jueves, 19 de noviembre de 2015

SOLTAD A LOS PERROS.

Pero luego que nadie se llame a engaño, ni diga que esto no era lo que entonces se imaginaba; y por supuesto que no se le ocurra decir que algunas de las cosas que estarán entonces por venir responden a daños colaterales.

Es así que en mi paseo virtual, en el que me atrevo a adentrarme a diario en la escenografía europea, por medio del cual tomo poco más o menos la temperatura a mis semejantes; que llevo meses observando hasta qué punto patrones otrora olvidados, emergen. Y lo hacen por supuesto con renovados bríos.

Verdaderamente asustado, de hecho por ello me atrevo a contarlo, por lo irracional del camino que atisbo se está tomando; aún a riesgo de ser acusado de historicista, cuando no abiertamente de revisionista, que detecto en la lectura de la humedad y la temperatura del aire que me rodea visos ciertamente comparables con los que de una u otra manera recorrieron Europa hace ahora justo setenta y cinco años. Y que a nadie se le olvide, aquellos vientos redujeron el continente a la consideración de erial.

Hechas todas las salvedades, incluso las que formen parte de los condicionantes que de una u otra manera estén por llegar, lo cierto es que redundo de nuevo en la confesión de mi miedo. Miedo que puedo asegurarles no me convierte, al menos necesariamente, en un cobarde.
Porque de parecida manera a que no es cobarde quien no se pone en la línea de acción de una bomba que se sabe a punto de estallar, en cuyo caso diremos que su conducta es lógica; de parecida manera a cuando consideramos como cívica la acción por la que detenemos nuestro vehículo ante un paso de cebra cuando por el mismo transitan ancianitos; de parecida manera yo me atrevo a decir que no resulta para nada conveniente pensar una vez más (de nuevo) que en Europa podemos reconducir tensiones por medio de bombas, bombas que tengan ustedes del todo por seguro que no respetarán pasos de cebra, ni ancianitos, ni nada de  nada.

Porque una vez los perros de la guerra campen de nuevo a sus anchas por Europa, de solo unas cuantas cosas tendremos absoluta certeza y de entre ellas, la que a mí más nervioso me pone, la de poder afirmar que nada, absolutamente nada, volverá a ser igual.

Si de verdad consentimos que Europa arda, la conflagración que de la misma resulte adoptará sin duda unas magnitudes solo calificables dentro de los catálogos de la épica. Europa arderá una vez más, con la salvedad de que en este caso lo hará hasta alcanzar lo más profundo de sus cimientos.

Pero antes de que la sinrazón se apropie de nuestro futuro, echemos aunque solo sea un somero vistazo a nuestro pasado. Así, sin detenernos en detalle, solo una  cuestión me preocupa antes de poder considerar ni tan siquiera remotamente la posibilidad de que como dicen algunos ir a la guerra es la única manera de mantener la paz. Se  trata de una cuestión que una vez pensada pierde su atractivo es más, por su simpleza roza la vulgaridad. Viene a decir algo así: Si Europa ha sido más o menos capaz de superar 75 años de historia sin ceder a la tentación de la guerra; si ha sido capaz de sobrellevar tentaciones que en forma de brutales provocaciones han hecho tambalearse hasta lo más profundo de lo que considerábamos el edificio de nuestra existencia, y a nadie se le ha pasado por la cabeza llamar a los perros. ¿Por qué este aquí y este ahora parecen a la sazón tan proclives a ello?

Siguiendo una pauta que en repetidas ocasiones ha dado sus frutos, propongo resarcir la máxima en base a la cual casi nunca un solo hecho o circunstancia merece ser considerado como el único agente causante o inductor de un determinado hecho o desmán. Siguiendo tal línea de razonamiento, nos encontramos en condiciones de certificar que a mayor rango de afección del hecho analizado, mayores habrán de ser, en grado o en número, las magnitudes de los agentes que entran en juego.
De esta manera, analizando dentro del contexto propio del momento las magnitudes del riesgo considerado, hemos de aceptar que las mismas han de proceder de un hecho tan prominente, que sus magnitudes solo pueden interpelarse desde un rango global.
¿Y qué elemento conocemos en la actualidad que se halla presente en todas y cada una de nuestras observaciones? ¿Qué elemento condiciona de una u otra manera todas nuestras decisiones de una manera hasta hora desconocida?...

Si nos paramos un instante a sopesarlo, en el fondo deja de ser descabellado, y se convierte en casi normal. Siguiendo el denominado esquema de las cosas al que somos propensos, siempre hemos posicionado los procederes económicos como responsables a nivel de detonantes, responsables del inicio de los acontecimientos que luego tendrán su transcripción en lo político, para finalmente albergar su reproducción de modelo dentro de los esquemas políticos que para lograr su implementación se precisen. De hecho en este caso, y para cerrar el círculo, la religión, el último invitado, no solo ha hecho acto de aparición, sino que lo ha hecho reclamando un papel predominante.

Con ello, acabamos diciendo que nos encontramos ante uno de los esquemas más viejos de cuantos se conocen. La guerra al servicio de los intereses, obviamente económicos, de una minoría, elitista, que de nuevo se cree con patente para ponerlo todo, nada más y nada menos, que al servicio del mantenimiento de su posición de dominio.
Una clase elitista que con el cambio de milenio entendió como algo inaceptable aquello que las matemáticas demuestran; que el reparto de bienes finitos entre una población que crece exponencialmente, conlleva necesariamente la reducción del cociente que representa el a cuánto tocamos.

Y a partir de ahí, se trata tan solo de rellenar los huecos.

Provocaron primero una crisis económica cuyas dimensiones, por escatológicas más que míticas, ya debieron de haber levantado sospechas. Pero el vulgo, bien educado y agradecido, decidió ejercer de tal, y aguantó.
Pero como suele ser habitual, ni la nobleza se cansa de pedir, ni el común de sufrir. De ahí que unos y otros lleven diez años embarcados en este extraño baile, del cual solo un monstruo podía salir.

Y el monstruo ha despertado. Una vez superados todos los límites, solo el último queda por ser superado así que, ahora, soltad a los perros. Pero a diferencia de lo que hasta ahora ha ocurrido. No digáis que no sabíais lo que hacíais.


Luis Jonás VEGAS VELASCO,

martes, 17 de noviembre de 2015

DE LA CATARSIS COMO PASO PREVIO PARA EL ABANDONO DE LA PERVERSIÓN. PORQUE ÉSTA NO ES PATRIMONIO DE LOS ACTOS.

Definiendo la precisión en este caso como el momento justo a partir del cual podemos volver a llamar a las cosas por su nombre sin que por ello hayamos de pasar por desalmados, y no por ello menos convencido de que aún así no tardaremos en encontrar no tanto voces como sí más bien voceros dispuestos a hacerlo, es decir a jalear no tanto nuestros nombre sino más bien la pena de la que según ellos somos merecedores no tanto por pensar distinto, sencillamente por demostrar que ellos prefieren no hacerlo (practicar el seguidismo no solo es cómodo, en ocasiones como la que vivimos se muestra además verdaderamente rentable) lo cierto es que considero ha transcurrido no ya el tiempo suficiente para llorar a los muertos, sino más bien el que yo estoy dispuesto a concederles a todos los integrantes de esa caterva que, convencidos de que el ruido y la muchedumbre ofrecen un interesante refugio, han abandonado poco a poco en los últimos días esos refugios constituidos por la mediocridad y lo que es peor, han pensado que la sinrazón en la que parece haberse instalado el mundo va a convertir en menos desdeñosa la sinrazón que en sí misma representa su existencia.

Desde la pesadumbre ética que me produce el constatar la predisposición que el  que se llama Hombre de mi época tiene para causar deterioro moral en los que componen junto a él su aquí y su ahora, considero sinceramente como mi deber ser coherente con la expresión de ese torrente de sensaciones que, sin restar como digo un ápice de intensidad al grado de aflicción que desde el pasado viernes me asola, sí me lleva no tanto a decir, como sí más bien a denunciar, el alto grado de incongruencia desde el que, siempre según mi particular interpretación, se está llevando a cabo no tanto la investigación, como sí más bien la adjudicación de culpas, toda vez que el grado de afección de éstas supera con mucho a la condición atribuible a los particulares en tanto que poseedores de una identidad.

