El absoluto del terror, el infinito miedo. La absoluta
mediocridad, la incomprensible necesidad de la mentira. Es en
definitiva el negro, el color de lo absoluto. Por ello hoy, diez años después
parece imprescindible que para que unos blanqueen sus miserias, otros
hayan de comenzar a sacrificar su por otro lado justificado derecho incluso a
las rencillas. Rencillas a mi entender absolutamente justificadas, máxime
cuando los diez años transcurridos no sirven sino para entender en muchos
casos, lo incomprensible de muchas de las cosas que se han dicho, amparados de
manera paradójica en otras que, siempre supuestamente, algunos han callado,
cuando no maliciosamente silenciado.
Se justifica la presente reflexión en el largo proceso de
maceración que desde primeras horas de hoy viene provocando en mi ánimo
escuchar no tanto las continuas alusiones al X aniversario de la fatídica
fecha, como sí de escuchar, una vez más, a Pilar MANJÓN. Son sus palabras una vez
más motivación suficiente para hablar desde la más profunda de las
admiraciones. Confieso que hablo de una de las pocas personas capaces de
dejarme sin aliento, insisto, una vez más, cuando profundizando en la que sin
duda debe ser una de las mayores expresiones del dolor que el Hombre puede
conocer, y que se traduce en el hecho de enterrar a un hijo; no la impide, ni
por un instante hilvanar no ya un discurso coherente, sino que lo hace
convirtiendo de nuevo en grande el aforismo según el cual, las grandes cosas
se dicen desde palabras pequeñas.
Es el suyo un discurso sereno, coherente. Lleno de verdad, y
no por ello carente de emoción. Y es ahí donde gana en credibilidad, al ser
capaz de aportar un plus de humanidad que sin duda, sirve para que logremos
hacernos una lejana idea de la valía de una persona que, pese a haber sido
golpeada de una manera violenta como pocos, sigue siendo capaz, a pesar de
todo, de seguir insuflando ánimos, los cuales, quién sabe, seguro se traducen
en auténticas ganas de vivir, para muchos.
Porque pequeño ha de ser, sin duda, el equipaje de aquél que
sabe que ha de partir. Lo liviano de la sencillez, es el componente fundamental
desde el que me atrevo a afirmar que la Sra. MANJÓN desarrolla su discurso. Y digo que de
desarrolla, porque al igual que en otros lugares y ocasiones resulta
sencillo diferenciar al orador que pronuncia, respecto del
conferenciante que lee; el discurso de MANJÓN presenta una serie de
características largas de enumerar aquí y ahora, pero que en el fondo todos
conocemos, y cuya existencia todos constatamos cuando, como ocurre con la
mayoría de las cosas importantes de la vida, nos damos de bruces con ellas.
Es el negro, insisto, el color del absoluto. Resultante de
la acumulación de todos los colores, a medida que modificamos la longitud de
onda de las luces que lo originan, vamos obteniendo, de manera natural, el
resto de componentes de la gama de colores.
Puede ser por ello que, desde mi opinión, sea el negro el
color que mejor describe la composición del Ser Humano; ya que solo el Hombre
es capaz de albergar en su interior, en forma de potencialidad, todas y
cada una de las capacidades que hemos conocido, conocemos, y sin duda seremos
capaces de conocer; siendo cada uno en su proceso de vivir, el responsable
de elegir no solo qué colores rechaza, dando con ello lugar al color que decide
que finalmente ha de definirlo, dentro de los esquemas que estamos
configurando.
Es por ello el negro, reitero, el color del absoluto. Del
absoluto mal, que se alienta de manera imprescindible desde el absoluto que
suponen en este caso toda forma de dogmatismo, de religión, y que alientan en
este caso como ningún otro fenómeno al Ser Humano, para demostrar cómo,
efectivamente, somos capaces de pintar paisajes llenos de luces acudiendo para
ello tan solo a nuestro corazón, precisamente porque el mismo es igualmente
capaz de albergar la más profunda de las oscuridades.
Un absoluto que solo resulta comprensible accediendo a la psique
del criminal, o dando un rodeo, acudiendo a la filosofía de pensadores como
Hanna ARENDT, la cual pese a ser una de las más grandes intelectuales del
pasado siglo, autora de obras indescifrables tales como La banalidad del
mal, se permite luego el lujo de caer en brazos de las teorías del que será
su maestro y mentor, Martín HEIDEGGER el cual, como es sabido, abducido por
HÍTLER, llegará a preguntar en el transcurso del juicio seguido contra
EICHMANN, por la condición humana, sus contradicciones, la maldad como rutina.
Y así que, por más que la bondad innata de algunos seres,
personificados en este caso en la forma y la figura de la Sra. MANJÓN , no han de
despistarnos ni un solo minuto de la que a mi entender ha de ser a partir de
ahora; cuando comprobamos la unificación de las víctimas, y tenemos
juzgados a los responsables; la que ha de alentar con fuerza nuestra misión. A
saber, evitar que muchos logren blanquear un pasado reciente, y muchas
veces exitoso fraguado no obstante, como suele ser por otro lado propio en
España, a costa del sufrimiento de semejantes.
Digo esto porque el ya mencionado EICHMANN llega también a
teorizar entre otras cosas, en relación a lo que acontece cuando el mal se
banaliza porque está respaldado por el
poder, por la ley, o sencillamente por el miedo que produce el temor a ser
rechazado por la mayoría, o sencillamente porque se entiende como medio o
instrumento en pos de alcanzar un fin superior. Cuando se extiende como una
plaga, se cotidianiza, se diluye y finalmente, se mezcla hasta confundirse con
la voluntad individual y los nobles instintos...
No pretendo obviamente erigirme, ni hoy, ni nunca, en salvador
de la patria. Sin embargo no es menos cierto que, acudiendo a la constatación una vez
más efectiva del que viene a suponer uno de los mayores males de España, a
saber lo poco que nos queremos los españoles, lo cierto que resulta comprobar cómo, de nuevo: “los
hijos de la oscuridad, se aprovechan una vez más de los recursos que aquéllos
que siempre se constituyeron como hijos de la luz.”
Me alejo así pues, para no sucumbir, a cualquier tentación
en pos de sentirme más papista que el Papa, situación ésta que puede
traducirse maliciosamente del hecho de que de mis palabras alguien extraiga esa
desazón cuya ausencia precisamente celebro en el, no me canso de repetir,
maravilloso discurso mantenido por la Sra. MANJÓN. A pesar de todo, no me duele prenda
reconocer que, en lo más profundo de mí, en ese lugar al que solo llegamos
cuando nos tocan muy hondo, me duele sobremanera que en España sigamos
confundiendo el consabido derecho al resarcimiento, con negruras propias del
afán de venganza.
LUIS JONÁS VEGAS VELASCO.
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