Decía un viejo profesor, que un buen calibrador a la hora de
validar la intensidad de un determinado acontecimiento, pasaba por analizar la
cantidad de elementos, hasta ese momento considerados como estructurales, cuando no abiertamente primarios, a los que de
manera aparentemente ineludible había que renunciar en pos de una supuesta
estabilidad, a la sazón tal vez el único argumento que podía desvelarse como
inductor de los acontecimientos que habían inducido el hecho en sí mismo.
Admirado una vez más no solo por la concisión del análisis
efectuado por mi viejo profesor, como tal vez sí o quién sabe si por la
presteza desde la que tales palabras se revelan hoy como útiles, cuando no
abiertamente eficaces a la hora de analizar no tanto la esencia de la abdicación de la Corona a la que por
parte del Rey hemos asistido; que me veo en la obligación precisamente de hacer
una recusación no solo de los hechos aparentemente incoherentes inferidos por
algunos de manera francamente deshonesta en el menester del desempeño de su
cargo, como sí, y quién sabe si con más virulencia a la hora de identificar a
los tales entre la amplia mayoría que en términos semánticos se ha mostrado
unánime a la hora no ya tanto de loar al dimitido,
como sí y más bien de buscarle de manera rauda y presta un merecido lugar
en la Historia. Tarea
ésta sin duda complicada toda vez que a tal labor nos habíamos acostumbrado una
vez era el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial el lugar embargado en pos
del último viaje oficial.
Pero alejado de mí el menor atisbo de semblante irreverente,
y una vez conciliado de nuevo con los que constituían los menesteres desde los
que pergeñé este artículo hace algunos instantes; lo cierto es que aún a riesgo
de caer en la desgracia de ubicarme activamente entre esos revolucionarios antisistema que parecen no entender que la mayoría
electa es la que goza en exclusiva de la potestad de gobernar, aunque con ello
vaya activamente contra los que conformaron con su voto esa misma mayoría; he
finalmente de someter a consideración algunos de los que a título de preámbulo
configuraban, hace ya algunas líneas, la esencia no ya de mi consideración,
como sí ya de mi pregunta.
Es así que, viviendo de manera activa y coherente en un país
en el que hasta hace algunas semanas la gran cuestión pasaba por dilucidar de
una puñetera vez qué significaba el misterioso abrazo de Florentino PÉREZ con
José María AZNAR en la final de Lisboa, y que cierto es a algunos nos condujo a
aquel denostado triunvirato (Dios, Franco y Santiago BERNABÉU); lo cierto es
que a algunos nos cuenta entender el porqué de la explosión generalizada que en
pos de desterrar de la masa no ya cualquier tipo de opinión, sino empecinados a
borrar cualquier premisa de que al respecto se tenga que tener opinión; unos y
otros parecen haberse lanzado.
Por ello, profundizando aún más en la premisa de mi viejo
profesor, lo cierto es que bien podríamos tener que aumentar la perspectiva del
razonamiento, y añadir si, tal y como parece haber quedado puesto de
manifiesto, la magnitud de los acontecimientos, sirve igualmente para
perseverar en pos de determinar la valía
política a la par que conceptual de los que se han erigido, ya haya sido por
méritos propios, o por delegación, en representantes de una mayoría.
Así que cuando amanezco con las tesis de un Alfredo PÉREZ
RUBALCABA que conceptualmente se desgañita a la hora de hacer tolerable la píldora
que significa reconocer que aunque el Partido Socialista Obrero Español es
estructuralmente republicano; él ha de apoyar a la monarquía, amparándose en
argumentos propios de Vetusta, es cuando definitivamente, al menos en lo
que a mi persona concierne, creo definitivamente llagado el momento de
concretar a ciencia cierta lo que hasta este momento no concernía sino a una
percepción: la que pasa por saber que a medida que el tiempo o las grandes
circunstancias convergen en pos de los líderes, éstas se consolidan igualmente
en sus peores jueces.
Porque sinceramente, si llegado este momento el mayor
problema lo constituía una cuestión de pragmática estrictamente estética, a
saber si GONZÁLEZ podía o no caer más bajo; lo cierto es que, alcanzado este
momento, y más concretamente después de observar la escasa intensidad que se está registrando en las manifestaciones
que desde uno y otro bando se realizan; creo llegado el momento de anunciar
que, efectivamente, cuarenta años de gobierno del Borbón han servido,
efectivamente, para lograr que el Pueblo Español se olvide no ya de las formas
que la lucha adoptó, como sí, lo cual resulta más preocupante, de las
cuestiones y modos que llevaron a las distintas
luchas.
Será entonces hora de pararse a comprobar sí, efectivamente,
todo queda así atado, y bien atado.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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