Porque a nadie se le escapa que a estas alturas nadie, absolutamente nadie, ni siquiera haciendo memoria, puede no ya poner cara, ni siquiera recordar uno solo de los nombres que no lo olvidemos, según nos han dicho, son de una manera u otra responsables de los actos que nos han conducido a la aberración que contra lo humano se ha producido el pasado viernes. A pesar de ello, o tal vez gracias a ello, todos tenemos una idea aproximada vinculada tanto a quiénes son los responsables, como por supuesto gozamos de una opinión formada en relación a qué es lo que “realmente” perseguían.

Y la verdad es que, de tal afirmación espero no se desprenda una crítica. Si cuando se apaguen las voces de las calles, se despida a los voceros de los platos, y la policía deje de echar puertas abajo en los registros que se están llevando a cabo sin orden judicial; seguimos siendo capaces no ya de pensar, siquiera de tener opinión propia; estaremos en condiciones, muy probablemente, de toparnos con esa sensación que ya Descartes describiera, que pasa por constatar que la verdad, a menudo, se presenta ante nosotros de forma clara y distinta.
Constituirá tamaño momento un instante de gran felicidad ya que, en tanto que clara, la verdad desbordará nuestra capacidad de sorpresa, de manera que solo una cuestión nos quedará por resolver ¿cómo es posible que hayamos tardado tiempo en verla? En tanto que distinta, no existirá un solo elemento que por proximidad conceptual, pueda confundirnos en relación a interpretar qué es aquello que es verdad.

De esta manera, cuando la valentía que se vincula al saber nos envuelva, solo una cuestión nos acuciará, la que pasa por tener que valorar el precio del tiempo que hemos pasado inmersos en mayor o menor medida en las fétidas aguas que envuelven no tanto a la Isla de Ignorancia, como sí más bien a las que poco profundas, siguen promoviendo putrefacción en la Bahía de Manipulación.

Será más o menos entonces cuando comprendamos que la fuerza de la verdad no pasa tanto por comprender que se alía  con los que tienen fuerza para mirar, es que directamente corre a esconderse de los que prefieren no hacerlo. Que no es que adore a los valientes que tienen fuerza para hablar, es que reniega iracunda de los que callan gustosos.

Así y solo así, podremos no tanto comprender, a lo sumo llegar a intuir, que la catarsis a la que están indefectiblemente condenados los que de verdad se creen con fuerza para encontrar algo bueno de todo esto, está más bien dirigida a entender el presente y el pasado, no tanto a promulgar un futuro diferente.
Porque en el pasado hunden sus raíces las injusticias que en forma de abominaciones sociopolíticas llevan decenios por no decir siglos, definiendo la historia de países y continentes como la propia África, o por supuesto Oriente Medio. Lugares que no ya tanto países, obligados casi desde siempre a considerarse en defensa propia como entes de segunda categoría, cuyos conquistadores, ya procedan éstos del devenir activo o del pasivo, han cometido siempre la misma tropelía, la que pasa por ignorar que en todos los lugares, en unos más visibles que en otros, siempre hay seres humanos.

Por eso, cuando las fuerzas de la tierra vuelvan a su lugar, y arrastren consigo a cada cosa hasta obligarla a alcanzar el que se denomina su sitio, esto es, aquél en el que más cómodos se encuentran, detengámonos siquiera un segundo en pos de preguntarnos quién, y lo que tal vez resulte más esclarecedor, por qué, se ha decidido concretamente eso, el lugar que efectivamente decimos que han de ocupar.

Entonces y solo entonces, y no tanto por la ficción de comprender, como sí más bien por la paradoja que procede de la satisfacción que en este caso provoque el no poder hacerlo, lleguemos a intuir el porqué no tanto de la sinrazón de lo que como hecho es incomprensible, como sí más bien los caminos de lo que como causa, lleva siglos pergeñándose.


Luis Jonás VEGAS VELASCO,

lunes, 19 de octubre de 2015

DE CONSTATAR QUE SOLO LOS TONTOS ESCRIBEN.

Que sí, de verdad, que una vez superada la impresión que la frase que hoy nos provoca;  y una vez superada la tentación casi lógica de soltar lo que vendría a ser una respuesta simétrica que sin duda bien podría pasar por “y solo los listos leen”, acabaríamos enfrascados en una suerte de disquisición formal de la que salir resultaría tan sencillo, o cabe decirse más bien que tan complicado, que haríamos imprescindible un baño de humildad que muy probablemente habría de transitar por escenarios tales como los que nos presenta una afirmación que a mi entender no solo no pierde autoridad con el paso del tiempo, sino que más bien, la gana: “Quien escribe habla a lo sumo de lo que cree conocer. Afortunado el que escucha, pues podrá optar a aprender algo.”

Haciendo bueno el dicho según el cual una de las cosas que hacen grande nuestro transitar por la vida, en la mañana de hoy departía yo con uno de los que han tenido a bien aceptar tamaña consideración para con mi pequeña persona; y dicho sea de paso además de proporcionarme el titular a partir del cual pergeñar mi maldad de hoy, se ha mostrado no menos lúcido que en anteriores consideraciones, si bien se ve que más metódico y ordenado, porque en este caso sí que voy a poder aprovechar muchos de los componentes que se promulgan en sus disquisiciones de cara a consolidar lo que digamos aspira a ser, un discurso ordenado.

Como no puede ser de otra manera, todo ha comenzado a partir de la que parecía ser la pregunta del millón: “¿Qué opinas del debate de ayer?” Dado que efectivamente no acudí a la cita con el televisor puesto que si de verdad quiero ver Ciencia Ficción, leo algo de Asimov, es que expresar tal consideración, ha tenido el efecto esperado esto es, calentar su boca en lo que ha comenzado siendo una zurra en mi contra por pecar de ignorante, para pasar finalmente a lo interesante, o sea, al análisis de las sensaciones que no ya las conclusiones como sí más bien el modus operandi de los mismos, le causó.
Y digo que las sensaciones primaron sobre los conceptos rompiendo con ello el orden lógico que en principio cabría ser esperado, porque una vez más, mi amigo ha sido capaz de expresarme en esta ocasión de manera además argumentada el lamento que para él supone últimamente ver hablar de Política a mucho que no lo olvidemos, para nuestra desgracia, aspiran sinceramente a dirigir nuestros designios a partir del próximo veinte de diciembre.

Así, presa no sabemos si de una suerte de estulticia paradigmática, o lo que es peor, de una esclavitud que no pueden confesar por proceder ésta de unos compromisos de naturaleza no precisamente electoral, los cuales en la mayoría de los casos ya están firmados, y se traducen en la única justificación que muchos de estos nuevos actores tienen para haber pasado a formar parte del escenario electoral que no todavía político en España; estoy hablando, para cualquiera que no se atreva con la traducción libre, de Ciudadanos, partido que yo considero resultante de una reacción química en la que el IBEX 35 ha actuado como catalizador. Y si bien en química la característica primordial de un catalizador pasa precisamente por no dejar huella de su presencia en los resultados; puestos en metáfora política, podríamos deducir que lo que caracteriza a un catalizador en tamaña disciplina es que “no se mueve el árbol, sin la voluntad del Señor.”

Dicho lo cual, y netamente convencido de que ateniéndonos a lo que concierne a los partidos emergentes, muchas más son las cosas en las que coinciden, que las que por el contrario podrían separarles; que participo de otra de las ideas matriz esbozadas por mi buen amigo expresada a partir de la conclusión según uno de los desastres de anoche pasó por ver hasta qué punto, y referido a una de las cuestiones capitales, cómo no, de las vinculadas al Mercado Laboral, ambos contendientes pecaban de obcecación al pensar que éste habría de amoldarse a lo que ellos expresaban como fuente y virtud de sus deseos, expresando además tal desacato a partir de la comprensión de la que habría de ser su Política de Empleo a la vista de sus planteamientos a la hora de reducir cuando no unificar, las propuestas de un contrato único.

