Me sumerjo una vez más en el titilante devenir de los
instantes, los cuales trato de postergar por medio del impreciso aunque tal vez
por ello más hermoso homenaje al arte que se puede hacer; y es así que trato de
sublevarme contra el insaciable fragor del tiempo, jugando a atrapar el
infinito por medio de los insaciables trazos de la sempiterna grafía, resolviendo un día más que, al menos en lo que
a mí concierne, pongo a Dios por testigo de que
no me cogerán vivo.
Observo a mi alrededor el fragor de la batalla, y todo ello
para ser testigo omnisciente de que una vez más, y a pesar de los múltiples
esfuerzos que unos y otros han hecho, y sin duda seguirán haciendo por
acorralarme en torno de sus “principios”; lo cierto es que no solo ninguno ha
sido capaz de insuflar en mí un único hálito capaz de convencerme de la
supuesta utilidad que podría tener el dirigir hacia ellos sus pasos. Más bien
al contrario, cada día que anochece solo sirve para despertar en mí la vocación
de que, efectivamente hay caminos que conviene andar solo.
Y no se trata no, de que carezca de voluntad de acción, o de
que en el peor de los casos no sepa cómo canalizarla. Lo cierto es que, en
contra de lo que a unos y a otros pueda parecer, lo único de lo que a estas
alturas estoy plenamente seguro, es de la absoluta imposibilidad que tengo para
hallar, ni por asomo, un vestigio de conexión que pueda, ahora o en el futuro,
convertir en halagüeña la posibilidad de que mi búsqueda encuentre, a corto o a
medio plazo un viso de compañía.
Puede ser que, como le ocurre a Sancho Panza, muy exigente
sea en lo atinente al proceso en pos del cual elegir Señor hacia el que dirigir
mis remilgos. Mas sin duda, cuanto más reviso mis supuestamente excesivas
pretensiones, lo único que encuentro, y tal vez lo cierto es que sí supongan
constituyente de queja, sean mi predisposición para no pasar por alto ciertos
detalles los cuales, bien por darse algunos en exceso, u otros por no ser capaz
ni el más hábil de los canes de dar ni tan siquiera con un vestigio de rastro
que sirviera para dar fe de una remota presencia en el tiempo; me lleven no
obstante a tener claro que, efectivamente, algún hábil tahúr pudiera
verdaderamente hacer retornar el interés a esta partida.
Porque, efectivamente, puede que haya llegado el momento de
retirarse. No se trata de un ejercicio de sumisión, ya que tal concepto va
inexorablemente acompañado de la amarga ponzoña de la traición. Se trata
más bien de un pragmático ejercicio de transición, convencido efectivamente no
de que tengan razón, sino de que tienen más tiempo, medios y efectivos a la
hora de destinarlos a la turbulenta laboro del plañir destinado a la
consecución de las indulgencias.
No se trata tampoco de una rendición. Tal hecho te rebaja,
por debajo si cabe del canon trazado por el derrotado, y por supuesto te
arrebata la última esperanza de ser recordado. Queda semejante esperanza arredrada
solo para los caídos. Caídos que en unos casos serán llamados mártires,
mientras que en otros serán considerados bien
perdidos si permanecen en cunetas. Una vez más todo depende del lado desde
el que te disparen.
Es así pues que, desalentado de manera absoluta no por la
exigencia del camino, sino más bien por la ausencia de destino de éste, que
decido aquí y ahora poner punto y final a lo que había dejado de ser avanzar en
busca de un futuro, para convertirse en un lento divagar, destinado a hacerse
eco, un día tras otro, de la constatación certera de los acontecimientos que,
en contra de lo que pudiera parecer, no hacen sino poner de manifiesto el
soliloquio al que realmente parece haberse abandonado la realidad. Soliloquio
por otra parte protagonizado en su excepcionalidad no por un loco, a ellos les
está reservado el Reino de los Cielos, como
sí a un psicópata cuyo poder máximo y propio pasa por satisfacer sus enfermizos
placeres convenciéndonos de que seguramente el
Diablo no se trate sino de la mejor encarnación de Dios, la que se reserva para
los domingos.
Y puede así que el instante que nos ha tocado vivir, esté en
realidad fuera del tiempo. Que constituya así, nuestro presente, una cita con
el Infierno en el que tan siquiera Dante pudiera sentirse a salvo. Acudamos
pues a Dante, y a la experiencia que este tiene, no en vano él ya recorrió este
camino, y constatemos junto a él cómo la desgracia no pasa por echar de comer margaritas a los cerdos, sino
que se encuentra en escenas como las que hoy fecundan nuestra realidad, en la
que somos incapaces ni tan siquiera ya de reconocer a los cerdos.
Escenas en las que Baco se mueve no ya cómodo, sino que se
muestra proclive a dar lecciones,
poniéndose pues al mando de una barca de la que hasta Caronte ha saltado ya,
toda vez que el negro habitual de la Laguna Estigia , se ve ahora salpicado por la oscuridad
de alma que algunos de los recién ascendidos a Piloto de Derrota, albergan en sus Católicos Quehaceres.
Vemos cómo los Filósofos son rebajados a cuidar de esos
cerdos, o más bien a desarrollar contextos que satisfagan su existencia; a la
par que vemos cómo la Filosofía es igualmente reducida a escombros. No en vano
España está llena de iglesias reconstruidas con piedras procedentes de cementerios.
Siguiendo la metáfora que alguno planteara no hace mucho a tenor de la donación
de órganos, es probable que ello sirva para explicar la incesante muestra de
decrepitud que muchos de esos edificios albergan en su interior.
Y es así pues que, poco a poco, y como suele ocurrir en
estos casos de manera subrepticia, que los halos de la decadencia emergen no
tanto de las profundidades de la tierra, sino que prefieren tomar el camino que
muestra la pestilente boca de algunos que, convencidos de su grandeza, no
aciertan a saber que la tensión que en apariencia rige sus actos no procede de
una incipiente acción de inteligencia, sino que más bien responde a la llamada
mucho más instintiva de un estómago que responde, irascible por la acción de
los infecundos ácidos gástricos a la llamada de satisfacer su necesidad de
estar permanentemente satisfechos, procediendo el alimento unas veces de las
ovejas, y otra de los pastores.
Y es así pues que, poco a poco, casi sin querer, como parece ocurrir en las óperas de Rossini que,
terminamos por construir un escenario en el que a pesar de la aparente belleza,
algo rechina. No se trata como en el caso de la Ópera Alemana , que
una vez construida la Música, el libreto
ha sido introducido con calzador. Se trata más bien que, tal y como ocurre
en la mayoría de óperas italianas, si le quitas la música, verdaderamente lo
clavas.
Desde tamaña observación concluyo que, inexorablemente, de
la lectura no ya tanto de nuestro tiempo como sí por otro lado de nuestro
presente, hemos de ratificarnos en la certeza de que aquello que ayer
constituía tan solo un vestigio para la sospecha, es hoy tamaña realidad.
Realidad que pasa inexorablemente por la constatación de que hoy por hoy el Ser
Humano, en sus más diversas funciones, y desde cualquiera de los conceptos
integradores, ha pasado de ser a priori único instigador válido de cuantas
acciones se promovieran, a obstáculo manifiesto a la hora de impedir que muchas
de ellas puedan finalmente llevarse a cabo.
Y ahora reto a cualquiera no ya a que me siga en mi camino,
sino más bien a que me proponga de manera razonable tres razones que puedan
convencerme de que no solo no es razonable salirse, sino que lo único
discutible es el no haberlo hecho antes.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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