viernes, 29 de junio de 2012

DEL TRIUNFO DE LA DESAZÓN


Una vez más, me sorprendo a mí mismo inmerso en los ejercicios de contorsionismo a los que cada vez hay que ser más aficionado, si de verdad se quiere triunfar en esto de llegar a comprender no ya los principios, sino más bien los finales, de la grande e insigne paradoja en la que se ha convertido el en otros tiempos honorable ejercicio de la Política, no  ya solo en España, sino qué duda cabe, en toda Europa.

La Política constituyó, en algún tiempo, lejano, desgraciadamente, un ejercicio noble. Se conformaba a partir del catálogo de acciones naturalmente buenas, que por anteposición permitían juzgar, y en consonancia catalogar como de buenos, a aquellos que, en un momento dado, habían decidido consagrar el ejercicio de sus capacidades, a la consecución del bien común.

Sí, efectivamente, creo que lo expuesto en el párrafo anterior, constituye de por sí toda una declaración de intenciones qué, de por sí, bien merece retroceder y dedicarle unos minutos más. Primero para una lectura más, y segundo, para disfrutar de las sensaciones que la misma ha dejado en nuestra boca.
Porque sí, efectivamente, lo expuesto hasta el momento constituye de por sí una declaración de intenciones tan elemental, que prácticamente parece redactada desde lo más profundo de las tripas. Desde ese lugar en el que todos tenemos localizados los instintos.

Por eso, una vez recuperados de la sensación, una vez refrescados, con todo lo que ello conlleva, considero suficientemente abonado el terreno, como para poner de manifiesto uno de los motivos que me ha traído aquí, y ahora.

Afirmar qué, sin el menor género de dudas, LA POLÍTICA es, de por sí, una de las actividades más agraciadas, en tanto que naturales, a las que se puede dedicar el espécimen humano.
Entonces, ¿Cómo es posible que hayamos permitido que ésta, y su ejercicio, se enfanguen hasta semejante extremo?

Asisto, con verdadero desconsuelo, al ritual de miseria moral con el que la caterva de tez macilenta reunida en Bruselas, pone de nuevo ante nosotros los considerandos propios que han llevado, entre otras cosas, a permitir aberraciones tales, como su propia existencia.
La última, tal vez por única, justificación real de la que dispone el político para justificar su existencia, pasa por asumir como propia la conciencia absoluta de que su única voluntad, a la par que motor que justifica su existencia, es el de poder considerarse exclusivamente como un servidor público. Esta afirmación, que siempre permaneció clara en nuestras Sociedades, que estaba gravada a fuego en la cabeza de aquéllos precursores, en los tiempos en los que se presencia rozaba la condición de parásitos; para luego ascender un poco en la escala de las cosas gracias a la acción de grandes como Pericles; nos trae a este aquí, y a este ahora, en el que sólo una cosa parece clara. Qué mal han de haberse hecho las cosas para que de nuevo, exijamos, y con razón, la cabeza de aquéllos que han evolucionado, de Tribunos de la Plebe, a meros falaces propensos al enamoramiento material, en la peor de sus expresiones.

Y es que, el que no me regodee un segundo más en la aberración que constituye la corrupción, no quiere decir que la obvie. Simplemente, se trata de un mero ejercicio de optimización de recursos, en este caso los que responden al tiempo, y a la paciencia del lector.
Prefiero, eso sí, ahondar en una realidad que a mi entender se muestra como mucho más sangrante. La que procede de contemplar con profundo desasosiego el nivel de distanciamiento que existe entre la caterva política, y el pueblo al cual representa. Que tal circunstancia se diera hace tiempo, tanto como el que nos separa de las épocas en las que la incapacidad generalizada de acceso a los recursos de la formación, justificaba todos y cada uno de los argumentos que sustentaba la teoría de la representación asumida, bien podía erigirse no ya en excusa, sino en franca realidad. Sin embargo, llegados al presente que nos ha tocado vivir, uno de cuyos mejores calificativos es el de Sociedad Formada, unido con franqueza al de Sociedad de la Información, desvincula del mundo de la realidad cualquier intento de justificar tales vacías pretensiones en semejantes argumentos.

Es por ello que no resulta ultrajante buscar en otros condicionantes la fuente de las realidades que han llevado no ya a tejer, sino más bien a urdir el complicado tejido de la Política actual.
Mas como en la mayoría de ocasiones, basta un pequeño ejercicio, basado en la observación paciente, para empezar a comprender la esencia del problema. En este caso, la desnaturalización sufrida no por la Política, sino por los que la ejercen. Desnaturalización que les ha llevado a llegar a considerarse de nuevo como una verdadera casta, ajena a la realidad, y por ende nada responsable de las circunstancias que sus comportamientos traen aparejados, los cuales desgraciadamente sólo tienen consecuencias para los que vivimos nuestra vida supuestamente por debajo de ellos.

