jueves, 9 de junio de 2011

DE CUANDO EL ANSIA DE RESPUESTA NOS LLEVA AL OLVIDO DE LAS PREGUNTAS.


Para pleno conocimiento y posterior cumplimiento del Común:

Mirad vosotros que yo, Nicolás Eymerich, Inquisidor Mayor de Aragón, de Rango Múltiple en tanto que así reconocido por su Excelencia el Sumo Pontífice de Roma; vengo de nuevo, a poner de manifiesto algunas de aquellas cosas que, si bien ya han sido comentadas y reseñadas en las incontables calendas que redundan de mi época; no es menos cierto que su incumplimiento, bien por incompetencia, cuando no por mera dejadez, hacen más que necesaria de nuevo la reflexión fría, de este que de nuevo os saluda y habla.

Una vez más, el Tiempo, en tanto que creación Humana, y por ello demoníaca, pone de manifiesto su famélico origen jugando al escondite con aquel que se cree soberbiamente su creador, el Hombre. Por ello, basta ver con qué satisfacción este se regocija arredrando al que en principio es su formante para, finalmente, humillarle al hacerle reconocer su soberbia ante la incapacidad de explicar de manera sencilla, como sin duda deben de ser todas las explicaciones que proceden del conocimiento, cual es la verdadera naturaleza de una característica propia del Tiempo, cual es, a saber, su rango de infinito.

Es el Tiempo, al parecer infinito. La única forma de acceder a ese concepto que tiene el Hombre, procede de la comprensión gráfica de una circunferencia. En ella, a saber, esa naturaleza se manifiesta en tanto que la distancia más lejana a un punto, es en realidad el punto más cercano. Esta paradoja, a priori comprensible tan sólo desde el punto de vista geométrico, tiene en nuestra actualidad un excelente foco de explicación en el campo de la Sociología, y más concretamente en el de una de sus asignaturas maestras, la Política.

Una vez más la realidad se encarga de poner de manifiesto la circunstancia fundamental que justifica todo lo anterior, y que no es otra que la que aparece de reseñar la continua repetición que de Periodos, Ciclos: Épocas y Momentos, se nutre continuamente eso que los Hombres se han dado en llamar Historia, para esconder una realidad según la cual esa aparente e irresoluble complejidad que parece secundar al concepto de Tiempo Infinito; puede en realidad explicarse a partir de la repetición más o menos ordenada de estructuras temporales fijas y conocidas.

Dicho de otra manera, a menudo, el reconocimiento de ciertos fenómenos históricos, nos permitiría anticipar con suficiente precisión comportamientos posteriores de los hombres que en ellos coexisten, respetando siempre las características propias de cada momento, sus peculiaridades.

En resumidas cuentas, el actual periodo de crisis en el que se habita, presenta con todos los demás de la Historia; y desde la perspectiva de mi tiempo he visto muchos, en los más de siete siglos que me contemplan, la condición definitoria de considerarse, y hacerse considerar por los que la sufren, la crisis más importante y horrible de cuantas se han desencadenado sobre la faz de la Tierra.

Sin embargo, dicho esto, es igualmente de justicia reconocer el hecho de que, a pesar de los múltiples puntos en común que a esta se la reconoce con las muchas otras acaecidas; algunas son las circunstancias que sí le son propias, y a la sazón definitivas.

Lejos de entrar en análisis profundos, y librándonos igualmente de lo tendencioso a lo que nos arrastra lo superficial, diremos sin ánimo de equivocarnos, que el hecho económico, o más concretamente la circunstancia financiera se encuentra en la base de todo el entramado que ha dado pie a la catástrofe. Pero, sinceramente, ¿Tiene algún sentido acusar a un hecho o circunstancia creada por el Hombre, de ser la culpable de algo que afecta tan trascendentalmente al propio Hombre? Para que se me entienda, ¿no será que la avaricia, el ansia de poder ilimitado, la especulación? Está en realidad detrás del fenómeno que hace distinta a esta crisis, a saber la caída a los pies del Capital de los principios morales del Hombre.

Asumir eso, no es sino terminar por comprender el verdadero calado de esta la actual crisis. Lo estrictamente económico ha quedado superado. La aparente búsqueda de soluciones ha dado pie a la transgresión definitiva. Una vez más el Hombre ha olvidado el orden de las cosas. El fin justifica los medios, y como siempre los valores son los que primero caen en la batalla, tal vez porque son los que marchan a la vanguardia del Hombre, sencillamente por que es lo último que este ha adquirido en su lenta carrera hacia el abandono definitivo de su condición de animal.

Así, que nadie se confíe. La Serpiente vuelve a estar próxima. Se enrosca en torno a un tronco, y ha comenzado a devorarse a sí misma. Pero el tiempo y la paciencia han aparecido en ella, ha aprendido, y lo que es peor, sabe que tiene tiempo.

Recordad, las hogueras vuelven a arder. Su Juicio se acerca, y es inminente.

Nicolás EYMERICH.

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