Asisto, he de confesar que ya sin sitio ni tan siquiera para
el desasosiego, al denso proceso mediante
el cual, ahora ya sí sin que pueda quedar el menor lugar para la duda; se pone
definitivamente de manifiesto la certeza de que el factor que se acredita como común denominador destinado a ser capaz
de explicar en el futuro los pormenores del actual estado de las cosas es, sin duda, la incoherencia.
Inmersos en un proceso sometido a un grado de caos como el
que pocas veces ha sido desarrollado sobre
la faz de la tierra, el Hombre
Moderno, el que es capaz de hurtar a Prometeo el fuego sagrado (para luego
terminar apagándolo en un charco hediondo); el que es capaz de seccionar de
cuajo la cabeza ya sea de Mitos o de Reyes Absolutos (para luego limitarse a
sustituirlos por otros que, en el mejor de los casos resultarán igual cuando no
más inútiles); se sumerge ahora en un lacónico proceso, bien parecido al miedo,
identificable tan solo con esos episodios
de ansiedad tan comunes en los pasillos de las Facultades, con los que
además tienen en común estas fechas de junio, tan prometedoras ya sean para el
logro, o para la debacle.
Definitivamente, al hilo una vez más de las desavenencias
que no ya mis razonamientos, sino más bien los ejemplos destinados a facilitar
su comprensión, pueden llegar a presuponer, habremos de asumir por lógica de
antítesis, que muy profunda, de carácter
marcadamente esencial diría yo, habrán de ser precisamente las
consideraciones a partir de las cuales son perceptibles las líneas que vienen a
sustentar el razonamiento, pues de otra manera resultaría harto complicado llegar a establecer las mencionadas líneas que
dotan de credibilidad a las conclusiones propensas verdaderamente a ser
alcanzadas.
Convencido una vez más de que uno de los baluartes en los
que se apoya no la actual crisis, sino la suma de consideraciones conceptuales
que le proporcionan su ficticio sumario de verdad; puede resumirse
perfectamente en la máxima de que a menudo los
árboles actúan de manera sediciosa de cara a impedir que veamos el bosque, de
parecida manera creo que un elemento muy sencillo, y a la sazón presente en
todos y cada uno de los elementos que en mayor o menor medida influyen en el
desarrollo, cuando no en la comprensión del actual estado de las cosas, pasa de manera inexorable por el abandono que
para con la responsabilidad inherentemente ligada al ejercicio de las cosas, ha
sido llevado a cabo por la mayoría de cuantos conforman el denominado espectro
político.
Esta falta de responsabilidad, ligado a otro principio
generalizado, que se materializa en la necesidad de dar muchas cosas por sobreentendidas, ha terminado por materializar
un mundo que al menos en lo atinente a la realización de los actos políticos, resulta
ya del todo insostenible.
Para cualquiera que quiera profundizar un poco en lo que
digo, queda remitido por ejemplo a las palabras recientemente pronunciadas por
el todavía Secretario General del Partido Socialista, D. Alfredo PÉREZ
RUBALCABA, el cual dio una lección
magistral de lo que trato de escenificar cuando ni corto ni perezoso afirmó
que si bien la naturaleza del PSOE es
manifiestamente republicana, él se creía en disposición de hacer aquello que
realmente debía apoyando expresamente a la monarquía.
Éste cuando no otros ejemplos, y lo agitado de los últimos
días convierte cualquier crónica política o periodística en un fértil campo
donde recolectar; vienen a confabularse de manera evidente en pos de reforzar
mi tesis en base a la cual hoy ya no es que resulte hato complicado identificarse de manera clara y distinta con una determinada opción o protocolo. Lo que
ocurre es que el complicado a la vez que efectivo proceso al que hemos sometido
a la realidad ideológica del país ha terminado por desnaturalizarlo todo hasta unos extremos que, bien podríamos decir
que nos harían totalmente imposible diferenciar un melón, de una aceituna.
La coherencia, hasta ayer el único requisito imprescindible
para hacer y deshacer en Política, siempre
en lo atinente a rigor ideológico se
asume; se convertido en un obstáculo, cuando no en una pesada carga hoy en
día, destinada en principio tan solo a limitar
la vida política de unos jovenzuelos incapaces de encontrar el significado
de la palabra compromiso coherente en
un diccionario, ni aún dejando previamente un pos it.
Así y solo así resulta comprensible el hecho de que a estas
alturas la mal llamada Democracia
Representativa no solo no haya saltado por los aires, sino que más bien ha
degenerado hasta el punto de convertirse, eso sí con la inestimable
participación de su querida amiga, la
Constitución del 78, en un peligroso tándem, ya conocido como los Intocables de Elliot Ness.
Juntos, en un ejercicio no ya de prestidigitación, cuando si
más bien de malabares combinado con funambulismo, han revolucionado el programa que a priori componía la función
que el circo tenía preparado en su función de hoy, condenando a unos y a
otros no ya a la improvisación, sino más bien a la manifiesta redefinición de
unos papeles que llevaban años por no decir siglos, perfectamente escritos, a
la par que repartidos.
Así, el domador hace risas, el lanzador de cuchillos se
enreda con las crines de los caballos, y el viejo león, último baluarte de la
prudencia, se sienta en pos de ver qué camino toma aquello, sin quitarle ojo a
la rubia, con la esperanza de poder
llevarse algo entre las uñas.
Mi única esperanza, que al final de todo esto no sean los
payasos los que queden para marcar las directrices.
Luis Jonás VEGAS VELASCO,
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