Sumergidos una vez más en la falacia de los recuerdos
forzados, las buenas voluntades de tapadillo, y los deseos bienaventurados con
fecha de caducidad, no parece quedarnos un solo instante que deba o pueda ser
dedicado a la reflexión.
Inmersos ya si de manera inequívoca en éstas, a mi entender
las únicas fechas festivas en las que aparentemente todos participamos de
emotividades parecidas a las propia de aquéllos que votaron al PP esto es, nadie sabe cómo ha sido, mas de nuevo, aquí
están, o lo que es lo mismo, todos parecemos estar de acuerdo en que lo
único que dirige nuestro ánimo, pasa por desear que pasen pronto. Lo cierto es
que precisamente es dentro del periodo
general en el que vivimos, donde más sentido parezco encontrarles, precisamente
yo, a quien siempre me ha costado no solo entenderlas, sino disfrutarlas.
Dentro del momento histórico que compone nuestra realidad
temporal, creo afirmar en cierto que una de las certezas que con más fuerza ha
calado en nosotros en los últimos años, es la imposibilidad manifiesta para
hacer recalar en nuestro recuerdo, con un mínimo de nitidez, ni tan siquiera
una pizca de los acontecimientos que no hace tanto en otro tiempo, y quién sabe
si en otros lugares, sin duda hubieran copado buena parte del escenario de
nuestros recuerdos.
Constituye esa misma certeza, o más concretamente el efecto
que su constatación produce en nuestra emotividad, una clara prueba, si no la
más certera de cuantas podamos seriamente aportar, en pos de la ratificación
del principio ya expuesto en origen según el cual la velocidad a la que vivimos
nuestra vida, o por hablar con más rigor la velocidad mediante la que pasamos por nuestra propia vida, nos
lleva a tener que considerar con bastante fuerza la posibilidad de la tesis por
algunos defendida según la cual, el origen de la actual crisis se halla en
realidad ubicado el concepciones axiológicas, de valores; siendo en realidad el
efecto económico un corolario, o a lo sumo la constatación efectiva de ello.
Y todo para llegar a la lacónica, cuando no funesta
conclusión de que hemos fallado. Hemos fallado con estrépito, sin vuelta de
hoja y por supuesto, sin posibilidad de discusión. Y da igual que lo miremos
desde aspectos y matices, o que lo hagamos desde el absolutismo propio del
dogma. Es indiferente pues que apliquemos la concepción relativista, que
preconiza el origen del Hombre en algo poco más riguroso que la concepción
azarosa; o que lo hagamos desde las en apariencia más tranquilizadoras
vertientes del absolutismo que ve en voluntades
competentes para la creación el vínculo de todo con todo.
Al final, el único nexo común es que pasa por la inexorable
constatación de que indefectiblemente, hemos fallado.
Y hemos fallado porque si a estas alturas necesitamos que nos expliquen ciertas cosas, o en el
peor de los casos estamos dispuestos a aceptar muchas otras sin exigir ninguna
explicación. Si podemos permanecer impasibles ante ciertas imágenes o peor aún,
somos capaces de entender el significado, y pasar a renglón seguido a otras cosas, sin que se observe en
nuestro acervo el mínimo impacto, muesca o resquemor es porque, efectivamente,
algo funciona realmente mal.
Constituyen éstas fechas un espacio proclive para la generosidad. Es
como si de repente normas, conductas, comportamiento e incluso valores otrora
deplorados, adquiriesen ahora algo más que patente de corso, llegándose acaso a
considerar como una posibilidad incluso su aceptación dentro de los cánones si
no de la buena conducta, sí al menos de las no condenables.
Amparado en el umbral de realidad que me habilita semejante
conducta, es por lo que yo me atrevo a someter a consideración otra forma de
generosidad. Se trata, en contra de lo que pueda parecer, de una generosidad no
de todo altruista, ya que en contra de lo que hoy por hoy constituye aquello que está bien visto, no solo no
oculta su clara voluntad de lucro, sino
que hace de la constatación de tal hecho el eje primario de lo que podríamos
considerar su eje de formulación.
Así, embebidos como estamos en un tiempo en el que el
segundo es la fuente de las tentaciones, y el presente es el umbral más lejano
en el que la mente consciente es capaz de pensar, bien puede ser cierto que la
elaboración de un plan de trascendencia se
erija en el proceso más honrado al que el Hombre actual pueda aspirar.
Como parte activa del momento que nos ha tocado vivir, y
como víctima propiciatoria de las consecuencias que nos han sido propias,
podemos extraer la conclusión unívoca de que el aquí, y el ahora, se han convertido en fuerzas inexcusables que se
han mostrado por sí solas como amplios valedores de la voluntad y del rigor
humanos.
Hallándose esos preceptos probablemente en la esencia de lo
que ha venido a deteriorar para siempre los cimientos de lo que una vez creímos
absolutamente inexpugnable consideración
de nuestra percepción del mundo; lo cierto es que la confirmación de lo
erróneo en cuanto a la vigencia de la estructura, ha colocado sin duda en una
posición muy inestable al resto de preceptos, cuando no de componentes que
componían la tupida red de nuestras percepciones.
Porque al final de eso se trataba todo, de percepciones, de
especulaciones…de sueños en definitiva. Sueños que, tal y como hemos podido
comprobar se han venido abajo como castillos
de naipes, ante el primer conato de viento.
Y es por eso que ahora, nos toca dar muestra del primer
gesto responsable en mucho tiempo. Un gesto que hace de la generosidad su
fuerza. Un gesto que se ha de alimentar no de la humillación del que se sume en
la derrota, sino de la valentía propia de los que son capaces de reconocer sus
errores, asumiéndolos como paso previo no solo para superarlos sino para, en el
transcurso, atreverse a ser mejores personas.
Es por eso que estas fechas pueden ser las adecuadas para comenzar
a forjar un plan de acción que parta de la certeza de que, muy a nuestro pesar,
el grado de constatación de los efectos de lo que nos ha golpeado, supera de
tal manera incluso al peor escenario pintado por los que hace no mucho éramos
considerados no solo pesimistas, sino abiertos antipatriotas; que cualquier
intento de concebir la idea de que nuestra generación va a ser testigo de un
verdadero conato de superación, no pasa sino por constatarse como una muestra
de intelecto infantil.
De ahí precisamente que ahora más que nunca, resulte de
verdad imprescindible asumir el porcentaje de capacidad de sufrimiento que todo
individuo atesora, y seamos capaces de canalizar la fuerza que le es propia, en
pos de conformar una tupida red de pensamiento encaminada a activar proyectos,
medidas y estrategias que, en consonancia con lo expuestos abandonen el
cancerígeno tejido de lo cortoplacista, y apuesten decididamente por la
consolidación de estrategias de las denominadas a largo plazo las cuales conviertan, ahora sí, la posibilidad de
sacrificio altruista de la que todos somos dueños en parte, en una fórmula de
futuro que sirva, en contra de lo que pueda parecer, para detener la corriente
de nihilismo que parece aflorar.
Hagamos pues del vicio virtud, y demostremos que
efectivamente, los Seres Humanos somos capaces de grandes cosas, haciendo gala
de la generosidad adoptando formas de trascendencia.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.