martes, 7 de junio de 2016

EL PRESENTE VACUO. EN REALIDAD UNA RENUNCIA VINCULADA AL FUTURO.

Abrumados por los profetas de la sinrazón, postergados en nuestras catastrofistas reflexiones no ya tanto por los que postulan un desatino en lo que habrá de venir, como sí más bien por los que se empecinan en distraernos de nuestra primera y básica obligación, a saber la que pasa por saber transitable no tanto la travesía que habrá de venir, como sí más bien la que hace referencia a la superación de la corriente que ahora mismo amenaza con arrastrarnos con su impetuosa fuerza; es cuando al contrario de lo que parece ser lo comúnmente expuesto que yo voto por pararnos, valorar y, si no supone un esfuerzo demasiado grande (en realidad si no es así es porque no merecerá realmente la pena), reflexionar en pos de encontrar no tanto respuesta a lo que parece está por venir, sino más bien a lo que constituye ya en sí mismo una realidad clara y distinta. Pese a quien pese, hoy por hoy, la única realidad.

Inmerso en un proceso de permanente evolución, el Hombre Moderno, o por ser más concisos, la idea de que de sí mismo éste tiene, transita por un proceso que se inicia con su propia superación, para terminar alcanzando una suerte de clímax al que se llega cuando en principio no ya él mismo, sino más bien el análisis pormenorizado de las circunstancias en las que incurre su devenir, arrojan sobre él la conclusión de su preponderancia, amparada en una suerte de exclusiva consideración.

Abrumado entonces por abrumarse, el Hombre Moderno sufre una catarsis. Es entonces cuando, teniendo claro quién sabe si por primera vez la dirección en la que ha de encauzarse la búsqueda de sus principios, toma las primeras decisiones las cuales no por viscerales, apuntan a tener consecuencias menos estructurales.

Así que de manera parecida a cuando Saulo se cayó del caballo, la realidad, o al menos la interpretación que de la misma estamos capacitados para hacernos, surge de manera aparentemente clara y distinta, conciliando no tanto en torno a sí misma, cuando sí más bien en torno al especial modo de acceder a la misma; alimentando de manera evidente una suerte de consideración amparada en la especulación, que hará de la persecución del futuro no ya la más adecuada, a saber la única disposición hacia la que habrá de tender el Hombre.

Se suprime pues la conversación, para abandonarnos a los deseos. Se renuncia al valor absoluto de lo que es, para apostar por la inseguridad de aquello que puede, o no, llegar a ser. El presente queda reducido a un testimonio, el futuro es en sí mismo el único tiempo verbal en el que se permite conjugar la vida.

Así y solo así, desde las consideraciones propias de un mundo real, que parece más bien de Ciencia Ficción podemos, de alguna manera, aspirar no ya a vivir de manera coherente, lo que hoy resulta toda una utopía; como sí más bien a convertir en transitable un presente que está lleno de obstáculos, la mayoría de los cuales han sido puestos por los mismos que hoy aspiran, otra vez, a erigirse en los capitanes que habrán de llevar a puerto el barco en el que todos nos hallamos.

Y en medio de la chanza, como prueba máxima y a la sazón evidente de la perversión en la que nos encontramos instalados, la prestidigitación se abre paso como mecánica competente para desentrañar el último de los misterios, el destinado a explicarnos la última estafa. La que pasa por constatar como nos han robado el presente, a base de prometernos el futuro.

De la ilusión no como posibilidad premonitoria, sino como falacia especulativa.


Luis Jonás VEGAS VELASCO,