Me sorprendo un día más, sumido en los consabidos esfuerzos
que resultan imprescindibles para lograr recuperar
la cabeza, cada vez que un ejercicio que requiere demasiada concentración
logra alejarnos de este mundo, de esta
realidad.
En esta ocasión, lo que me ha arrojado a semejante estado,
ha sido una cuestión pragmática planteada por un amigo en mitad de una
disertación. ¿Cómo es posible que los plebeyos
medievales aceptaran de manera natural el nivel de vida que sus señores les promovían?
La cuestión goza en realidad de gran interés. No se trata en
realidad de la interpolación de una cuestión cuantitativa. Se debe, por encima
de todo eso, al planteamiento sublime y atemporal de una hecho que desborda
semejante consideración en tanto que indirectamente viene a poner de relevancia
el que se erige como uno de los asuntos más antiguos de la Humanidad, cual es
el de tratar de averiguar el porque de la invariable necesidad del Hombre de
imponerse a cualquier precio sobre otros hombres.
Pero el planteamiento de la pregunta no busca la
interposición de un ensayo sobre
Sociología, y por ello el caer en semejante tentación a la hora de elaborar
la respuesta, iría sin duda en detrimento de la calidad de la misma.
Por ello el tema queda lo suficientemente centrado una vez
que comprendemos que el viso de la cuestión pasa por hacer entender los
desencadenantes que pueden llevar a los hombres de la Edad Media no ya a
dominar a sus semejantes; sino más bien a tratar de entender la clase de
motivos, o en su defecto de miedos, que resulta imprescindible sembrar en la
conciencia, cuando no en el alma de los hombres, para lograr que acepten como
buenos comportamientos que son, a todas luces, no ya solo marcadamente
injustos, sino abiertamente inhumanos.
Es llegado este momento, una vez logrado el clima contextual
requerido, aquel que nos sirve para poder decir que todos sabemos de lo que
estamos hablando, cuando podemos comenzar con la descripción de los mencionados
ambientes. ¿Cómo se puede hacer comulgar
a un hombre con ruedas de molino?
Evidentemente, muy notorios tienen que ser los argumentos
que lleven a un hombre poco menos que a renunciar a la condición que le hace
digno de semejante calificativo.
Para alcanzar tal extremo, sin duda han de superarse con
creces, condicionantes muy elevados.
Primero resulta imprescindible generar una sensación de
culpa la cual habrá de proceder de un hecho que habrá de ser cuanto más
abstracto y alejado del entorno del hombre, mejor. Así conseguiremos dos cosas
imprescindibles, la primera e inexorable, que el protagonista no llegue a
comprender nunca suficientemente aquello que en principio desencadena su drama.
A partir de ello, será capaz ni tan siquiera de ponerse a diseñar posibles soluciones.
Una vez alcanzado semejante estado, hay que traer a
colación, y hacerlo además con el despliegue de parafernalia adecuado, todo un
catálogo de males, certezas y amenazas fundamentadas a partir de la legítima
consecuencia que se derivaría como consecuencia del no cumplimiento o de la
mera refutación de lo anteriormente dicho.
Una vez hecho esto, y con el fin de lograr llenar los huecos que puedan quedar, construyes
una legitimación tan abstracta como el problema en sí mismo causado (te
guareces tras el paraguas de alguna clase de mitología cuando no re religión
vamos), y esperas a que la segunda fase del plan
miedo siga su curso.
Y cuando todo esto se ha cumplido, y además te has visto
reforzado por los logros a corto plazo, terminas por buscar la redacción de un
plan legal que en forma por ejemplo de ley de educación, restituya la cadena de
valores aparentemente perdida.
Mi amigo se ha quejado de que en este caso no he hecho
mención alguna al consabido efecto que en todos los asuntos de Historia tiene
la responsabilidad derivada de la
perspectiva.
Es entonces cuando le he dicho a mi amigo que yo hacía
tiempo que no estaba especulando sobre
ningún escenario hipotético histórico. Hace rato que estaba describiendo la
realidad que me rodea.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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