Anochece, un día más, y lo único que a estas alturas todos
comenzamos a tener claro, es la absoluta certeza de que nos hundimos. Sí, nos
hundimos, es ya una certeza matemática.
Hace algunos días, me atreví a describir nuestra situación
aproximándome a la misma mediante el símil del desastre de la ciudad de
Pompeya. Hoy, muy a mi pesar, he de cambiar tal comparación una vez he
comprobado que el desastre del Titánic resulta
definitivamente más certero, a la par que moralmente, es más justo.
La diferencia es, a todas luces, evidente.
En el drama de Pompeya, la condición de desastre natural inevitable en tanto que absolutamente imponderable, es
el que a todas luces aleja de las almas el miedo a la responsabilidad. Así ,
todo
el mundo queda por definición libre de responsabilidades de índole moral al ser
del todo imposible la adopción de cualquier medida que prevenga de los
resultados, o aminore los efectos de éstos.
Sin embargo, el desastre
del Titánic está ligado en todos sus procederes al planteamiento,
desarrollo y ejecución final, de la mano del Hombre. Y es a éste a quien en
toda su condición le corresponde obrar en consecuencia.
De parecida manera, el Caso
Bárcenas, la supuesta Gestión
Paralela de la Contabilidad del Partido Popular, y sobre todo
la manera de tratar el asunto, y por supuesto la forma de tratar a los
ciudadanos que está demostrando el Gobierno, nos lleva a todos a tener que
considerar seriamente nuestro grado de responsabilidad en tanto que no hemos
logrado ni solucionar el problema, ni exigir la solución a cuantos pueden
participar activamente en la consecución de la misma.
Cada día que pasa sin respuesta, es un día más que debería
dolernos a todos los ciudadanos en tanto que cada instante que consentimos
permanecer bajo este estado, es en realidad un instante más en el que
humillamos a todos los que lucharon para proporcionarnos lo que, hoy por hoy
disfrutamos.
La Democracia es, una entidad dinámica. Es una realidad
dinámica que cambia conforme se la somete al quehacer diario. Por ello, como
todas las realidades sometidas a tales condicionantes, sus avances o retrocesos
no sólo no están asegurados, sino que dependen directamente del grado de
coherencia con el que la
alimentemos. Y no olvidemos que como hecho humano en tanto que entidad social, se alimenta de nuestros
actos.
Así, el silencio, la opacidad y la laxitud con la que unos y
otros estamos actuando, o consintiendo que otros actúen, de cara a la cada vez
más inexorable necesidad que hay de que se tomen medidas contra la cadena de
sucesos de la que ya todos somos absolutamente conocedores dentro de la cadena
de atrocidades cometidas por la Derecha de Última Generación que nos gobierna;
nos lleva definitivamente a plantearnos el grado de verdadera responsabilidad
que se podría extraer no tanto de nuestras acciones, como sí probablemente de
la ausencia de tales.
Muchos son los años que unos y otros llevamos viviendo con
tranquilidad a la sombra de árboles
plantados por otros. Tal y como se veía venir, la incapacidad para
promediar el conocimiento del grado de sufrimiento que se hizo necesario para
proporcionarnos lo que tenemos, se convirtió en la gran trampa que nos ha
traído hasta aquí, dado que no valoramos
suficientemente la valía de lo conseguido.
Pero todo eso se acabó. Ha llegado la hora. Esto ya no
resiste más. Ha llegado la hora de los valientes, la de todos aquellos que
se muestren dispuestos no tanto a
defender las estructuras de una decadencia que se pone de manifiesto alimentando
incluso a los que llevan en su genética la necesidad de destruirla; sino que
por el contrario estén dispuestos a ser netamente coherentes con su
responsabilidad, y la asuman lanzándose a la construcción de un sistema nuevo.
Tan nuevo que incluso haga necesaria la reinvención de los métodos destinados a
sabotearla. Unos métodos tan novedosos que lleven incluso a la Derecha a
reinventarse.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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