domingo, 1 de marzo de 2009

DE LOS RETORNOS AL PASADO Y DE LOS AIRES DE GRANDEZA

Rescatamos el presente escrito, que fue confeccionado hace ya dos años. Es curioso comprobar como algunsa cosas no sólo no pierden actualidad, sino que parecen actualizarse con el paso del tiempo... Es curiosos como la Historia, en su intransigente divagar encadenada de manera inexorable al paso del Tiempo, nos sorprende a veces con efectos y fenómenos que parecen querer romper esa fructífera unión, logrando con ello la aparición de episodios que nos recuerdan tiempos pasados, o que incluso parecen más propios de otras épocas, en principio superadas. Basta un ligero paseo por las Crónicas de la Historia, paseo que sin duda será mucho más provechoso si no nos limitamos a citar las fuentes de los vencedores, para comprobar como desde siempre, los poderosos han visto como su poder se consolidaba no a base de mostrarlo y manifestarlo, bien con ejercicios de suntuosidad, o con muestras de autoridad; la verdadera consolidación del poder se conseguía asentando en el dominado la convicción de que su estado natural era el de permanecer bajo el yugo del dominador, fuera éste laico, un señor feudal, o religioso, un señorío clerical. Una vez asentado este poder, había que hacer uso de él. Se trataba de manifestar ante el resto de iguales, en tanto que se consideran enemigos potenciales, la magnitud del poder alcanzado. El poder de un Señor Feudal no se basaba tan sólo en la extensión de las tierras que poseía, sino también y fundamentalmente, en el número de vasallos sobre los que ejercía su dominio. La relación de vasallaje, piedra angular de la época feudal a todos los efectos, al apoyarse sobre ella la en principio inestable pirámide social, explica cosas tan espectaculares como el privilegio que para un vasallo podía suponer morir por su Señor. ¿Podía caber mayor honor para un hombre convencido desde su nacimiento de su condición de siervo, desposeído tal vez desde la cuna de su propia condición de hombre en la más amplia acepción de la palabra; que el de morir en pos de aquel que justificaba de alguna manera su mísera existencia.? La respuesta la encontramos en fenómenos históricos como puede ser la Host de los Condados Catalanes, o el rebato, en las Cortes Castellanas. Se entendía por la Host al conjunto de ciudadanos catalanes, era ésta condición “sine qua non”, que tenían el privilegio de, unidos bajo el pendón que les identificaba como pertenecientes a los diversos gremios de la ciudad, de acudir a pedir responsabilidades por la vía de las armas, sobre aquellos, nobles, señores, o incluso territorios extranjeros, que de una manera u otra habían podido ofender alguno de los privilegios que las ciudades catalanas tenían concedidos. Cuando alguno de éstos previos había sido infringido, la host era convocada al grito de “Vía fora”, grito que, como no podía ser menos, venía acompañado del incesante repique de todas las campanas de la localidad sobre la que se declarase. El júbilo con el que el hecho era acogido entre la mayoría de ciudadanos que creía firmemente estar luchando por su condición de ciudadano, no podía acalla el chirriante peso de la verdad, que no era otro que el de comprobar como, una vez más y como tantas otras, el vulgo, la plebe, lo más ínfimo del escalafón social de la época, luchaba y moría una vez más, y lo hacía de nuevo convencida de que era su deber, en condición ética, o tal vez como voluntad de Altísimo, para defender los derechos de un Sistema Feudal que permitía mientras al Señor Feudal mantener su posaderas calentitas al humor de las llamas de su chimenea en el Salón de Homenajes, mientras el común se partía la cara para conseguir a lo sumo y no siempre con suerte, ver como cambiaban un tirano por otro. En la actualidad, los métodos han cambiado. Ya no se lucha en el sentido literal de la palabra, los señores feudales han cambiado sus medios de poder, aunque la mayoría sigue poseyendo ingentes cantidades de tierra, las cuales ya no valen en función de los kilos de grano que produzca, sino en función del Sector Urbanístico dentro del que queden recalificadas. El poder ya no se logra a base de controlar caballeros armados en las batallas, sino que se posee en función de lo involucrado que se esté dentro de los grupos encargados de generar opinión, o en base al número de influyentes que controles dentro de los círculos encargados de tomar determinadas decisiones políticas. Sin embargo, hay una cosa que los nuevos señores feudales han copiado literalmente de sus predecesores de la Edad Media, cual es el seguir convenciendo al vulgo de lo inexorable de su condición. Existís para proporcionarnos nuestro poder, y si se ve en riesgo para defenderlo, aún a coste de vuestra condición de hombre libres. La Host y los gremios han sido sustituidos por movimientos asociativos encargados muchas veces de disimular las luchas intestinas de poder entre estos nuevos reyezuelos, encubriéndolas a menudo tras el aparente velo de legalidad que aporta la supuesta mayoría, una mayoría que a menudo se convierte en masa en tanto que encuentra en estos movimientos asociativos su única oportunidad para no pasar totalmente desapercibido en esta inexorable rueda que es la vida. Pero en definitiva, hagámonos una pregunta ¿Quién está casi siempre detrás de estos movimientos.? ¿Qué fuerzas mueven a menudo los hilos, con la aquiescencia unas veces, y desde el desconocimiento otras de esas Juntas Directivas que a tantas y tantas veces no disimulan sino a simples testaferros.? Hagámonos la pregunta sin miedo a respondernos que, pese a los años transcurridos, seguimos disfrutando con el placer de poder morir en guerras que no son las nuestras. Y mientras, el Señor Feudal sigue en su salón del homenaje, afilando su cuchillo, contabilizando el grado de incremento que ha sufrido su poder desde el momento en que los vasallos le siguen jurando homenaje, y en definitiva, calentándose sus posaderas, mientras el vulgo continúa partiéndose la cara en batallas que nos benefician en nada, y que más bien le mantienen distraído de su verdadera obligación, que no es otra que la de identificar al verdadero enemigo, para comenzar a poner coto a sus fechorías. Luis Jonás VEGAS VELASCO LA ADRADA, MARZO DE 2007.

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