Personalmente difiero de la conclusión esbozada por mi amigo. Así, y siempre según mi particular visión, lo único que habría de resultar capital para un partido político habría de ser su capacidad primero para detectar aquellas cuestiones que a la vista de la realidad, podríamos circunscribir al hábito de lo mejorable para, una vez efectuada tamaña catalogación, proceder con el diseño y la adopción de medidas que confluyan en la mejora de las mismas. De esta manera, que quienes se consideran competentes para gobernarnos lo hagan desde la plena convicción de que pueden cambiar el mundo, a mí no solo no me molesta, sino que más bien añadiría habría de erigirse en condición sine qua non sobre todo en aquellos partidos cuya adscripción se corresponde con los que podríamos catalogar en el capítulo de los de nueva creación.

A partir de aquí, la conversación se ha enrarecido, sobre todo porque mi amigo se ha enzarzado en una suerte de razonamiento cuya pauta no era por mí compartida. A pesar de ello, ha tenido un último instante para desvelarme el enigmático sentido desde el que ha soltado la frase que yo uso como encabezamiento: “Mucha de la gente que presenció anoche el debate, en realidad no se ha enterado de nada. Lo digo porque había al respecto muchos comentarios en twitter y en Factbook. Y como sabes, Jonás, solo los tontos escriben.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 15 de septiembre de 2015

DE EUROPA. EL ETORNO EPÍLOGO. HOY METÁFORA DEL LAMENTO DE LOS FRACASADOS.

Al principio fueron tan solo unas grietas. Como en el estreno del transatlántico Titánic, todos estaban seguros en mayor o menor medida de que efectivamente, ni el mismísimo Dios podría dinamitar aquel proyecto. Y sin embargo ya en el estreno, y en este caso a la vista de cualquiera que tuviera no ya el ojo técnico sino sencillamente los arrestos suficientes; la huella del mal, inherentemente presente, palpitaba desde su génesis, anhelante, y no por ello menos furibunda, a la espera como en tantas otras ocasiones de que la ocasión, que sin duda habría de presentarse, acudiera a la cita que el destino había una vez más orquestado.

Y las grietas crecieron. Bien por falta de experiencia, o quién sabe si como resultado de la enésima muestra del orgullo mal entendido que desde el siglo XIX alimenta el mal llamado alma de los que aquí tenemos habitación; nadie tuvo la gallardía o a lo peor los arrestos, de denunciar al arquitecto. Evidentemente el ruido de los aplausos con los que se celebró el instante en el que la polvareda que nos había convulsionado en 1945 actuó de silenciador del presente, y tal y como ha quedado puesto de manifiesto porque si algo parecía quedar claro es que nunca más habríamos de ser objeto de los desmanes de una tormenta como la que azotó al “Hotel Europa”. Terrible tormenta, no en vano se prolongó a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX y lo que es peor, algunos pensamos que su génesis se hallaba ya impresa en los planos que los arquitectos se trajeron de anteriores hoteles, los que jalonaron el siglo XIX.

Un hotel. Eso y nada más es a lo que a estas alturas creo ha quedado reducido el proyecto europeo. Eterno proyecto, qué duda cabe. Un proyecto impregnado de falacias, de medias verdades que no tanto de mentiras;  tal vez porque después de lo de 1945 unos y otros comprendieron el riesgo que se corría si perseveraban en el único hábito en el que todos han demostrado ser muy hábiles; el que pasa por mentir al pueblo convencidos de que así perseveran en su única primacía, la que pasa por mantenerse convencidos de que ellos lo son, cuando su deber pasa, a lo sumo, por defenderlo.

Sencillamente un hotel. Porque nunca nos hicieron partícipes, porque siempre se guardaron un as en la manga convencidos, qué duda cabe, de que todos los que no pertenecíamos a su extracción social (lo de casta no me parece adecuado, sobre todo porque alguno lo aprovechará para desprestigiar esto así como lo que venga detrás); estábamos genéticamente incapacitados para entenderlo.

El tiempo ha pasado. Los viejos tapices, propios de los castillos nórdicos, se han apolillado. Hace años que nadie transita por las alfombras majestuosamente extendidas a lo largo de los pasillos que comunican las otrora señoriales habitaciones de la planta noble. Los antaño transparentes vidrios yacen hoy cubiertos bajo una capa de un dedo de polvo sabiamente esculpido en pos de facultar a los que desde dentro juegan a tener su propia realidad; a la cual colaboramos dibujando una paradójica realidad inventada, en la que sus protagonistas se sienten no solo cómodos, cuando sí más bien ampliamente encantados.
Y mientras el tiempo, mimetizado en las grietas, juega al escondite con la moral de los lacónico intervinientes, más agrietada si cabe. Y tal y como pasa con las enfermedades víricas, en las que el causante puede permanecer latente, sin detener por ello su proceso de mutación; el proceso infeccioso se reanuda, con mayor virulencia si es que tal hecho fuera posible.

Como ocurría en las antaño grandes mansiones, el derrumbe venía de las umbrías  y por ello tendentes a la humedad estancias habilitadas como bodegas. Hoy, tales espacios están reservados para las bibliotecas. Y si entonces eran las botellas de incluso grandes caldos las que se echaban a perder por falta de paladar; hoy son los grandes tratados sobre los que antaño descansaron los principios de éste y otros como éste edificio; que llevan siglos fracasando. La causa, la misma: seguimos sin tener paladar para disfrutar de ciertos caldos.

Al final, en ésta, como en otras grandes ocasiones, el ruido que a priori habría de acompañar lo que parecía ser un gran desastre, queda amortiguado por el mal llamado talante de los que nos gobiernan, que es a la vez la traducción perversa de lo mal traducido como paciencia de quienes hemos de soportar a nuestros gobernantes.

El polvo se ha disipado. Por primera vez desde 1945 nos enfrentamos al verdadero colapso de una de nuestras realidades. Mas al contrario de lo acontecido en la Europa de entonces, aquí no queda nada, ni tan siquiera escombros. Todo porque la mentira no hace ruido, no presenta sombras, no deja rastros. Y en la peor de sus versiones se mimetiza con la verdad, la cual adopta ahora forma de plañir, a saber la más miserable de las excusas.

El Gran Hotel Europa se ha derrumbado. Y a los que en él creímos, como ocurre con una mala inversión en Bolsa, solo nos deja el recuerdo de lo que pudo llegar a ser, y un recuerdo en forma en este caso no de recibo, sino de papeleta electoral guardada en el fondo del bolsillo desde aquél ya lejano día en el que se nos citó para participar del otro gran derrotado en todo esto a saber, el espíritu democrático.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 18 de agosto de 2015

DE LAS MÚLTIPLES FORMAS DE “HACER EL AGOSTO”.

Definitivamente, las cosas están cambiando aunque, nada parece indicar que necesariamente para mejor. Y es que más allá de postureos, conductas artificiosas, silencios forzados y otra multitud de enmiendas a la totalidad dirigidas contra lo que podríamos denominar forma convencional de hacer y entender la Política, los recién llegados, revolucionarios según la versión que aportan unos, advenedizos si es a otros a los que preguntáis; sin duda alguna que han venido si no para quedarse, cuando menos sí para demostrar que otras formas eran y son, posibles.

De hecho y aunque pueda parecer anecdótico, (ha quedado demostrado que a menudo la concatenación de anécdotas acaba por convertirse en lo más revelador de las intenciones perseguidas por un determinado grupo social); lo cierto es que la experiencia innovadora que resulta de apreciar cómo la luz puede salir del Congreso de los Diputados en pleno mes de agosto sin que de ello haya de desprenderse necesariamente la existencia de ninguna forma de enfermedad, ya sea ésta o no de carácter infecto-contagioso que ahora o en un futuro próximo pueda afectar a nuestros queridos representantes, constituye, en sí mismo, sin duda toda una innovación.

