Dentro de un proceso que al menos en el terreno de lo
emotivo solo puede compararse con la consecución por parte del Real Madrid de la décima, (como aquel lunes todos lo
esperaban, parecía ser solo cuestión de tiempo,) lo cierto es que no por
esperada, la abdicación que de La Corona ha
sido anunciada por el Borbón en la
mañana de hoy, podía en realidad suponer sorpresa mayor.
Es entonces que, como ocurriera el pasado lunes; una vez
superado el shock que de forma contigua se desencadena en pos de la
racionalización de los hechos, poco a poco nos vamos posicionando en tanto que
del hecho en cuestión, acabando no tanto por entenderlo, como sí más bien por
aceptarlo como algo probable, más bien como algo inevitable.
Sin embargo, haciendo buena una vez más esa certeza en base a la cual no ya los
grandes acontecimientos, sino más bien la interpretación que los mismos acaban
por gestar, nos llevan a comprobar la valía, o la falta de esta entre los que
nos rodean; es cuando definitivamente, y atendiendo al establecimiento de una
relación de carácter inversamente proporcional, que podemos si no darnos cuenta
de la magnitud del hecho que compartimos, al menos si comenzar a intuir la
valía del mismo.
Por eso, cuando hoy compruebo que España cede a la tentación
de pervertir la que a la sazón constituye una de sus tradiciones más honestas, a saber la que pasa por
celebrar un discurso de lauda dirigido
a alguien que no cumple el que hasta ahora era requisito imprescindible, esto es, la irrefutable consideración de estar
muerto; es por lo que yo definitivamente me he decantado por acabar dando
pábulo a esa certeza en base a la cual, no solo hoy podía ser un gran día, sino
que directamente iba a ser un día especial.
Sin embargo, a medida que transcurría el día, y los
distintos medio, ya fueran éstos comunes o detractores del evento en
consideración se empeñaban en disipar cualquier atisbo de esperanza en relación
a cualquier hecho ajeno a lo que una vez más parecía estar atado y bien atado, lo cierto es que una corriente bastante más
angustiada, que procedía en este caso del ácido del estómago, me ha ido
llevando paulatinamente, a medida que la excesiva atención mediática acababa
por superar en extensión procedimental al hecho en sí mismo, a prestar atención
a los devaneos que los analistas, revisores y consuetudinarios, se veían
obligados a llevar a cabo una vez que el asunto, realmente, no daba para más.
Ha sido entonces, cuando en mitad de un ejercicio de Logolatría, inmerso en un comentario propio
de la Retórica de Cicerón, que un
contertulio que no viene ahora al caso, ha terminado por rematar su glosa afirmando que la Democracia no se
entiende en el caso de España, sin el Rey.
Superado el que hasta el día de hoy constituía el mayor
debate que en relación al tema regio se aceptaba en España en las mesas de postín, esto es, si España era
en realidad monárquica, o no pasaba de Juancarlista;
lo cierto es que no estoy dispuesto a permitir, y por supuesto no voy a
hacerlo, que columpiado, casi sin
querer, y siguiendo la técnica del que convencido de que disimulado entre las
rosas que componen la corona fúnebre se
podrá hurtar una flor; se pretenda disimular no ya un desliz, cuando sí más
bien robar a los ciudadanos el que sin duda constituye su mayor logro en pos de
cuantos se han consolidado a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo a
saber, efectivamente el que cuenta entre su haber con uno de los mayores
periodos de paz y estabilidad de cuantos ha gozado nuestro país.
Sin embargo, empeñarse en inferir que tal hecho se halla en
principio inexorablemente ligado a la figura, cuando no a la persona de Juan
Carlos de Borbón, constituye un hecho de una violencia conceptual, cuando no de
una baja estofa ciudadana, que en
definitiva no estoy dispuesto a dejar que pase desapercibido.
Permitir que se asimile a la figura de un Rey, máxime una
vez comprobados los vínculos que éste tiene o puede llegar a tener con los elementos de poder, con los verdaderos
elementos de poder, constituye no ya un error de imperdonable calibre, como
sí la que bien podía constituirse como prueba irrefutable que enarbolarían con
gusto los que se empeñan en inducir a debate la cuestión de si los que
constituimos este país somos o no víctimas de una especie de infantilismo.
Los mismos que desde tales posiciones se hacen en este caso
fuertes en torno al detrimento de la posibilidad de someter fielmente al saber popular cuestiones tales como la
pervivencia de la propia institución regia, se desviven por inducir en el
espíritu de los que conformamos este país, una suerte de virus de la duda, cuyos síntomas principales se escenifican en
forma de dudas, desazón, y miedo a lo desconocido.
Desde tales tesituras, o más concretamente desde las que los
mismos plantean, que en torno no ya a España, cuando si más bien a los
españoles, se va tejiendo una suerte de trama que termina por abocarnos a una
especie de realidad virtual alienante, que
en el caso concreto que nos ocupa tiene su escenificación en la confabulación
de un estado de las cosas en el que cuestiones primarias tales como la
superación del concepto de modelo de
estado representativo acaban por ser no ya violentadas, sino que se deducen
en pos de un procedimiento absolutamente orientado a soliviantar a las gentes.
Así, y solo así se entiende que hayamos vivido con tanta
naturalidad el primer y único día que en este país no ha habido Rey, en los
últimos cuarenta años.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario