sábado, 18 de julio de 2009

ESTAMOS DE ENHORABUENA:

Y es que, de verdad, desde que nos lanzamos a la aventura de "lanzasdeldestino", no hemos tenoido más que satisfacciones.


En primer lugar, la enorme alegría que supone en ver día a día como lo que uno piensa, tiene, o más bien adquiere cierta transcendencia, desde el momento en que a los demás les interesa, a la vez que lo disfrutan. Esa es la única causa por la que merece la pena escribir y no guardarlo en lo más recóndicto del fondo de ese enorme cajón en lo que a veces se convierte nuestro disco duro; el saber que alguien lo va a leer, y lo más importante, a opinar sobre ello.


Sin embargo, todo esto a pasado a un segundo nivel cuando nos encontramos con que no sólo se nos lee, sino que hay gente, como Enrique, que piensa que lo que hacemos es lo suficientemente bueno, como para que su obra, cuya calidad indiscutible está sobradamente contrastada, forme parte de nuestra pequeña "ventana hacia el mundo."


Por todo ello, desde aquí nuestro agradcimiento a Enrique Martín Zurdo, por darnos la oportunidad de disfrutar de su obra, a la vez que abrimos la veda para todo aquél que crea tener algo que decir.

EL HIJO DEL VIGILANTE
Enrique Martín Zurdo
(Relato ganador del I Certamen de relatos Toros de Piedra convocado por el Ayuntamiento de El Tiemblo - Ávila)



Conocí a Ángel, el primogénito de los varones del tío Ángel, el vigilante, la primera vez que entré en aquella casa de la calle del Castillo, y enseguida me di cuenta de que ese tipo hacía honor a su nombre. Ángel que, por la diferencia de edad, podía pasar por mi padre me lo recordaba remotamente, con el mismo corpachón tan lleno de humanidad, con el mismo trato cálido, humano; la misma hombría de bien, siempre dispuestos a echar una mano a todo aquél que precisara de su ayuda. Buenos profesionales los dos en sus respectivos trabajos, mataban sus escasos ratos de ocio de la única manera que sabían hacerlo: continuar trabajando. Mi padre con las mil reformas y los cientos de ilusiones que surgían con la compra de la casa de las Laderas, Ángel cultivando y abonando la huerta de la Dehesa o podando y sarmentando la viña de Cantogordo.
Para entonces, finales de los setenta, yo empezaba mi periodo de milicias universitarias en la Academia de Intendencia de Ávila, e intentaba echar raíces en El Tiemblo un lustro después de que mis padres fueran acondicionando el nido aledaño al arroyo de la Parra. Con mis veinte primaveras, trajeado con el uniforme, iba y venía del pueblo a la capital hecho un pincel, o al menos así era como me veía mi madre, que era quien realmente me llevaba como un figurín (lo que hace tener veinte años y jamás haber sentido pavor al ridículo). Me subía a la Serrana (1) con mi petate y creía que me podía echar el mundo por montera. Durante el viaje reflexionaba sobre las casualidades de la vida, porque para mí El Tiemblo ya tenía de antaño un componente mítico por esa importancia que el lugar adquiría al leer los libros de historia de bachillerato y asociarlo a los Toros de Guisando. Yo quedaba como un aplicado alumno cuando salía la típica pregunta referida a esculturas preibéricas y citaba a los Toros de Guisando como las más importantes. Pero la cosa no quedaba ahí, aunque encaminé mis pasos hacia los números para que estos me dieran de comer, siempre me apasionó la Historia y dando un salto en ella descubrí que junto a los Toros existió una Venta Juradera, donde una princesa abulense de las tierras de la Moraña, allá por 1468, hizo abdicar a su hermanastro Enrique IV del reino de Castilla en beneficio propio, tras una de las muchas guerras civiles entre castellanos de la que ella salió victoriosa, con la ayuda del cardenal Cisneros. Cuando leí los libros de viajes de Cela recuerdo que, a su paso por estas tierras, venía a decir que eran de una importancia histórica excepcional, pues “en ellas es donde mejor o peor se fundó la unidad de España”, y no dejaba de llevar su parte de razón visto lo que pocos años después de ese juramento generaría Isabel de Castilla casándose con su primo Fernando de Aragón. (Perdóneseme ______
(1) Denominación popular por la que se conocía al servicio de autobuses de línea regular que cubría el recorrido entre El Tiemblo y Ávila.
este circunloquio histórico al hilo del relato, pero lo consideraba imprescindible. Me da rabia que muchos, hoy como ayer, no sepan situar en el mapa a las esculturas vetonas de los Toros de Guisando (del siglo III a. C.), creyendo que están en la localidad de Guisando, en la estribación occidental de la Sierra de Gredos, cuando en realidad están ubicados junto a la Cañada Real Leonesa que discurre en las inmediaciones del Cerro Guisando, el último picacho de Gredos antes del valle del Alberche, y que pertenece al municipio tembleño).

Pero a lo que iba, que puedo tener más peligro que una escopeta trucada de barraca de feria si me pongo a elucubrar con mis aficiones históricas: me dije que para asentar esas raíces a las que me refería anteriormente nada más fácil que echar el ojo a una tembleña que, casualmente, resultó ser la benjamina de los hijos del tío Ángel, el vigilante. Llegado es el momento de indicar que ese apodo le venía a mi suegro por su condición de empleado del Ayuntamiento como vigilante, en las muchas obras públicas que la citada Corporación llevó a cabo con Isidoro Rodríguez como alcalde en los prósperos sesenta y setenta. Es decir, la que con el devenir de los años se convertiría en la madre de mis hijos tenía por hermano a Ángel, el segundo de aquella fraternal estirpe de nueve, cuyo angelical nombre parece asociado por los siglos a esa familia con la que yo tuve la gracia de emparentar a mediados de los ochenta. Mi hijo, nacido un año después del fallecimiento de su abuelo, no podía llamarse de otra manera que Ángel y ya existen otros Angelillos canijos entre sus biznietos.

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