Mas una vez superados los efectos relajantes que se derivan de la contemplación hoy en día de un hecho que no te provoca arcadas o te da grima, lo cierto es que siguiendo, que no por ello alardeando, de protocolo conceptual, bien haríamos en tratar de averiguar las causas que de una u otra manera, promueven, cuando no justifican, tamaña e informal conductas.
Es entonces cuando una vez desplegadas las estructuras destinadas no tanto a protegernos de las posibles infecciones anteriormente aludidas, como sí más bien a tratar de indagar en la especial naturaleza de tamaño proceder, que comenzamos a hacernos una idea del tamaño del gol que una vez más nuestros queridos representantes, y lo que es peor, en el ejercicio de las funciones para las que legítimamente han sido investidos, pretenden colarnos.

De entrada, hoy mismo, ha comenzado a desarrollarse la falacia mediante la cual la Cámara Baja, además de abrir en agosto, lo hace convertida en un circo. Un circo en el que los que otrora se comportaban como fieras (véase la ferocidad con la que un león llamado de Guindos azuzaba semanas atrás a quienes deseaban por entonces ayudar ya in extremis a Grecia convencidos de que toda ayuda entonces además de más eficaz, sería mejor aprovechada); ve ahora reducido su papel al de clown toda vez que hoy sí que podemos, es más, debemos aprobar de manera indiscutible el paquete de medidas de cuyo ejercicio redundará el uso de los diez mil millones de euros que vienen a resumir el papel de España en el nuevo rescate a Europa.
Definitivamente, y para que nadie se llame a engaño, digo que de Guindos ejerce de clown no por un motivo eufemístico. Es que sencillamente el papel de payaso ya estaba cogido, a propósito por otro Ministro del Ramo que por estar suficientemente equipado trae hasta la risita histérica de serie.

Para aquéllos que no le encuentren la gracia, me atribuyo una vez más toda la culpa. El motivo, no me muevo con solvencia en los delicados recovecos reservados al humor. Sin embargo, a título de concreción, ahí va una pregunta dotada digamos, de retranca: Si para aprobar el “rescate” a Grecia hay que escenificar una suerte de juerga en la que la Democracia, lejos de salir airosa no hace sino salir renqueante… ¿Por qué no se ejerció semejante suerte de acción cuando los rescatados fuimos nosotros?

Superados una vez más las sutilezas, y lejos por supuesto de caer en conductas puntillistas, lo cierto es que cada vez resulta más complicado encontrar en las acciones de nuestro Gobierno una línea cuando no coherente, si al menos competente para dotar de cierta dosis de previsión con las que investir los modus operandi que a medio o a largo plazo estén llamados a convertirse en los paradigmas en los que redunde el futuro del país.
Una vez comprobada la inexistencia de tales recursos, y lejos no obstante de desesperar toda vez que,  no lo olvidemos ¡Esto es España!, nos vemos sorprendidos por el que a la larga se convierte no tanto en el ingrediente fundamental, como si más bien en el imprescindible para comprender la naturaleza de la reacción química que preside, hoy por hoy, la cabeza de los que no lo olvidemos fueron llamados a hacer grandes cosas mediante el legítimo voto de los que les votaran.

Es entonces cuando jugando el papel de catalizador químico una vez más, aparece el ingrediente mágico a saber, la presencia en el horizonte de una cita con las urnas que sin duda, no dejará a nadie indiferente.
Porque sea de una u otra manera, de lo que a estas alturas todos estamos absolutamente de acuerdo es en el incuestionable hecho según el cual, todo el mundo va a tener algo que decir, y la mayoría de los implicados lo van a hacer bien alto.
Porque sin duda que entre las múltiples habilidades de las que Rajoy y los suyos han hecho gala, sin duda aquélla que con mayor deleite han practicado es la de cabrear a todo el mundo, por igual, y por doquier. Y claro, semejante escenario, a 120 días vista de la cita electoral no se configura, seguramente, como el más deseado por los integrantes de un Gobierno que, aunque parezca mentira, se siente legitimado no tanto obviamente para presentarse, como sí más bien para resultar reelegido.

La verdad es que así mirado, ahora no me cabe la menor duda de lo adecuado que resulta que trabajen en agosto, en septiembre, en octubre, en noviembre, ¿en diciembre? No, más no.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 4 de agosto de 2015

EL CONDUCTOR NO TIENE LA LLAVE. O DE CONSTATAR HASTA QUÉ PUNTO TAN SOLO DE LA PARADOJA PODEMOS ESPERAR ALGO.

Porque tal vez, en esencia, de eso se trate, de esperar. O cuando menos de tener esperanza (ahora que parecía que comenzábamos a librarnos de ella).

Hago memoria recurriendo al absurdo, tal vez porque solo ubicado en tales terrenos definimos espacios que resulten coherentes a los que hoy constituyen el contexto de lo que hemos asumido como nuestra realidad, pueda, aunque sea por casualidad toparme con algún procedimiento compatible con lo que ha acabado por configurarse como tal. Es entonces que de manera contumaz y repetitiva, como ocurre con la melodía cutre de la canción del verano, que  me topo con el mensaje que figuraba pegado en las cajas fuertes de los vehículos que en mis tiempos de infancia y juventud, hacían entre otros los repartos de alimentos tales como los yogures, o incluso la pastelería industrial: “Vehículo dotado con caja fuerte. El conductor no tiene la llave”.

Semanas y meses confabulados en pos de alcanzar con un mínimo de soltura una palabra, cuando menos una frase que contribuyera a arrojar algo de luz sobre los cánones si no los procedimientos a partir de los cuales nuestro Presidente considera no ya como bien gobernado, sino a lo sumo gobernable el actual modelo no ya de país nefasto, cuando sí más bien de Estado Fallido; y resultó que como en tantas otras ocasiones la respuesta siempre estuvo allí, esperando quién sabe si que los que componemos la otra parte del país, a saber aquéllos antipatriotas que hoy por hoy aún no somos competentes para detectar “el círculo virtuoso en el que este país se ha sumido”, adoptemos al postura, (más bien modifiquemos nuestra actitud), quién sabe si para poder recibir la luz que promoverá en nosotros la tan ansiada catarsis. Al final va a ser verdad que tal y como recordarán los que se identifican con mi generación: La Verdad está ahí fuera.

Desde la franqueza de ánimo de aglutinar conceptos, y siempre convencido de que el éxito del relativismo tiene como contrapartida lo funesto que a veces resultan los desarrollos que le son propios; procedemos a ubicar no tanto el orden de los factores, como sí más bien la naturaleza de los factores en sí mismos.
Así, en un delicado ejercicio metafórico, un juego de dulzura me atrevería a decir yo, es que navegando entre “Tigretones” y “Phoskytos”, y ¿por qué negarlo? añorando los verdaderos “Donuts glaseados” (ya sabéis, aquéllos en los que el azúcar verdaderamente se deshacía en los dedos), es que identifico a Mariano Rajoy con ese conductor anodino, si bien tal vez por ello para nada inocente, que se jactaba de su aparente incompetencia para, entre otras cosas poder rechazar la indiscutible parte de responsabilidad que inexorablemente ha de operar en la ética de todo el que lleva a cabo cualquier acción, sea cual sea ésta, si de la misma se esperan consideraciones que pueden (y en este caso deben), tener consecuencias sobre los demás. Ya sea ésta conducir un camión, o conducir un país.

Se van así poco a poco desvelando las consignas, van poco a poca cayendo los velos, y es entonces cuando con toda la violencia que la palabra es capaz de concebir, emerge ante nosotros la certeza de que la debacle no está tanto en que nuestro particular camión de chuches lleve casi un decenio sin renovar el género. Lo que verdaderamente causa desazón es comprobar hasta qué punto aquél que desgraciadamente sí que tiene la llave, la llave de nuestros designios como ciudadanos de España, no solo ha renunciado a hacer uso de la misma, sino que además amenaza con quemar el camión si alguien o algo se erigen en amenaza capaz de poner en peligro su particular visión de la realidad.

Aunque de verdad, solo por ser justos, esto es, superando aunque solo sea someramente la tesis según la cual las penas diluidas entre la multitud resultan menos penas: ¿Quién es más culpable el loco, o los que le seguimos?

Es la locura un estado de percepción. Una forma de inferir la necesidad de modificar la realidad toda vez que la visión de ésta resulta para el protagonista sencillamente insoportable. Redunda pues de la misma cierta suerte de pasión, lo que relega pues a la locura a un estado inaccesible a la hora de erigirse como una de las posibles consideraciones desde las que pautar el estado de Rajoy. La causa es evidente: la pasión requiere de sentimientos…y éstos hace años que se perdieron en el acervo de nuestro Presidente, en un momento que sin duda se ubica entre el instante en el que ganó su primer sueldo, y cuando comenzó a intuir que para pasar desapercibido dentro de la marabunta ideológica que conforma el Partido Popular habría de casarse, y a ser posible con una mujer.

Descartada la locura, nos queda la maldad. Pero es la maldad en realidad un estado demasiado reflexivo. Se le supone al que ejerce de malo, una determinación moral, intención, y cierto pensamiento.
Por el contrario, y por seguir explorando, se abre ante nosotros el otrora denostado mundo de los imbéciles. Es el imbécil, siempre dentro de los cánones de la Literatura Médica al uso, el espécimen ubicado a modo de primo del idiota, hermano del cretino.
Resulta el imbécil o cafre, aquél del que no resulta óptimo esperar una suerte de razonamiento. No se para a pensar, ni mucho menos a razonar. Actúa netamente por instinto, como bestia de establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la razón, orgulloso por ende de ir jodiendo, con perdón, a todo aquel que se le antoja diferente a él mismo, ya identifique la diferencia en el color, el idioma, la creencia, o en este caso especial en una Ideología de la que por su propio bien (de el de la Ideología digo) hasta él se va, poco a poco, separando.

Cerramos así pues, nuestra hoy tal vez más irreverente aunque no por ello menos reflexiva reflexión, constatando una paradoja que comenzó a gestarse este domingo, en una interesante conversación en la que como alguien tal vez (o no), recuerde, acabamos por constatar que “Lo que hace falta en este país es más gente mala de verdad. Para ser bueno vale cualquiera, para ser malo resultan indispensables grandes dosis de inteligencia las cuales alejan para siempre a los fantasmas que nos golpean a diario bajo las más diversas formas, entre las que destaca el Cazurro Limítrofe”.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 16 de junio de 2015

DEINITIVAMENTE, ESTAMOS FALTOS DE HÉROES.

Que en qué se nota tal hecho, que en qué me apoyo para emitir tan contundente afirmación, pues precisamente en el hecho de constatar el apabullante ascenso que la mediocridad ha experimentado a nuestro alrededor,

La constatación efectiva de que una Sociedad tiene problemas bien puede pasar por comprobar hasta qué punto ésta se demuestra incompetente para definir incluso los aspectos básicos de aquellos conceptos que bien deberían estar dirigidos a conformar el que sin duda denominaríamos su esqueleto esto es, el armazón propiciado para hacer las veces de sostén a partir del cual erigir en cuestiones pragmáticas lo que hasta ese momento bien podría haber estado destinado a permanecer para siempre sometido a los delirios del infinito, preso cuando no de los quereres de la Razón en tanto que precursora y almacén de los por siempre reductos irrealizables.
Es, siguiendo esta lógica a la sazón para nada extraña, que bien podemos comprobar el grado de putrefacción que definitivamente ha logrado hacer mella en una Sociedad que, incapaz de definir la Virtud, privando a sus miembros del modelo hacia el cual libremente podrían tender; lo que hacen en realidad es abrir la puerta al Vicio el cual, como el ladrón en la noche aprovecha los vacíos que la oscuridad denota para, colarse raudo en la estancia, tratando de sembrar confusión convencido de que la aparente voluntad que refuerza sus conductas servirá para disfrazar lo que no es sino falacia, demagogia.

Es así que definitivamente podemos extraer que de la falta de héroes, se derive sin duda la incapacidad para identificar a los villanos. La cuestión, aparentemente vana, redunda no obstante en otra si cabe de mayor importancia y que, redundando en lo anterior, nos conduce quién sabe si a la constatación de que, efectivamente, lo problemático no redunde en la incapacidad demostrada para identificar al agente de los hechos, cuando sí más bien en la incapacidad existente para aislar convenientemente el hecho del contexto en pos de garantizar la solvencia en pos de certificar que los hechos se juzgan efectivamente, en sí mismos.

Cierto es que lo expuesto hasta el momento es, por definición, utópico. Nada, más allá de lo expuesto en el Procedimiento Analítico del Racionalismo Cartesiano, puede aspirar, ni con mucho, a poder ser juzgado atendiendo no ya solo a los parámetros que específicamente le afectan, ni esperar siquiera que solo se tomen en consideración aquellos añadidos que tengan que ver cuando no con el contexto estrictamente vinculado. Más bien, cuando no al contrario, el sujeto hoy por hoy, máxime si como ha quedado demostrado, pertenece o desea pertenecer a alguna estructura política, máxime si ésta no pertenece a la preponderante en el momento que sea de ser considerado en el tempo versado; se verá si procede linchado por la acción de dispersión o de concentración, según proceda (o interese), fajando con ello a la Justicia no ya de cualquier responsabilidad, sirva de cualquier atisbo de esperanza, si con ello salvaguarda no tanto los valores en defensa de los cuales fue investida, cuando sí más bien los deseos de preponderancia de aquéllos al servicio de los cuales bien pudo jurar ponerse una vez éstos garantizaron su nombramiento.

A estas alturas, necesito ayuda para decidir qué es lo que resulta más peligroso, que no queden en la Polis ciudadanos justos para investir como héroe a Leónidas, o que no haya Justicia para hacer caer sobre él todo el peso al traidor Efialtes.
Que nadie se engañe, la mediocridad es el medio natural en el que se alimenta y prospera la chusma. Al contrario de lo que ocurre con todo lo vinculado a los conceptos ligados a la aptitud, a nadie se le puede reprochar el hecho de hallarse inmerso en los mismos. Sin embargo lo que realmente resulta desdeñoso es la demostrada tendencia a permanecer bajo el influjo de los mismos, de parecida manera a como no podemos castigar a los cerdos por pacer comiendo flores con la misma fruición con la que degluten hierba, sí no obstante que podemos mostrar nuestra desazón cuando éstos insisten en revolcarse una y otra vez en el barro.

Ya no quedan, en definitiva, héroes. Pero lo que realmente resulta peligroso es que con su ausencia desaparecen también los esquemas a partir de los cuales identificar a los que con tamaña disposición, puedan mañana llegar. Y lo que es peor, si nos sabemos incapaces para identificar al héroe, ¿cómo esperamos identificar al villano?
Ha pasado demasiado tiempo. Tiempo sin batallas, tiempo sin elegías, tiempo perdido en consecuencia. Extinguidos ya los ecos de la última égloga, solo el recuerdo tergiversado, y por ello si cabe más peligroso, de las últimas canciones, inflama el pecho de unos jóvenes que, encargados una vez más de inaugurar la nueva generación destinada ¿cómo no? a reinstaurar los errores de sus padres; ven aproximarse peligrosamente el momento de ver con su cuerpo lanceado, riega de sangre una tierra nunca ahíta de su tributo periódico.

