Que en qué se nota tal hecho, que en qué me apoyo para
emitir tan contundente afirmación, pues precisamente en el hecho de constatar
el apabullante ascenso que la mediocridad ha experimentado a nuestro alrededor,
La constatación efectiva de que una Sociedad tiene problemas
bien puede pasar por comprobar hasta qué punto ésta se demuestra incompetente
para definir incluso los aspectos básicos de aquellos conceptos que bien
deberían estar dirigidos a conformar el que sin duda denominaríamos su esqueleto esto es, el armazón
propiciado para hacer las veces de sostén a partir del cual erigir en
cuestiones pragmáticas lo que hasta ese momento bien podría haber estado
destinado a permanecer para siempre sometido a los delirios del infinito, preso
cuando no de los quereres de la Razón en tanto que precursora y almacén de los por siempre reductos irrealizables.
Es, siguiendo esta lógica a la sazón para nada extraña, que
bien podemos comprobar el grado de putrefacción que definitivamente ha logrado
hacer mella en una Sociedad que, incapaz de definir la Virtud, privando a sus miembros del modelo hacia el cual libremente
podrían tender; lo que hacen en realidad es abrir la puerta al Vicio el cual, como el ladrón en la
noche aprovecha los vacíos que la oscuridad denota para, colarse raudo en la
estancia, tratando de sembrar confusión convencido de que la aparente voluntad
que refuerza sus conductas servirá para disfrazar lo que no es sino falacia,
demagogia.
Es así que definitivamente podemos extraer que de la falta
de héroes, se derive sin duda la incapacidad para identificar a los villanos.
La cuestión, aparentemente vana, redunda no obstante en otra si cabe de mayor
importancia y que, redundando en lo anterior, nos conduce quién sabe si a la
constatación de que, efectivamente, lo problemático no redunde en la
incapacidad demostrada para identificar al agente de los hechos, cuando sí más
bien en la incapacidad existente para aislar convenientemente el hecho del contexto en pos de
garantizar la solvencia en pos de certificar que los hechos se juzgan
efectivamente, en sí mismos.
Cierto es que lo expuesto hasta el momento es, por
definición, utópico. Nada, más allá de lo expuesto en el Procedimiento Analítico del Racionalismo Cartesiano, puede aspirar,
ni con mucho, a poder ser juzgado atendiendo no ya solo a los parámetros que
específicamente le afectan, ni esperar siquiera que solo se tomen en
consideración aquellos añadidos que tengan que ver cuando no con el contexto
estrictamente vinculado. Más bien, cuando no al contrario, el sujeto hoy por
hoy, máxime si como ha quedado demostrado, pertenece o desea pertenecer a
alguna estructura política, máxime si
ésta no pertenece a la preponderante en el momento que sea de ser considerado en
el tempo versado; se verá si procede
linchado por la acción de dispersión o de concentración, según proceda (o
interese), fajando con ello a la Justicia no ya de cualquier responsabilidad,
sirva de cualquier atisbo de esperanza, si con ello salvaguarda no tanto los
valores en defensa de los cuales fue investida, cuando sí más bien los deseos
de preponderancia de aquéllos al servicio de los cuales bien pudo jurar ponerse una vez éstos garantizaron su
nombramiento.
A estas alturas, necesito ayuda para decidir qué es lo que
resulta más peligroso, que no queden en la Polis
ciudadanos justos para investir como héroe a Leónidas, o que no haya
Justicia para hacer caer sobre él todo el peso al traidor Efialtes.
Que nadie se engañe, la mediocridad es el medio natural en
el que se alimenta y prospera la
chusma. Al contrario de lo que ocurre con todo lo vinculado a
los conceptos ligados a la aptitud, a
nadie se le puede reprochar el hecho de hallarse inmerso en los mismos. Sin
embargo lo que realmente resulta desdeñoso es la demostrada tendencia a
permanecer bajo el influjo de los mismos, de parecida manera a como no podemos
castigar a los cerdos por pacer comiendo flores con la misma fruición con la
que degluten hierba, sí no obstante que podemos mostrar nuestra desazón cuando
éstos insisten en revolcarse una y otra vez en el barro.
Ya no quedan, en definitiva, héroes. Pero lo que realmente
resulta peligroso es que con su ausencia desaparecen también los esquemas a
partir de los cuales identificar a los que con tamaña disposición, puedan
mañana llegar. Y lo que es peor, si nos sabemos incapaces para identificar al
héroe, ¿cómo esperamos identificar al villano?
Ha pasado demasiado tiempo. Tiempo sin batallas, tiempo sin elegías, tiempo perdido en consecuencia.
Extinguidos ya los ecos de la última égloga, solo el recuerdo tergiversado, y
por ello si cabe más peligroso, de las últimas canciones, inflama el pecho de
unos jóvenes que, encargados una vez más de inaugurar la nueva generación
destinada ¿cómo no? a reinstaurar los errores de sus padres; ven aproximarse
peligrosamente el momento de ver con su cuerpo lanceado, riega de sangre una
tierra nunca ahíta de su tributo periódico.
Ya no quedan héroes, ya no quedan villanos. Ajenos pues a
los deseos de Virtud, a los rencores de propiciatorios del Vicio, ¿Qué Esperanza, entendida ésta como lo que puede ser esperado, le cabe a
ésta y a las generaciones que están por venir?
Son, la Virtud y el Vicio, respectivamente luces encaminadas a alumbrar el progreso del
Hombre. Acertadas o equivocadas, nadie determinó a tales efectos la naturaleza de la antorcha que ayudó a salir de la Caverna al Hombre, precisamente
en el Mito. De una u otra manera, el peligro no reside tanto en la naturaleza
de la luz que alumbra el camino, como sí más bien en la ausencia de ésta.
Es precisamente en la constatación de la existencia de extremos, donde más feliz se muestra la mediocridad. Solo
puede ésta, por definición, perseverar en medios en los que la ausencia de los
anteriores sea pública y notoria.
En contra de lo que pueda parecer, constituye la mediocridad
la más contumaz de las disquisiciones a las que se puede enfrentar el Hombre.
La causa es evidente, en una Sociedad que solo se concibe desde la elucubración
del equilibrio, el cual al menos en apariencia redunda del enfrentamiento
dialéctico al que se rinden los contrarios; la mediocridad, ante su aparente
condición implícita, queda exonerada
de tamaña atribución simplemente porque su naturalmente
centrada posición, convierte en inverosímil la localización de un elemento extremo a lo que por naturaleza
está centrado
Constatamos así pues que es la nuestra una Sociedad en
absoluto democrática, en tanto que se ha vendido a los efluvios de la tiranía
que procede de saberse incapaz para separar el bien del mal, inútil pues para
discernir valoración axiológica alguna.
Es por ello que un neófito
concejal ha de dimitir antes que un experimentado
ministro; 140 caracteres hacen correr más tinta que los miles de folios que
componen los sumarios de ciertas tramas y
lo que es peor, los que alrededor de todo pacemos,
ya estamos del todo inhabilitados para diferenciar la belleza de una
amapola que valiente crece en el campo, respecto de los recelos que despierta
un cardo que se ha hecho viejo a base de acartonarse.
Será entonces que ha llegado el momento de dejar de buscar
los horizontes que Herodoto nos regala, de dejar de soñar, en una palabra; para
pasar a buscar en un mapa topográfico dónde se encuentra la charca más cercana.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.