En similares términos, obviamente con sus peculiaridades y
por ende vicisitudes, cabría de ser expresada la que es expresión fehaciente de la serie de
circunstancias que vienen rodeando el que ha pasado a ser “El Caso de los
Borbones”.
El árbol caído en este caso ha sido, en contra de lo que
pueda parecer, no tanto la Corona, como sí por el contrario el mito que
le ha sido propio durante tantos y tantos años.
Tanto ha sido así, que de un tiempo a esta parte en España
hemos pasado, rozando el límite de la impertinencia diría yo, a ver no ya el
resurgir de grupúsculos pidiendo el armagedom (lo que vendría a ser la III República
vamos); sino a escuchar de manera alta y clara a personalidades para
nada sospechosas, como es el caso de conocidos editorialistas de ABC, llegar a
preconizar la más que evidente necesidad de que LA INFANTA se retire a un
discreto segundo plano renunciando, como es evidente, a todos sus derechos
incluyendo, como es obvio, aquéllos que tienen que ver con la Sucesión.
En un país como el nuestro, en el que el patriotismo no es
un concepto sino más bien una forma de vida (si bien muchos la traducen, cuando
no la matizan encaramando “el toro y la flamenca” encima de la pantalla de
plasma); lo cierto es que cada vez resulta más complicado lograr abstraerse de
ciertos debates.
Y no porque los mismos sean complicados, ni mucho menos
porque de la argumentación que pueda ser propia de los mismos se pueda derivar
un potencial cambio de postura (al tratarse de temas tan cercanos a lo divino,
lo cierto es que la tendencia al dogma impide cualquier tratamiento
mínimamente serio de las cuestiones primordiales). El problema subyace en que,
precisamente de denotar la imposibilidad de retrotraernos en el procedimiento,
resulta del todo imposible cualquier
posibilidad de esperanza a la hora de llegar a un acuerdo.
Por ello y en esencia, sin llegar a KANT, no podemos ni
debemos dejar pasar la oportunidad de volver a citar a MIRABHAUT el cual
muy acertadamente vino a recordarnos en su obra “Derechos Naturales”, que:
“...así este país (España), hace tiempo que perdió su ocasión de librarse de
las pestilencias que emanan de sus establos, guillotinando a unos pocos de sus
propios, librándose a su vez de la presión que suscita su excesiva dependencia
del rigor que imponen por un lado las rígidas sotanas de unos, y los
encorsetados uniformes de otros...”
Y es así no ya en un país como el nuestro, sino más bien
debido a un tiempo como el que nos ha tocado vivir, que “la bailaora y el toro”
han de hacer malabarismos sobre la cuerda floja en la que se ha
convertido la delgada línea que supone la pantalla de plasma.
Es así que la metáfora que pasado y presente representan en
tal consideración, se materializa ante nosotros haciendo estragos, no tanto por
el calado de las consideraciones que de radicar en un país serio habrían de ser
propias, como más bien de comprobar lo mal que una vez más en España llevamos
aquello de las digestiones pesadas. Y es que resulta evidente que en un
país en en el que desde lo de la
“LA PEPA ”, algunos no han vuelto a ver ni nieve, ni un
verdadero atisbo de lealtad a cualquier cosa que escape a cuanto puedan ver
desde su más que evidente miopía.
Pero si malas son las digestiones pesadas, qué decir del
efecto de las velocidades excesivas. Es así España, todavía un Imperio. Se
mueve pues, a su ritmo. De manera lenta, pero constante. Con rigor, pero sin
azares. Que tiene su propia inercia vamos. Inercia que, volviendo a la
paradoja, no puede verse alterada, ni
con toneladas de sal de frutas.
Y es así pues que, desde semejante tesitura, que podemos
plantear el shock que para muchos supone el pasar de las Instituciones
Inamovibles, al tragicómico
espectáculo de ver a Dª Cristina de Borbón imputada. Y todo cuando como digo,
algunos siguen anclados en la ya para otros trasnochada etapa del “Juancarlismo”.
Qué dudamos pues de la “Europa
de las dos velocidades”, cuando en España somos un país de “dos etapas”.
Y es entonces que el empacho, es inevitable. No ya
tanto por la inoperancia de los profesionales asignados al respecto, de la que
tan abiertamente unos y otros han dado cumplida muestra para qué vamos a
negarlo; como si más bien de algo que en emergencias conocemos como la
indulgencia para aquéllos que manejan una situación para cuyo tratamiento no
existen ni tan siquiera modelos de predicción.
Porque digamos lo que digamos, no voy a decir pese a
quien pese porque tanto los que lo disfrutaron, como los que lo denostaron;
pocos son a día de hoy los que nos acompañan; el modelo republicano poco
o nada a significado para España. ¡Pero si hasta “tuvieron que salir corriendo”
hasta Saboya en busca de un heredero porque una vez más las prisas de curas y
militares se tradujeron en el esperpento que tumbó el primer ensayo!
Y es que ése, que no otro, es el espíritu que preside el
ánimo de muchos de los que observan con sorpresa y no sin cierto pavor no
tanto el espectáculo que da toda una Infanta de España; como sí más bien el
hecho de presagiar que sus leyendas, que sus mitos, no solo no son ciertos,
sino que son realmente falsos.
Constituye a menudo la verdad, la más increíble de las
mentiras. Por ello, acudir hoy con un mínimo de respeto histórico al perfil
de presente que atesora España, induce una sensación para la que,
verdaderamente, hay que estar preparado.
Desde aquella Reina Costurera (a la sazón la esposa de
aquél frustrado Rey secuestrado de su tierra en Saboya), hasta la mismísima María de
las Mercedes del “dónde vas triste de tí” lo cierto es que nuestro país ha
ido acumulando una serie no tanto de desaciertos, como sí más bien de
incompetencias gestoras que tienen hoy por hoy su colofón, a la hora de ver a
una Grande de España por excelencia no tanto sometida al escarnio
público, como sí más bien provocando ella misma el derrubio de muchas de las
instituciones que supuestamente juraron defender, máxime porque tal enconada
defensa parece constituir la única justificación a su cada vez más complicada
existencia.
Abogados que acaban en prisión. Fiscales que no acusan.
Jueces que tienen que exiliarse para cantarnos las verdades del
barquero, vienen a conformar una certera, a la par que tétrica radiografía
de un país que inexorablemente llega a su fin, toda vez que las falacias, como
las mentiras, tienen las patas muy cortas, de ahí que cada vez resulte más
difícil mantener unidas las costuras de un entramado que hace años vio como
expiraba la fecha de consumo aconsejado, sin que por ello unos ni otros
se preocuparan por tomar medidas. Total... ¿Para qué? ¿Acaso Dios y la
Monarquía no están unidos por el principio de eternidad?
Y es así, de manera similar al ataque de pánico con el que
el niño se despierta tras una pesadilla, que nuestro país no ha terminado de despertar
de su pesadilla. Una pesadilla que procede, como diría DESCARTES, de no ser
capaz de diferenciar con precisión los estados omníricos, de aquéllos que son
propios de la vigilia.
La pena es que en este caso no habrá brazos
reconfortantes de mamá que vengan a abrazarnos cuando la cruda realidad venga a
cobrarse su tributo.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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