Ya no quedan héroes, ya no quedan villanos. Ajenos pues a los deseos de Virtud, a los rencores de propiciatorios del Vicio, ¿Qué Esperanza, entendida ésta como lo que puede ser esperado, le cabe a ésta y a las generaciones que están por venir?
Son, la Virtud y el Vicio, respectivamente luces encaminadas a alumbrar el progreso del Hombre. Acertadas o equivocadas, nadie determinó  a tales efectos la naturaleza de la antorcha que ayudó a salir de la Caverna al Hombre, precisamente en el Mito. De una u otra manera, el peligro no reside tanto en la naturaleza de la luz que alumbra el camino, como sí más bien en la ausencia de ésta.

Es precisamente en la constatación de la existencia de extremos, donde más feliz se muestra la mediocridad. Solo puede ésta, por definición, perseverar en medios en los que la ausencia de los anteriores sea pública y notoria.
En contra de lo que pueda parecer, constituye la mediocridad la más contumaz de las disquisiciones a las que se puede enfrentar el Hombre. La causa es evidente, en una Sociedad que solo se concibe desde la elucubración del equilibrio, el cual al menos en apariencia redunda del enfrentamiento dialéctico al que se rinden los contrarios; la mediocridad, ante su aparente condición implícita, queda exonerada de tamaña atribución simplemente porque su naturalmente centrada posición, convierte en inverosímil la localización de un elemento extremo a lo que por naturaleza está centrado

Constatamos así pues que es la nuestra una Sociedad en absoluto democrática, en tanto que se ha vendido a los efluvios de la tiranía que procede de saberse incapaz para separar el bien del mal, inútil pues para discernir valoración axiológica alguna.
Es por ello que un neófito concejal ha de dimitir antes que un experimentado ministro; 140 caracteres hacen correr más tinta que los miles de folios que componen los sumarios de ciertas tramas y lo que es peor, los que alrededor de todo pacemos, ya estamos del todo inhabilitados para diferenciar la belleza de una amapola que valiente crece en el campo, respecto de los recelos que despierta un cardo que se ha hecho viejo a base de acartonarse.

Será entonces que ha llegado el momento de dejar de buscar los horizontes que Herodoto nos regala, de dejar de soñar, en una palabra; para pasar a buscar en un mapa topográfico dónde se encuentra la charca más cercana.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 9 de junio de 2015

DE EL FINAL DE LA CUENTA ATRÁS

En el 40º aniversario del estreno de la película Tiburón, la cual como por todos es sabido, acabó por convertirse no ya en un éxito, habrá que decir más bien que en un título de culto, cierto es que como en ese mismo caso, no estaría de más poner de manifiesto los trucos a los cuales fue imprescindible recurrir en pos no tanto de promover el resultado, que por inesperado se hacía imposible de promover de una u otra manera, lo que obligaba de una u otra manera a adoptar una postura digamos más conservadora, esto es, más sosegada.
De entrada, cómo no, se apostó por lo que hoy tacharíamos de proceso de maquillaje. Así de entrada su título “Jaws” (mandíbulas), sonaba demasiado agresivo, cuando no resultaba demasiado descriptivo a la par que peligroso toda vez que podía herir la sensibilidad de una sociedad, no lo olvidemos, la española, que por entonces aún balbuceaba (sobre todo cuando nos referimos a la interpretación de ciertos dialectos o lenguas).
Viene todo esto a colación de que precisamente son las mandíbulas las responsables de regular la acción no ya solo de algunos de los músculos más fuertes del cuerpo humano, sino que a la vez las encargadas de impedir que éstos puedan, en el ejercicio de su labor cuando la misma pueda llevarse a cabo de manera descontrolada, provocar graves detrimentos que pueden ir desde los mesurables en términos físico, los cuales pueden medir sus consecuencias en términos de tensión, como el conocido rechinar nervioso de dientes; o traducir sus resultados en campos mucho más lascivos como pueden ser aquellos que traducidos a la susceptibilidad pueden llevar a alguno a morir envenenado fruto simplemente de haber cometido el terrible error de haberse mordido su propia lengua.
Traducido todo lo anterior desde el campo de la emotividad desde el que viene originado, a otros campos digamos más meridianos, y por ende más propensos a resultar comprensibles; añadimos el indefectible aporte que en esta ocasión aporta el contexto para comprender que en una atmósfera viciada como la que hoy por hoy pergeña nuestra realidad, presente e instantánea qué duda puede presentarse; lo único no ya acertado, basta con catalogarlo como de sincero, pasa por considerar como de incontestable cualquier análisis que tenga la valentía de incluir en sus conclusiones, por supuesto sin maquillar, el efecto que los consabidos pactos, y en especial las consecuencias que de cara a las futuras citas electorales éstos tengan; no como una forma residual, cuando sí más bien yo me atrevería a decir que incuestionable a la par que imprescindible, de cara a entender, o al menos intentarlo, el revuelto incomible que en algunos sitios, no lo olvidemos a causa de algunos, se están sin duda a estas horas preparando.
Porque es que llegados a estas alturas no tanto por la celebración del partido cuando sí más bien por la ausencia del mismo, que hemos de conformarnos con las crónicas que del mismo se nos proporcionan. Crónicas intoxicadas por proceder en la mayoría de los casos de fuentes obviamente interesadas cuyo interés no ya tanto en que ganen lo demás, como sí más bien en que bajo ningún concepto puedan ganar los demás; parece más que obvio, descarado.
Constatamos así una situación que si bien no es nueva en España, sí contiene un ingrediente que la vuelve digamos original. La incorporación de lo que podríamos catalogar no ya solo como de nuevos jugadores cuando sí más bien de alumnos aventajados, introduce en lo que insistimos, se trataba de un viejo conocido en España esto es, la consabida subasta de poder para con los Nacionalismos; en una madeja inaccesible a cuya esencia ni el mismísimo Teseo podría acceder, quedando con ello encerrado en éste que podríamos denominar, el nuevo Laberinto del Minotauro.
Pero si los viejos entes, propensos si se quiere al Mito, parecen tener sus días contados; no resulta menos cierto afirmar que los Nuevos Ídolos, estén en verdadera condición de ofrecernos mucho más.
Así de no ser por apelación a lo que libremente denominaremos Tacticismo Político que yo no puedo entender, y me consta que habrá de esforzarse mucho para hacérselo comprender a sus votantes, que la Sra. Responsable de PODEMOS en Andalucía, va a tener que esforzarse mucho para hacer digerible una situación en base a la cual de la lectura primigenia no se decida que ha sido su incompetencia humana, traducida a ineptitud política, la que ha llevado a Susana DÍAZ a defender hace unos minutos y con toda la razón, que los que se dicen de Izquierda votan juntos y junto al Partido Popular para impedir su nombramiento…mientras otros (esto sí de mi cosecha) pese a parecer de Derechas van a propiciar un Gobierno del PSOE en Andalucía.
¿Estaremos pues ante un caso propio de ésos en los que somos incapaces de tragar todo lo que hemos mordido?
¿Se trata más bien de un claro caso del mal que persigue a los niños, y que nuestras madres resumían en el consabido: “llena más la tripa que el ojo”?
O por el contrario se trata de algo mucho más peligroso y terrible. ¿Estamos constatando desgraciadamente demasiado pronto que dónde algunos creían poder en realidad no podemos tanto?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 2 de junio de 2015

DE LA DIFERENCIA ENTRE VIVIR Y SOBREVIVIR…

…O por ser si fuera posible más precisos, de los últimos reductos donde todavía se esconden las últimas esencias, a la sazón, quién sabe, si los últimos resquicios desde los cuales afianzarnos, albergando a través de ellos la digna necesidad de diferenciarnos de los animales.

Podemos así pues decir sin miedo a equivocarnos, que vivir es en sí mismo un privilegio, un hecho necesario si se prefiere, acudiendo a las categorías filosóficas, a partir de las cuales se convierte en una exigencia, erradicando con ello toda tentación de albergar cualquier intención de inducir componentes ruines o de dispersión; el poder establecer de modo totalmente nítido, aunque insistimos no por ello excluyente, la línea donde acaba lo general, lo accidental o si prefiere el perímetro capaz de albergar todo lo propenso al azar y a la evolución vinculada a la mera adaptación cuando no a la supervivencia del más fuerte; para dar paso a esa reconstrucción de valores éticos y morales cuya lúcida concurrencia cooperan para dar paso cuando no carta de naturaleza a lo que si se apura ha dejado de ser el Hombre, para dar paso, probando el término en sí mismo que no renegamos de la conciencia evolutiva, al Ciudadano, al Político.