Así, una vez sometida semejante realidad a las convenientes dosis de cinismo, considero más que alcanzado el momento adecuado en función del cual iniciar una verdadera revolución. Una revolución casi silenciosa, que tendrá en la revisión de uno mismo, y del nivel de consecución de nuestras propias exigencias, el primer detonante.
Éste, y ningún otro paso, conformará el núcleo de  la realidad que nos permitirá desencadenar toda una revolución de intenciones que tendrá en la recuperación de la responsabilidad ligada a la renuncia expresada mediante la aceptación de la gran farsa en la que se ha convertido la Teoría Representativa, su verdadero marco, a la par que su único limitador.

Entonces, y sólo entonces, el individuo volverá a sentirse parte integrante de su Sociedad, de su momento, y de su Tiempo. En esencia, recuperará la capacidad para identificar el instante en el que se hace imprescindible volver a recuperar LA LIBERTAD. La que se perdió hace más de doscientos años, cuando nos convencieron de que el individuo no está capacitado para lograr su desarrollo, sin entorpecer el desarrollo del bien común.

¿Alguien es capaz de identificar en “Esto”, el bien común?

miércoles, 27 de junio de 2012

DE LAS DIFERENCIAS ENTRE CRÉDITO Y CREDIBILIDAD.


Corren, sin duda, malos tiempos. La sensación de que algo gordo se trama, circula ya por las calles. El miedo, adoptando su primera forma, la de la duda y la desconfianza, comienza a hacer presa entre el Común. Y ese es, sin duda, el instante en el que la clase dirigente, debería empezar a preocuparse. El siguiente paso es claro, recuperar el poder, una vez que la convicción de que esa clase dirigente no hace lo que debe, no lo olvidemos, aquello para lo cual fue elegida, hace mella definitiva entre el Pueblo.
Y de ahí, al escarmiento, hay un paso.

El presente es estremecedor. Así dicho, puede resultar obvio. Si además dedicamos unos instantes a comprobar cómo suena en presente, esto es, arrebatándole cualquier posible potencialidad, refiriendo de manera clara y descarnada su absoluta condición de realidad por todos compartida, termina por dibujar un especio realmente desalentador.
Un espacio en el que, por otro lado, se nos obliga de manera inequívoca y descarnada, a interpretar no ya nuestro ahora, sino que ya a todas luces, constituye la realidad con la que habremos de convivir durante muchos años.

Las frías cifras, en su absoluto descaro, ponen sobre la mesa no ya un escenario, sino una completa realidad, que no deja lugar ni a dudas, ni a interpretaciones, sean éstas interesadas, manipuladas o, simplemente, socarronas. Porque a la sensación generalizada de que la fiesta se acabó, se unen ahora las certezas que, poco a poco, van emergiendo. Como en todas las fiestas, alguien tendrá que venir mañana, a limpiar los detritos.

Y el mañana es, a estas alturas, el hoy más descorazonador. Al proceso de inventario es lento. Nadie quiere hacerse cargo. Nos falta experiencia en semejantes lides. “He visto a campesinos defender a su caballo hasta la muerte. He visto a caballeros llorar como niños ante el primer síntoma de batalla.” Esa frase, que figura en las memorias de Juan de AUSTRIA, bien puede constatarse hoy.

A diferencia de los tiempos de Flandes, en los que  las batallas se planteaban por ambas partes. El terreno de batalla era conocido, casi consensuado, por los contendientes. Y. por encima de todo, existía la plena convicción de que ciertas normas serían siempre respetadas.
Hoy, las batallas no se luchan, se padecen. El terreno es abstracto, etéreo, virtual vamos. Y lo que es peor, al mayor enemigo no lo conocen ninguno de los dos contendientes. Por ello las batallas son sordas, mortales, carentes de arraigo, y vacías de honor. Ni D. Quijote, ni el propio Juan de AUSTRIA, tendrían nada que ganar en esta nueva realidad.

Y en medio de tanta miseria moral, de tanto vacío conceptual, una vez asumido no ya el drama de que los héroes se hayan ido, sino convencidos de la desazó propia de saber que ya nunca volverán, hemos de asistir prestos al duelo que se prepara.
Nadie vela armas, ¿Para qué, si no hay honor? El lugar que antaño ocupase Excalibur, aparece hoy sembrado participaciones preferentes. El torreón desde el  que Juana de Castilla decidió con su inmovilismo la Historia de España, forma hoy parte del catálogo inmobiliario de Banco de Santander.

En una palabra, el presente vuelve actual a UNAMUNO, cuando certificó la máxima de que “…llegará un día en el que no te reconocerás en el espejo.”

La actualidad manda. El empate de “La Roja”, prolonga durante unos minutos más la agonía de vacío conceptual que persigue ya a este país. Agonía que alcanza su máximo desarrollo en la certeza de la falta de certezas que personifica a su Presidente del Gobierno. Nunca nadie dio tanta credibilidad a la máxima según la cual, lo difícil está en la comisión del primer Pecado. Los demás, por muchos que sean, ya no hacen sino justificarlo.

Y como patética repercusión, el clamor de la penitencia en la que a estas alturas se convierte el análisis de las cifras:
En números redondos, hemos igualado, sin haber cerrado el primer semestre del año, la cifra que constituía el total de la estimación de déficit presupuestario para todo el año. Sin ser alarmistas, bien podríamos elevar las previsiones de éste para final del ciclo hasta el 8,3%. El anterior Gobierno lo dejó en el 7,7%, y a estas alturas todavía hay un Gobierno que sigue viviendo de las rentas de aquél discurso.
En parecidos términos, el comportamiento del diferencial respecto del bono alemán a diez años (esa prima tan odiosa), coloca los tipos de interés de los mercados secundarios en unas prerrogativas que han llevado, incluso a D. Mariano, a reconocer como cercano el momento en el que España no podrá acudir a financiarse en los mercados exteriores. ¿Somos conscientes de lo que eso significa, o por el contrario hace falta deletrearlo?  Pero tranquilos, que no seré yo quien se lo deletree. La reunión del Euro-Grupo, que acaba de finalizar, ha dejado ya por fin claro un hecho, La absoluta certeza de que de la Línea de Crédito de 100.000 millones de Euros destinada a salvar nuestro “Tejido Financiero”, viene hasta nosotros respaldada, como no podía ser de otra manera, por el aval que suponemos todos y cada uno de los •”españolitos”. Conclusión, los más de diez días que se han traído discutiendo si la deuda repercutiría sobre el déficit, o sobre la deuda, no era más que otro espejismo.

Y mientras, los men in Black ya están en Madrid. ¿Para qué? Como es obvio, no para cumplir las aparentes muestras de deslealtad dadas por el Comisario de Asuntos Económicos Sr. ALMUNIA, como ha dicho abiertamente la Sra. De COSPEDAL.  Más bien, y como parece evidente para cualquier observador objetivo, para llamarnos al orden, o lo que es lo mismo, para desarrollar la batería de medidas de carácter estructural que sin duda pasarán a formar parte de nuestra, a partir de ahora, dura realidad.
Una vez más, la sensación de que el clamor en pos de promover la muerte del mensajero no hace sino preconizar la absoluta incapacidad de aquél que dirige.

Porque a los consabidos medicamentazos, céntimos verdes o sanitarios, así como al resto de memeces que el actual Gobierno pueda plantear, tan sólo una cosa parece ya obvia. Que nada volverá a ser como fue.

En poco más de seis meses, un Gobierno plañidero y desnortado, ha logrado colapsar el país. Algunos de los que parecían condenados a ser eternos candidatos, que no dudaban en azuzar el Congreso al grito de “..dejadlos caer, a ver si entramos nosotros y la levantamos”  son hoy Ministros de Hacienda que han de tragarse el sapo de reconocer el público que “España tiene, hoy por hoy, tremendamente complicado recurrir a la financiación exterior”.
Ese mismo Gobierno que lleva a De GUINDOS a rendir el Reino. Tiene que ir, primero a Bruselas, y luego a Luxemburgo, a llorar un rescate que por soez lo es incluso en el nombre. Una vez más, el país adolece de la falta de gallardía imprescindible para llamar a las cosas por su nombre.

Y España va a la tanda de lanzamientos desde los once metros.

Y España le concede otra moratoria al Sr. RAJOY. Al menos hasta el próximo lunes este país no tendrá consciencia de su situación real.

Y en medio de todo, la respuesta a la cuestión con la que abríamos hoy esta sección de opinión, emerge con todo su poder:

La diferencia entre el Crédito y la Credibilidad estriba en que el primero, como moneda de cambio que es, cuando se pierde, es propenso de ser recuperado. Por el contrario, la Credibilidad, como fenómeno moral, una vez perdida, jamás retorna.

Dicho lo cual, Sr. PRESIDENTE, Si el Crédito nos ha abandonado como País, y la Credibilidad jamás le acompañó en tanto que su figura de liliputiense político le acompañará ya a todas partes. ¿A qué espera para marcharse?

Sin duda, España y Europa aplaudirán su marcha.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.