O de lo que en Política se denomina “echar espumarajos por la boca”. Sin ser excesivamente gráficos, ni
por supuesto desagradables, puede resultar aparentemente sencillo llegar a
comprender el sentido de la metáfora cuando tratamos de vislumbrar la elevada
dificultad que se presupone de tratar de hacer algo, cuando la vista se
encuentra nublada. Y, después, incrementemos proporcionalmente el efecto si
consideramos que la labor a desarrollar sea especialmente sencilla, o incurra,
por ejemplo, en tremenda responsabilidad.
Entonces, bastará con que escuchemos las farfullas de la arenga protagonizada hoy por el Sr.
GONZÁLEZ PONS, y tendremos una idea bastante aproximada de lo que trato de
exponer.
Como españoles, llevamos unos días sumidos en el
desbarajuste, cuando no en la animadversión. Al igual que niños malcriados a
los que acaban de despertar demasiado pronto de una siesta que tal vez se ha
prolongado durante demasiado tiempo, gritamos y nos demudamos de manera patente,
cuando no ostentosa. Nos han arrebatado la ilusión. Pero no esa
ilusión positiva y a la sazón constructiva que preside la acción de todo niño,
la cual él mismo en su buen hacer transforma siempre en elementos útiles en
tanto que constructivos. Por el contrario hablo de esa otra, la vana ilusión, la que hunde sus raíces
en el resquemor que practicamos los adultos, y que rara vez va asociada a nada
que no sea la confabulación, si no abiertamente al engaño.
Es esa ilusión, la que nos ha servido durante años, para
construir esta ficción, que en muchos casos preside como único ingrediente, del
elemento final que nos han dado a considerar como España.
Si somos osados, y durante unos segundos nos detenemos a
observarnos a nosotros mismos, comprobaremos cómo, una vez superada la aparente
incongruencia, cuando no abiertamente el desasosiego que a priori pueden causar
mis palabras, estaremos en condiciones de someter al cristal del análisis
fenómenos aparentemente sólidos, o al menos incuestionables, que durante mucho
tiempo se han convertido en verdaderas
instituciones no tanto para este país, como sí para sus habitantes.
Así, cuestiones como la aparente
estabilidad de la Monarquía, o incluso la aparentemente imprescindible cuestión
del estatismo constitucional, quedan destapadas
cuando se ven analizadas desde esta perspectiva. La causa, su aparente no
cuestionamiento, su vigor, se debía más bien a la absoluta falta de
consideración al respecto.
Si por el contrario nos dedicamos de repente a
cuestionarlas, comprobaremos que no sólo no son tan inalterables como en un
primer momento podríamos haber creído. Y en apenas 72 horas estaremos
proponiendo reformas.
Evidentemente, no ha pasado jamás por mi cabeza la promoción
del estatismo en cualquiera de sus
versiones, y mucho menos amparado en el coeficiente reaccionario del que
participan todas las ideologías, unas más que otras.
Lo que digo, y resalto a modo de conclusión, es que el
camino de destrucción masiva que en su huída
hacia delante parece haber comenzado el Partido Popular, bien podría dejar
sin punto de retorno, incluso a aquellos que, hipotéticamente, aunque por el
bien de todos, puedan salvarse de la presente.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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