Obedece así pues una vez más nuestra exposición al proceso por el cual desde la propuesta de una aparente realidad, se promueven líneas de confrontación que, lejos de redundar en lo que cabría expresarse en los términos propios de una conclusión cerrada, no vienen en realidad sino a promover el debate, cuando no la franca discusión, toda vez que ésta se encuentra dignamente justificada en lo abierto de los conceptos, como del procedimiento en sí mismo.

Sea como fuere esta abstracción, lejos de erigirse en una dificultad, se convierte en sí misma, o así sucede atendiendo a nuestras consideraciones, en una fuente de solución al permitir desgranar desde su aparente ambigüedad, un retortero de posibilidades la mayoría de las cuales serían del todo improbables, cuando no a veces francamente incompatibles con la realidad, en el caso de haber procedido desde una perspectiva que podríamos catalogar de reduccionista por lo breve.

Es con ello que en pos de ir definiendo los componentes que habrán de configurar una verdadera conducta humana, o si se prefiere empezando por determinar con franqueza la diferencia entre animales y hombres, convendría sin duda esgrimir abiertamente cuál es, o a lo sumo dónde reside la cualidad que más allá de su naturaleza humana, redunde en realidad en su condición de exclusiva a la hora de mostrar tal acepción en su comparativa en este caso para nada escueta, y que habrá de darse entre animales y hombres.

Nos damos así pues de bruces con la realidad, máxime cuando comprobamos la paradoja de intuir que ya en el condicionante expreso de la propia formulación de la pregunta, reside la condición de la respuesta. Volviendo pues y con una intención para nada negligente, comprobamos que el mero hecho de preguntarnos por la vida, más allá de sus consideraciones, incluso de sus expresiones, supone en sí mismo aceptar que el Hombre es capaz de diferenciar entre la presencia y la ausencia de Vida, esto es, el Hombre es el único lúcidamente competente para identificar la presencia o la ausencia de vida.

Lejos de caer en el burdo ejercicio de reducir la Vida a la ausencia de Muerte, lo que en realidad queremos decir es que se puede estar vivo, y no por ello vivir. Dicho de otra manera no todos los que se creen vivos son capaces de vivir la vida, o son en realidad capaces de vivirla digamos plenamente.

Porque de la misma manera que ha quedado demostrado que en base a cuestiones referidas a la aptitud no solo no somos iguales, sino que abiertamente bendecimos la existencia de tales diferencias, es que podemos determinar que no todas las formas de vivir son iguales es más, algunas son manifiestamente incongruentes con el o los criterios en torno a los cuales parecen ceñirse las disposiciones en torno a las cuales se determinan los parámetros aceptados como congruentes en pos de determinar lo que denominaríamos vida conforme.

Iniciado así pues un proceso interesado casi más en la eliminación de las contingencias, que en la rememoración de las necesidades; más pronto que tarde acabaremos por atribuir el éxito de nuestro ejercicio a la localización, cuando no al análisis, de ese ingente grupo de capacidades de entre las cuales solo los consabidos aunque no por ello garantes de la certeza, debates, acaben por arrojar una suerte de ganador en este aparente concurso de la mejor virtud, cuando no de la virtud más humana.

Con todo y con ello, o tal vez a pesar de ello, que lejos de despistarnos de lo que podríamos denominar como catálogo de procederes desde los cuales encomendar o definir nuestro proceder, a lo que inequívocamente nos conduce todo lo hasta ahora esgrimido es a depositar una vez más en la dignidad todos y cada uno de cuantos parámetros, conceptos o procederes ayer, hoy o mañana podamos definir como imprescindibles de considerar a la hora de garantizar la correcta identificación, ahora sí por ende excluyente, de todo aquel que ose ser considerado como integrante del Grupo de los Hombres.

Notoriedad pues la dignidad aparentemente intrínseca a la condición de Hombre, que lejos de enclaustrarlo o mucho menos limitarlo, se muestra más bien como el elemento encargado de proyectarlo hacia delante de manera tan impresionante como eficaz promoviendo el ejercicio de la conducta que le es propia, a saber, la del sentido común implementado en la responsabilidad.

Se erige pues la responsabilidad como el reducto en el que se reafirman las tendencias gregarias del Hombre. Catalizador de las Reacciones Sociales, es por medio de la responsabilidad que el Hombre alcanza su enésimo estado, a saber el más perfecto de cuantos ha conocido hasta el momento, sencillamente porque es el que más lejos le ha permitido llegar hasta el momento.

Es el Estado de Ciudadano el propio del Hombre superado. Pero superado en el tono de desbordado, mejorado, perfeccionado. El Hombre regido por las conductas reduccionistas que se esperan de la Ética, se subroga a las consideraciones deductivas que se ofrecen tras el desarrollo de la conducta Moral.
El grupo supera al individuo, y es entonces cuando la Polis se erige en conducta natural, superando con ello a la Akhrópolis, cuyas consideraciones obedecen a criterios someramente beligerantes, defensivos a lo sumo.

Surge entonces La Política como expresión firme de las conductas más propias que se esperan del Hombre ascendido a Ciudadano a saber, aquellas que son propias de elevar al Ciudadano por encima de sus propios límites, haciéndonos albergar esperanzas de que de sus conductas se extraiga mayor satisfacción no tanto por la satisfacción del bien propio, como sí por la obtención del bien común.

Es así pues que paralelo a la transición del animal al hombre, corre la que lleva del hombre al ciudadano. Como catalizadores extremos, la dignidad como virtud, la responsabilidad como procedimiento.
Una forma de evaluar el grado de cumplimiento de lo demandado, el que pasa por la implementación de una nueva forma de parnasianismo a saber, la capacidad para interpretar al Hombre en si mismo, sin necesidad de tener que recurrir a sus expresiones, sin duda manipuladas por el ambiente, determinadas por el contexto.

En definitiva, reconozcamos que la utilidad bien podría estar sobrevalorada. Recuperemos pues la condición Romántica visible en la capacidad de disfrutar del Arte en tanto que tal es decir, por lo que significa, sin más.


Luis Jonás VEGAS.


jueves, 28 de mayo de 2015

PARADOJICAMENTE, LO ÚNICO SEGURO ES EL RIESGO.

Una vez soslayados los condicionantes genéticos, esto es una vez subrayados aquéllos que afectan más concisamente a los achacables a parámetros más sociales, más antropológicos si se desea; lo cierto es que la aparición del excedente, y por ende de la actividad económica directamente a él ligado, vienen a determinar como ningún otro los paradigmas a partir de los que desde entonces habrán de desarrollarse los protocolos que, en contra de lo que pueda parecer, lejos de limitar al Hombre, no hacen sino acrecentar sus diferencias para con el resto  de entidades con las que por entonces comparte este todavía incipiente mundo, participando así pues de manera obvia en su definitiva instauración al frente del mundo.

Tenemos así que, de manera absolutamente complementaria, y por ello para nada excluyente, las formas de comercio, que pronto se implementaron entre todas las unidades humanas que se hallaban ya desarrolladas por el mundo, no vinieron a contravenir, cuando sí más bien a ampliar y acelerar, los protocolos de desarrollo que las mejoras alcanzadas en agricultura y ganadería que vendrían por ejemplo a facultar el cambo de periodo, pasando del Paleolítico al Neolítico, se vieran definitivamente ensalzadas, a la par que definitivamente consagradas.

