…O por ser si fuera posible más precisos, de los últimos
reductos donde todavía se esconden las últimas esencias, a la sazón, quién sabe, si los últimos resquicios desde
los cuales afianzarnos, albergando a través de ellos la digna necesidad de
diferenciarnos de los animales.
Podemos así pues decir sin miedo a equivocarnos, que vivir
es en sí mismo un privilegio, un hecho necesario
si se prefiere, acudiendo a las categorías
filosóficas, a partir de las cuales se convierte en una exigencia,
erradicando con ello toda tentación de albergar cualquier intención de inducir
componentes ruines o de dispersión; el poder establecer de modo totalmente
nítido, aunque insistimos no por ello excluyente, la línea donde acaba lo general,
lo accidental o si prefiere el perímetro capaz de albergar todo lo propenso al
azar y a la evolución vinculada a la mera adaptación cuando no a la
supervivencia del más fuerte; para dar paso a esa reconstrucción de valores
éticos y morales cuya lúcida concurrencia cooperan para dar paso cuando no carta de naturaleza a lo que si se apura
ha dejado de ser el Hombre, para dar paso, probando el término en sí mismo que
no renegamos de la conciencia evolutiva, al
Ciudadano, al Político.
Obedece así pues una vez más nuestra exposición al proceso
por el cual desde la propuesta de una aparente realidad, se promueven líneas de
confrontación que, lejos de redundar en lo que cabría expresarse en los
términos propios de una conclusión cerrada, no vienen en realidad sino a
promover el debate, cuando no la franca discusión, toda vez que ésta se
encuentra dignamente justificada en lo abierto de los conceptos, como del
procedimiento en sí mismo.
Sea como fuere esta abstracción, lejos de erigirse en una
dificultad, se convierte en sí misma, o así sucede atendiendo a nuestras
consideraciones, en una fuente de solución al permitir desgranar desde su
aparente ambigüedad, un retortero de posibilidades la mayoría de las cuales
serían del todo improbables, cuando no a veces francamente incompatibles con la
realidad, en el caso de haber procedido desde una perspectiva que podríamos
catalogar de reduccionista por lo breve.
Es con ello que en pos de ir definiendo los componentes que
habrán de configurar una verdadera conducta humana, o si se prefiere empezando
por determinar con franqueza la diferencia entre animales y hombres, convendría
sin duda esgrimir abiertamente cuál es, o a lo sumo dónde reside la cualidad
que más allá de su naturaleza humana, redunde en realidad en su condición de
exclusiva a la hora de mostrar tal acepción en su comparativa en este caso para
nada escueta, y que habrá de darse entre animales y hombres.
Nos damos así pues de bruces con la realidad, máxime cuando
comprobamos la paradoja de intuir que ya en el condicionante expreso de la
propia formulación de la pregunta, reside la condición de la respuesta. Volviendo
pues y con una intención para nada negligente, comprobamos que el mero hecho de
preguntarnos por la vida, más allá de sus
consideraciones, incluso de sus expresiones, supone en sí mismo aceptar que
el Hombre es capaz de diferenciar entre la presencia y la ausencia de Vida,
esto es, el Hombre es el único lúcidamente competente para identificar la
presencia o la ausencia de vida.
Lejos de caer en el burdo ejercicio de reducir la Vida a la
ausencia de Muerte, lo que en realidad queremos decir es que se puede estar
vivo, y no por ello vivir. Dicho de otra manera no todos los que se creen vivos
son capaces de vivir la vida, o son en realidad capaces de vivirla digamos plenamente.
Porque de la misma manera que ha quedado demostrado que en
base a cuestiones referidas a la aptitud no solo no somos iguales, sino que
abiertamente bendecimos la existencia
de tales diferencias, es que podemos determinar que no todas las formas de
vivir son iguales es más, algunas son manifiestamente incongruentes con el o
los criterios en torno a los cuales parecen ceñirse las disposiciones en torno
a las cuales se determinan los parámetros aceptados como congruentes en pos de determinar lo que denominaríamos vida conforme.
Iniciado así pues un proceso interesado casi más en la
eliminación de las contingencias, que en la rememoración de las necesidades;
más pronto que tarde acabaremos por atribuir el éxito de nuestro ejercicio a la
localización, cuando no al análisis, de ese ingente grupo de capacidades de entre las cuales solo los
consabidos aunque no por ello garantes de la certeza, debates, acaben por
arrojar una suerte de ganador en este
aparente concurso de la mejor virtud, cuando
no de la virtud más humana.
Con todo y con ello, o tal vez a pesar de ello, que lejos de
despistarnos de lo que podríamos denominar como catálogo de procederes desde los cuales encomendar o definir nuestro
proceder, a lo que inequívocamente nos conduce todo lo hasta ahora
esgrimido es a depositar una vez más en la dignidad
todos y cada uno de cuantos parámetros, conceptos o procederes ayer, hoy o
mañana podamos definir como imprescindibles
de considerar a la hora de garantizar la correcta identificación, ahora sí por
ende excluyente, de todo aquel que ose ser considerado como integrante del
Grupo de los Hombres.
Notoriedad pues la dignidad aparentemente intrínseca a la
condición de Hombre, que lejos de enclaustrarlo o mucho menos limitarlo, se
muestra más bien como el elemento encargado de proyectarlo hacia delante de
manera tan impresionante como eficaz promoviendo el ejercicio de la conducta
que le es propia, a saber, la del sentido
común implementado en la responsabilidad.
Se erige pues la responsabilidad como el reducto en el que
se reafirman las tendencias gregarias del Hombre. Catalizador de las Reacciones Sociales, es por medio de la
responsabilidad que el Hombre alcanza su enésimo estado, a saber el más
perfecto de cuantos ha conocido hasta el momento, sencillamente porque es el
que más lejos le ha permitido llegar hasta el momento.
Es el Estado de
Ciudadano el propio del Hombre superado. Pero superado en el tono de desbordado, mejorado, perfeccionado. El
Hombre regido por las conductas reduccionistas que se esperan de la Ética, se
subroga a las consideraciones deductivas que se ofrecen tras el desarrollo de la conducta Moral.
El grupo supera al individuo, y es entonces cuando la Polis
se erige en conducta natural, superando
con ello a la Akhrópolis, cuyas
consideraciones obedecen a criterios someramente beligerantes, defensivos a lo
sumo.
Surge entonces La
Política como expresión firme de las conductas más propias que se esperan del Hombre ascendido a Ciudadano a saber, aquellas
que son propias de elevar al Ciudadano por encima de sus propios límites,
haciéndonos albergar esperanzas de que de sus conductas se extraiga mayor
satisfacción no tanto por la satisfacción del bien propio, como sí por la
obtención del bien común.
Es así pues que paralelo a la transición del animal al
hombre, corre la que lleva del hombre al ciudadano. Como catalizadores
extremos, la dignidad como virtud, la responsabilidad como procedimiento.
Una forma de evaluar el grado de cumplimiento de lo
demandado, el que pasa por la implementación de una nueva forma de parnasianismo a saber, la capacidad para
interpretar al Hombre en si mismo, sin necesidad de tener que recurrir a sus
expresiones, sin duda manipuladas por el ambiente, determinadas por el
contexto.
En definitiva, reconozcamos que la utilidad bien podría estar sobrevalorada. Recuperemos pues la condición Romántica visible
en la capacidad de disfrutar del Arte en
tanto que tal es decir, por lo que significa, sin más.
Luis Jonás VEGAS.
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