la cual lo más parecido es lo que ocurre cuando en una familia ni el padre ni la madre ven nunca el día propicio para sentarse a dialogar con su hijo, y reconocerle que efectivamente es adoptado. Dejan pues el tiempo pasar y claro, la tragedia se desencadena cuando el niño accede a tal información por fuentes que no son las adecuadas. Si es que, ¡ay que ver qué malos son los niños! ¡Qué capacidad para hacer el mal!

Algo parecido sentimos la mayoría de españoles cuando en la mañana del pasado lunes la señora Ripoll, a la sazón abogada que ejerce la representación del Estado en el juicio en el que está imputada, cuando menos de momento, la Señora Cristina Federica de Borbón; nos espetaba a la cara que eso de que Hacienda somos todos, no es más que un slogan publicitario o sea, algo que desde luego carece de la fuerza suficiente como para impulsar, y mucho menos sustentar, una acusación penal.

A mediados de aquel mes de julio Alfonso duque de Bisceglie, el marido de Lucrecia Borgia, fue salvajemente atacado en las escaleras de la catedral de San Pedro. Según decían era César el causante de tamaña afrenta. Y los rumores, lejos de cesar se acrecentaron, cuando don Michelotto, el hombre il Valentino irrumpió en las habitaciones del Vaticano donde éste convalecía y lo estranguló.
Y sin embargo Italia no solo sobrevivió, sino que se convirtió en testigo de excepción de El Renacimiento a la sazón, que nadie lo dude, el auténtico Ley Motive de todo este protocolo. Que por qué sobrevivió, por dos motivos fundamentales. El primero es curioso, la ausencia de pasado se traduce en carencia de cualquier tipo de lastres. El segundo, íntimamente ligado al primero, es todavía más hermoso, la desmedida apuesta por el futuro ubicaba en el pasado cualquier conducta procelosa o a la sazón, poco práctica.

Sin embargo y por contraste, la paliza que en este caso la Sra. Ripoll ha inflingido a la idea de España ha sido de tal consideración, que no sería exagerado ni mucho menos desmedido afirmar que duramente se restablecerá de sus efectos.
Porque si bien la Corona es un símbolo, resulta lícito suponer que lo representado por la misma, su significado, ha de ser, en tanto que merecedor de ser representado, mucho más importante que lo representado. Mas al contrario cuando el Estado necesita atacarse a sí mismo para mantener supuestamente intacta, la dignidad de aquello que es por naturaleza un símbolo, está condenando indefectiblemente la condición de lo en sí mismo representado.
De esta manera, así como Michelotto empleó sus manos para quitar la vida a Alfonso convencido de que un sacrificio resultaba imprescindible para garantizar la prevalencia de los modelos existentes; es como queda constituido el contexto actual en el que  el desenfreno con el que el propio Estado se practica la autolisis en forma de esa frase: “Hacienda somos todos” se corresponde a lo sumo con un slogan publicitario de los años noventa, solo puede identificarse con los efectos que una intoxicación  produce en las mentes de quienes una vez perdida la noción de su presente, no dudan en sacrificar el destino de su futuro.

En consecuencia, el grado de desafección desde el que unos y otros, en especial quienes tienen porque siempre han tenido algo que decir, contemplan todo lo que está ocurriendo; me conduce a poder afirmar a ciencia cierta que algo realmente gordo está a punto de ocurrir. Tal vez y en realidad tratar de identificar la naturaleza de lo que está por venir resulta algo tendencioso. Sin embargo a lo que sí que estoy dispuesto a jugarme mis últimos euros es a que de lo que hoy por hoy constituye nuestro presente, en menos tiempo del que podemos llegar a imaginar no quedará ni el polvo…


Luis Jonás VEGAS VELASCO.