Porque tal vez, en esencia, de eso se trate, de esperar. O
cuando menos de tener esperanza (ahora que parecía que comenzábamos a librarnos
de ella).
Hago memoria recurriendo al absurdo, tal vez porque solo
ubicado en tales terrenos definimos espacios que resulten coherentes a los que
hoy constituyen el contexto de lo que hemos asumido como nuestra realidad, pueda, aunque sea por
casualidad toparme con algún procedimiento compatible con lo que ha acabado por
configurarse como tal. Es entonces que de manera contumaz y repetitiva, como
ocurre con la melodía cutre de la canción
del verano, que me topo con el
mensaje que figuraba pegado en las cajas
fuertes de los vehículos que en mis tiempos de infancia y juventud, hacían
entre otros los repartos de alimentos tales como los yogures, o incluso la
pastelería industrial: “Vehículo dotado
con caja fuerte. El conductor no tiene la llave”.
Semanas y meses confabulados en pos de alcanzar con un
mínimo de soltura una palabra, cuando menos una frase que contribuyera a
arrojar algo de luz sobre los cánones si no los procedimientos a partir de los
cuales nuestro Presidente considera no ya como bien gobernado, sino a lo
sumo gobernable el actual modelo no ya de país nefasto, cuando sí más bien
de Estado Fallido; y resultó que como
en tantas otras ocasiones la respuesta siempre estuvo allí, esperando quién
sabe si que los que componemos la otra
parte del país, a saber aquéllos antipatriotas que hoy por hoy aún no somos
competentes para detectar “el círculo virtuoso en el que este país se ha
sumido”, adoptemos al postura, (más bien modifiquemos nuestra actitud), quién sabe si para poder
recibir la luz que promoverá en nosotros
la tan ansiada catarsis. Al final va a ser verdad que tal y como recordarán
los que se identifican con mi generación: La
Verdad está ahí fuera.
Desde la franqueza de ánimo de aglutinar conceptos, y siempre convencido de que el éxito del relativismo tiene como contrapartida
lo funesto que a veces resultan los desarrollos que le son propios; procedemos
a ubicar no tanto el orden de los factores, como sí más bien la naturaleza de
los factores en sí mismos.
Así, en un delicado ejercicio metafórico, un juego de
dulzura me atrevería a decir yo, es que navegando entre “Tigretones” y
“Phoskytos”, y ¿por qué negarlo? añorando los verdaderos “Donuts glaseados” (ya
sabéis, aquéllos en los que el azúcar verdaderamente se deshacía en los dedos),
es que identifico a Mariano Rajoy con ese conductor anodino, si bien tal vez
por ello para nada inocente, que se
jactaba de su aparente incompetencia para, entre otras cosas poder rechazar la
indiscutible parte de responsabilidad que inexorablemente ha de operar en la ética
de todo el que lleva a cabo cualquier acción, sea cual sea ésta, si de la misma
se esperan consideraciones que pueden (y en este caso deben), tener
consecuencias sobre los demás. Ya sea ésta conducir un camión, o conducir un
país.
Se van así poco a poco desvelando las consignas, van poco a
poca cayendo los velos, y es entonces cuando con toda la violencia que la
palabra es capaz de concebir, emerge ante nosotros la certeza de que la debacle
no está tanto en que nuestro particular camión
de chuches lleve casi un decenio sin renovar el género. Lo que
verdaderamente causa desazón es comprobar hasta qué punto aquél que
desgraciadamente sí que tiene la llave, la llave de nuestros designios como
ciudadanos de España, no solo ha renunciado a hacer uso de la misma, sino que
además amenaza con quemar el camión si
alguien o algo se erigen en amenaza capaz de poner en peligro su particular visión de la realidad.
Aunque de verdad, solo por ser justos, esto es, superando
aunque solo sea someramente la tesis según la cual las penas diluidas entre la
multitud resultan menos penas: ¿Quién es más culpable el loco, o los que le
seguimos?
Es la locura un estado de percepción. Una forma de inferir
la necesidad de modificar la realidad toda vez que la visión de ésta resulta
para el protagonista sencillamente insoportable. Redunda pues de la misma
cierta suerte de pasión, lo que relega pues a la locura a un estado inaccesible
a la hora de erigirse como una de las posibles consideraciones desde las que
pautar el estado de Rajoy. La causa es evidente: la pasión requiere de
sentimientos…y éstos hace años que se perdieron en el acervo de nuestro
Presidente, en un momento que sin duda se ubica entre el instante en el que ganó su primer sueldo, y cuando comenzó
a intuir que para pasar desapercibido dentro de la marabunta ideológica que conforma el Partido Popular habría de
casarse, y a ser posible con una mujer.
Descartada la locura, nos queda la maldad. Pero es la
maldad en realidad un estado demasiado reflexivo. Se le supone al que ejerce de malo, una determinación moral,
intención, y cierto pensamiento.
Por el contrario, y por seguir explorando, se abre ante
nosotros el otrora denostado mundo de los imbéciles.
Es el imbécil, siempre dentro de los cánones de la Literatura Médica al uso, el espécimen ubicado a modo de primo del idiota, hermano del cretino.
Resulta el imbécil o cafre, aquél del que no resulta óptimo
esperar una suerte de razonamiento. No se para a pensar, ni mucho menos a
razonar. Actúa netamente por instinto, como
bestia de establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la
razón, orgulloso por ende de ir jodiendo, con perdón, a todo aquel que se le
antoja diferente a él mismo, ya identifique la diferencia en el color, el
idioma, la creencia, o en este caso especial en una Ideología de la que por su
propio bien (de el de la Ideología digo) hasta él se va, poco a poco,
separando.
Cerramos así pues, nuestra hoy tal vez más irreverente
aunque no por ello menos reflexiva reflexión, constatando una paradoja que
comenzó a gestarse este domingo, en una interesante conversación en la que como
alguien tal vez (o no), recuerde, acabamos por constatar que “Lo que hace falta en este país es más gente
mala de verdad. Para ser bueno vale cualquiera, para ser malo resultan
indispensables grandes dosis de inteligencia las cuales alejan para siempre a
los fantasmas que nos golpean a diario bajo las más diversas formas, entre las
que destaca el Cazurro Limítrofe”.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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