Sin obviar por un solo instante los logros consolidados a partir de las mencionadas mejoras en agricultura y ganadería; las cuales se traducen por ejemplo en el escalar que se observa al conciliar que solo el aumento de población ligado a la mejora de la producción que se traduce en un notable incremento tanto en la calidad como en la cantidad de los alimentos, puede explicar el aumento de la población a nivel mundial; lo cierto es que quedaría vinculado poco menos que a la nada, de no ser por el impacto que el comercio, como generador de riquezas, con todas las consecuencias que esto trae aparejado, provocan a nivel social.

La agricultura y la ganadería parecen seguir criterios que en términos de justicia aparentemente vinculados a lo que muchos siglos después, siglo XIX, podríamos definir como propios de los esquemas en los que se mueve la categoría de disposición distributiva. Así, todos los esfuerzos, por acertados o equivocados que puedan llegar a ser o parecer, quedan supeditados a la acción de fuerzas ajenas al control del propio hombre, lo que hace que el control sea solo una mera ilusión, quedando la realidad vinculada a consideraciones de carácter notoriamente ajenos al control.
De esta manera, la existencia de la amenaza potencial parece actuar de regulador que alienta, al menos en principio, un cierto principio de justicia igualitaria.

Sin embargo, no ya tanto la aparición del excedente, como sí la solución elegida para su gestión, conduce primero a una especialización del trabajo que pronto se traduce en un surgimiento de las diferencias sociales, que definitivamente se hace patente a partir del momento en el que un grupo se inicia como verdadero acaparador.
De esas diferencias, a priori ligadas a los vínculos internos de las comunidades que poco a poco pero de manera ya imparable se han ido creando; surgirán las necesidades de gestar un primer modelo de oligarquías destinadas primero a defender, para luego aumentar, precisamente esas diferencias en pos llegados ya este momento de establecerlas como normales, implementándolas incluso luego en pos de generalizarlas hacia o para con las comunidades foráneas, que han seguido esquemas paralelos.

Nos hemos situado así pues en los territorios propios del Milenio Cuarto antes de Cristo. Babilonia, Antigua China; y por supuesto luego Grecia y Roma. Territorios, épocas y a la sazón momentos en los que encontramos ya modalidades que encierran muchos puntos en común para con el seguro moderno.

Porque insistimos, ligado al comercio, mecha y canal incipiente de la evolución humana, al menos en su faceta social, aparece inexorablemente ligado el riesgo, convirtiendo por ello en imperativo que el Hombre arbitrara uno o varios procederes encaminados a obviar tal combinación procelosa, en tanto que puede poner en riesgo un camino cuyo transitar es ya del todo inevitable.

Es así que el vínculo comercio-desarrollo humano comienza a dibujarse. Y paralelo, aunque más bien como interferencia a tal dibujo, la aparición del fenómeno riesgo bien puede ponerlo en peligro.
Desde el momento en el que el Homo Comerciante toma conciencia del fenómeno del riesgo, será que habilite de manera en pos consciente toda una batería de medidas destinadas a erradicar en la medida de lo posible los efectos de una realidad con la que no puede más que darse por enterado.

A medida que, ya en la Edad Media, el mar se convierte en el verdadero poseedor de las riquezas, al contemplar el permanente tránsito de las riquezas de todo el mundo; será que los comerciantes asociarán a tal hecho la certeza de tener que asegurar sobre todo tal contingencia.
Será así que 1347, y precisamente para salvaguardar los intereses de un tránsito marítimo que habrá de comunicar Génova con Menorca, vendrá a constituir la primera póliza de seguro de la que tenemos constancia escrita.

A la vista de la imperiosa relación que existe entre seguros y navegación, es de buen suponer que el desarrollo de esta imperiosa industria, haya de correr paralelo a la suerte de los estados que en este caso más riesgos asuman en materia de navegación. Es así pues casi de lógica que, tal y como se constata, sean los Territorios Italianos, así como España, los encargados de promover el auge y desarrollo de las incipientes estructuras aseguradoras que con el tiempo darán lugar a las grandes entidades.
Estas estructuras, se verán en un primer momento configuradas a partir de la acción que los propios consejos de navegación, sobre todo una vez habilitadas las rutas comerciales con el Nuevo Mundo, llevarán a cabo por medio de los conocidos como Contratos de Mutua Confianza. Se trataba tal y como de su nombre se puede deducir, de Pactos entre Caballeros que se establecían entre varios de los integrantes de los respectivos miembros del Gremio de Navegantes, que hacían de todos y cada uno de ellos jueces y parte, toda vez que las mercancías y medios asegurados resultaban en prenda, de todos los integrantes. De esta manera todos respondían ante todos los demás tanto como fiadores, como a modo de asegurados, lo que obviamente daba lugar a situaciones de muy difícil solución.

Tal era así, que en las primeras ordenanzas promulgadas en España, las cuales proceden de la Barcelona de 1435, las atinentes a lo que dará lugar al Derecho Marítimo, implícito en el Llibre de Consolat del Mar de Barcelona de 1494; se definen y escrutan pertinentemente las condiciones de establecimiento de un seguro, habilitando ya incluso capítulos en pos de anular los fraudes.
Las ordenanzas vienen a impedir que se contrate un seguro por el total del montante del riesgo. E incluso, se limita y determinan la naturaleza de riesgos que son, naturalmente, imposibles de asegurar. De esta manera, podemos comprender por qué resultará del todo imposible para Felipe II contratar seguros que cubran sus riesgos contra la acción de piratas y corsarios, no teniendo problema alguno para asegurar encomiendas de cara a ataques de Turcos o Sarracenos.

Será así pues que 1538 verá nacer el que supone en primer verdadero cuerpo legislativo vinculado al comercio y al seguro. Se trata de las Ordenanzas de Burgos, las cuales serán prácticamente en su totalidad refrendadas por el Rey Carlos I, actualizándose y adecuándose a la realidad en 1572.

Todo dará un giro radical con el establecimiento de las rutas comerciales con América. Las peculiaridades de las mismas, relacionadas como todo en este caso al arbitrio ejercido por la Casa de Contratación de Sevilla, dejarán el mundo de los seguros vinculado como no puede ser de otra manera a la mencionada Casa de Contratación. Desde ella se promulgarán en 1552 las denominadas Ordenanzas del Monzón que vienen a hacer sobre todo hincapié en este caso en los efectos, naturaleza y consecuencia de los por entonces aún incipientes Viajes de Exploración.

De una envergadura física y metafísica similar a los mencionados viajes de exploración, hemos de ubicar los efectos, desarrollos y consecuencias de la actividad marítima y comercial implementada en pos del nuevo periodo definido ya dentro de los marcos del nuevo paradigma de La Ilustración.
Inevitablemente ligado a los preceptos del elemento Ilustrado por antonomasia, a saber El Humanismo, lo cierto es que el comercio, vinculado ya al Hombre como una actividad liberadora, interior, más que como un acto económico, exacerba hasta la extenuación la puesta en práctica y desarrollo de estrategias destinadas a poner de manifiesto los esfuerzos que el Nuevo Hombre lleva a cabo para liberarse de las ataduras que La Religión imponía a modo de cadenas metafísicas en el Hombre Viejo, a saber el Hombre de la Edad Media.
De esta manera la apuesta decidida que por el Comercio llevan a cabo países menos vinculados al Cristianismo, como es el caso de Holanda, y por qué no, la misma Gran Bretaña, hacen de estos países los nuevos dominadores de todos los escenarios, especialmente los comerciales, a lo largo de los siglos XVII y especialmente XVIII.

De igual manera, el interés por el ya inmejorable negocio que a efectos privado ofrece el mercado del Seguro, gira su importancia hasta esos mismos países, de manera que hasta 1689 no tenemos constancia de la primera asociación privada que con fines de aseguradora se forma en España. Será, como es de suponer de capital catalán, y está integrada por Amador Dalmau, Francesc Lleonart y Jaume Circums.

Con posterioridad, la legislación promovida por Carlos III revolucionará los conceptos. El siglo XIX y la Guerra de Independencia traerá marcos nuevos…

Pero se trata de otra historia.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.