lunes, 23 de diciembre de 2013

DE NUEVO, NAVIDAD.

Sumergidos una vez más en la falacia de los recuerdos forzados, las buenas voluntades de tapadillo, y los deseos bienaventurados con fecha de caducidad, no parece quedarnos un solo instante que deba o pueda ser dedicado a la reflexión.

Inmersos ya si de manera inequívoca en éstas, a mi entender las únicas fechas festivas en las que aparentemente todos participamos de emotividades parecidas a las propia de aquéllos que votaron al PP esto es, nadie sabe cómo ha sido, mas de nuevo, aquí están, o lo que es lo mismo, todos parecemos estar de acuerdo en que lo único que dirige nuestro ánimo, pasa por desear que pasen pronto. Lo cierto es que  precisamente es dentro del periodo general en el que vivimos, donde más sentido parezco encontrarles, precisamente yo, a quien siempre me ha costado no solo entenderlas, sino disfrutarlas.

Dentro del momento histórico que compone nuestra realidad temporal, creo afirmar en cierto que una de las certezas que con más fuerza ha calado en nosotros en los últimos años, es la imposibilidad manifiesta para hacer recalar en nuestro recuerdo, con un mínimo de nitidez, ni tan siquiera una pizca de los acontecimientos que no hace tanto en otro tiempo, y quién sabe si en otros lugares, sin duda hubieran copado buena parte del escenario de nuestros recuerdos.
Constituye esa misma certeza, o más concretamente el efecto que su constatación produce en nuestra emotividad, una clara prueba, si no la más certera de cuantas podamos seriamente aportar, en pos de la ratificación del principio ya expuesto en origen según el cual la velocidad a la que vivimos nuestra vida, o por hablar con más rigor la velocidad mediante la que pasamos por nuestra propia vida, nos lleva a tener que considerar con bastante fuerza la posibilidad de la tesis por algunos defendida según la cual, el origen de la actual crisis se halla en realidad ubicado el concepciones axiológicas, de valores; siendo en realidad el efecto económico un corolario, o a lo sumo la constatación efectiva de ello.

Y todo para llegar a la lacónica, cuando no funesta conclusión de que hemos fallado. Hemos fallado con estrépito, sin vuelta de hoja y por supuesto, sin posibilidad de discusión. Y da igual que lo miremos desde aspectos y matices, o que lo hagamos desde el absolutismo propio del dogma. Es indiferente pues que apliquemos la concepción relativista, que preconiza el origen del Hombre en algo poco más riguroso que la concepción azarosa; o que lo hagamos desde las en apariencia más tranquilizadoras vertientes del absolutismo que ve en voluntades competentes para la creación el vínculo de todo con todo.

Al final, el único nexo común es que pasa por la inexorable constatación de que indefectiblemente, hemos fallado.

Y hemos fallado porque si a estas alturas necesitamos      que nos expliquen ciertas cosas, o en el peor de los casos estamos dispuestos a aceptar muchas otras sin exigir ninguna explicación. Si podemos permanecer impasibles ante ciertas imágenes o peor aún, somos capaces de entender el significado, y pasar a renglón seguido a otras cosas, sin que se observe en nuestro acervo el mínimo impacto, muesca o resquemor es porque, efectivamente, algo funciona realmente mal.

Constituyen éstas fechas un espacio proclive para la generosidad. Es como si de repente normas, conductas, comportamiento e incluso valores otrora deplorados, adquiriesen ahora algo más que patente de corso, llegándose acaso a considerar como una posibilidad incluso su aceptación dentro de los cánones si no de la buena conducta, sí al menos de las no condenables.
Amparado en el umbral de realidad que me habilita semejante conducta, es por lo que yo me atrevo a someter a consideración otra forma de generosidad. Se trata, en contra de lo que pueda parecer, de una generosidad no de todo altruista, ya que en contra de lo que hoy por hoy constituye aquello que está bien visto, no solo no oculta su clara voluntad de lucro, sino que hace de la constatación de tal hecho el eje primario de lo que podríamos considerar su eje de formulación.
Así, embebidos como estamos en un tiempo en el que el segundo es la fuente de las tentaciones, y el presente es el umbral más lejano en el que la mente consciente es capaz de pensar, bien puede ser cierto que la elaboración de un plan de trascendencia se erija en el proceso más honrado al que el Hombre actual pueda aspirar.

Como parte activa del momento que nos ha tocado vivir, y como víctima propiciatoria de las consecuencias que nos han sido propias, podemos extraer la conclusión unívoca de que el aquí, y el ahora, se han convertido en fuerzas inexcusables que se han mostrado por sí solas como amplios valedores de la voluntad y del rigor humanos.
Hallándose esos preceptos probablemente en la esencia de lo que ha venido a deteriorar para siempre los cimientos de lo que una vez creímos absolutamente inexpugnable consideración de nuestra percepción del mundo; lo cierto es que la confirmación de lo erróneo en cuanto a la vigencia de la estructura, ha colocado sin duda en una posición muy inestable al resto de preceptos, cuando no de componentes que componían la tupida red de nuestras percepciones.

Porque al final de eso se trataba todo, de percepciones, de especulaciones…de sueños en definitiva. Sueños que, tal y como hemos podido comprobar se han venido abajo como castillos de naipes, ante el primer conato de viento.

Y es por eso que ahora, nos toca dar muestra del primer gesto responsable en mucho tiempo. Un gesto que hace de la generosidad su fuerza. Un gesto que se ha de alimentar no de la humillación del que se sume en la derrota, sino de la valentía propia de los que son capaces de reconocer sus errores, asumiéndolos como paso previo no solo para superarlos sino para, en el transcurso, atreverse a ser mejores personas.

Es por eso que estas fechas pueden ser las adecuadas para comenzar a forjar un plan de acción que parta de la certeza de que, muy a nuestro pesar, el grado de constatación de los efectos de lo que nos ha golpeado, supera de tal manera incluso al peor escenario pintado por los que hace no mucho éramos considerados no solo pesimistas, sino abiertos antipatriotas; que cualquier intento de concebir la idea de que nuestra generación va a ser testigo de un verdadero conato de superación, no pasa sino por constatarse como una muestra de intelecto infantil.

De ahí precisamente que ahora más que nunca, resulte de verdad imprescindible asumir el porcentaje de capacidad de sufrimiento que todo individuo atesora, y seamos capaces de canalizar la fuerza que le es propia, en pos de conformar una tupida red de pensamiento encaminada a activar proyectos, medidas y estrategias que, en consonancia con lo expuestos abandonen el cancerígeno tejido de lo cortoplacista, y apuesten decididamente por la consolidación de estrategias de las denominadas a largo plazo las cuales conviertan, ahora sí, la posibilidad de sacrificio altruista de la que todos somos dueños en parte, en una fórmula de futuro que sirva, en contra de lo que pueda parecer, para detener la corriente de nihilismo que parece aflorar.

Hagamos pues del vicio virtud, y demostremos que efectivamente, los Seres Humanos somos capaces de grandes cosas, haciendo gala de la generosidad adoptando formas de trascendencia.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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