Es por ello que en realidad resulte mucho más adecuado
proceder directamente con la reinstauración definitiva en España de Las
Hogueras. Pero no se equivoquen, no. No me refiero a aquella tradición tan
maravillosa, estética, a la par que por qué habríamos de olvidarlo, práctica
proposición; que en unos lugares de una manera, y en otros tal vez de otra, se
denominaban en términos generales Luminarias.
Me estoy refiriendo, sin el menor atisbo de recato, y por
supuesto sin el menor atisbo de pudor, a las auténticas hogueras. Aquéllas en
las que los ascendientes directos de los hoy por hoy padres de derechos y
democracias quemaban, unas veces libros, y otras, por qué ocultarlo, a sus
autores.
Unas buenas hogueras, que vengan a sustituir a la ya
en este mismo medio denunciada carencia de medios técnicos, o quién sabe si
de los “reaños” para usarlo, y que motivó hace más de doscientos años que
este país no pudiera librarse de las traídas y llevadas pestilencias propias
de caballerías, pajares y estercoleros, las cuales luego procedieron a
trasladarse a lugares más adecuados, entre los que pueden por ejemplo citarse
las casas solariegas de ciertas “castellanas”, los cortijos de ciertos “señoritos
andaluces” y por supuesto, los teatrillos y conventos desde los que una
vez personajes como El Arcipreste de Hita hizo grande al injustamente denostado
Mester de Clerecía. Lugares santos una vez, a los que hoy la actualidad ha de
acudir por motivos mucho menos gratificantes.
Señoritos andaluces unos, los cuales, todo hay que decirlo,
se toman la molestia de ir edulcorando su currículum, no sabemos
si en beneficio propio, o sencillamente para hacer más aceptable el
hecho de que, de manera ahora ya sí definitiva, nos toman abiertamente por gilipollas
porque, ¿cómo interpretar desde otra
óptica el hecho de que no solo se vean en condiciones de ganar en Andalucía?
Tan solo achacando sus derrotas pasadas al hecho de no haber sido capaces de
hacer comprensible su mensaje de cara a los que siguen asumiendo que
representan a los ya mentados, que no extintos Señoritos Andaluces. En
definitiva, que nos toman por tontos.
Pero no es de Cortijos ni de Conventos de lo que hoy
deseo hablar. Hoy me encuentro más motivado en pos de las grandes certezas que
se encuentran apiñadas en los otrora rebosantes graneros (también de voto pepero)
de las no por vetustas, menos atractivas Casas Solariegas de una
Castilla, La Nueva antaño, hoy de La Mancha; desde la que una ingente a la par que incesante (porque no para un
instante) en su trajín diario: de Génova 13 a Moncloa, sin pasar por supuesto
por el Parlamento Autonómico al que debe su Escaño, más que para votar por
error una enmienda, o con menos error una modificación legislativa una implica
un aumento de las suyas, aunque sin duda ya de por sí elevadas remuneraciones.
Es de esa señora, de Dª María Dolores de Cospedal, a la
sazón otro cadáver político, en este caso el que le corresponde al
Partido Popular, de quien me apetece en realidad hablar.
Una Sra. de Cospedal que hace tiempo que no anda, sino que
más bien deambula, una vez que la larga, maratoniana y a la sazón siempre
mortal Travesía del Desierto, ha comenzado definitivamente.
Lo que empezó como una epístola (porque al menos aparentaba
contenido), ha terminado como un glosario (porque solo la decadencia es capaz
de aportar un contexto mínimamente creíble.)
Allí donde algunos vieron una carrera destinada al éxito,
otros no nos cansamos ni un instante en recordar que las tierras manchegas han
sido para el Partido Popular, territorio propenso al experimento. ¿Tengo que
recordarles a algunos el experimento A. Suárez junior?
Pero más allá de recuerdos, los cuales inexorablemente están
ligados al pasado; prefiero hablar de presente, o mejor aún de futuro. Un
futuro en para el que no solo no estamos preparados, sino que sin necesidad
alguna de llevar a cabo ejercicios de política ficción, podemos llegar a
comprender de manera tan sutil como gráfica que en Política nada es gratis.
Tal y como citara aquél otro, éste sí gran castellano,
Alonso Quijano: “Recuerda Sancho, que no se mueve árbol sin la voluntad del
Señor”, es sin duda desde la óptica desde la que podemos replantear la
epistemología que habrá de definir la manera
mediante la que la ya aludida pronuncie sus últimos estertores. La pregunta no
es ya si la susodicha está o no acabada. La cuestión pasa, hoy por hoy, por
llevar a cabo no de manera certera, sino más bien con la suficiente antelación,
el número y volumen de las piezas que derribará en su caída.
Es así que si las afirmaciones vertidas hasta el momento ya
resultan severas, qué decir al respecto del grado que las mismas habrán de
ocupar una vez nos hayamos tomado el tiempo suficiente para analizar la procedencia
de las mismas. ¡El Partido Popular! ¡Los adalides de la Libertad! ¡Los
salvadores de la Patria! ¿Qué digo salvadores? ¡Sus legítimos propietarios!
Sumidos ahora en algo que es poco menos que una lucha sanguinaria (lo sería sin
el menor género de dudas de estar produciéndose en cualquier otro partido) Digo
esto porque como defensores del dogma católico, creen fervientemente en el
poder revocador del Agua Bendita.
Y es así que son estos mismos señores, y como hemos dicho,
señoras, los mismos que están dispuestos a incendiar España con tal de esconder
tras el poder limpiador del fuego hechos como “El Caso Bárcenas”, a
estas alturas ya descaradamente “Caso Partido Popular”; u otras consideraciones
no por menos sucias, menos importantes, tales como reformas legales como las que nos retrotraen
a los años cincuenta, en donde ellos se mueven como pez en el agua.
Y luego se enfadan si cito a Jardiel Poncela, de cuya muerte
se cumplen precisamente hoy sesenta y dos años; trayendo en este caso a
colación la ingente obra “La Tournée de Dios”. En la misma, Dios decide fijar
como lugar para proceder a su Segunda Venida, nada menos que España. Y
como no podía ser de otra manera, será Madrid, concretamente la colina donde radica La Cruz de los
Caídos, el lugar expreso designado para tomar tierra. ¿Pueden
acompañarme en el esfuerzo que supone hacernos a la idea de lo bien que
quedarían las peinetas en algunas cabezas que hoy por hoy han sucumbido
a la moda del moño?
De “La Hoguera” publicada en 1925, y en la que predice con
éxito hechos que luego serán de famélica actualidad, mejor no hablamos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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