Se baja el telón. Las luces se apagan y es entonces, cuando
solo el recuerdo de glorias pasadas nos auxilia en la hora de emprender el cada
vez más doloroso camino del futuro. Abandonamos así pues con presteza, con
sosiego, el espacio que hubiera de sernos propio, aquél que incurre en la
nostalgia cuando no en el franco desasosiego; que empezamos a hacernos una vana
idea del grado de drama al que en realidad nos enfrentamos.
Es así como, al igual que pasaba con los Concertinos acostumbrados a las óperas
en dos actos cuando habían de enfrentarse a una de tres, que algunos han
pensado que el grado del cambio al que nos enfrentamos afecta no obstante tan
solo a la duración de los acontecimientos. Hoy por hoy, nos sorprendemos
remando en aguas bravías cuyo calado y magnitud afectan no obstante con tal
grado a la estructura de nuestro navío, que
paradójicamente solo la certeza de que bajíos mucho mejor dotados que el
nuestro podrían sufrir de parecida suerte; nos llevan una vez más a enarbolar
otra vez la bandera de la constatación de la tradición española, ésa que pasa
por constatar de nuevo lo que pasa con el mal de muchos.
Telones y luces en El
Real, buques y corsarios en La Mar. Y todo en
definitiva para constatar que una vez más, cuando España flaquea, o cuando a lo
sumo se muestra incapaz de encontrar un viento favorable, bien porque el trapo resulta insuficiente, o porque
la tripulación no responde sino a los atributos de rufianes enrolados de entre la escoria del puerto, sin más expectativa
que la de reunir valores propios para optar a la comida del dí, es cuando
más necesario parece exigir de la imprescindible acción de verdaderos navegantes. Será que una vez más, y sea como fuere, La Patria parece abocada a llamar ante
sí a la Historia, en busca no obstante en este caso quién sabe si de ayuda, o
de condenación.
Porque definitivamente como de históricos han de ser
irrefutablemente tachados los últimos acontecimientos que vienen a ensombrecer
aquél que se concita como actual y único presente de España, a la par que
desasosegante ha de ser por igual el ánimo desde el que cualquiera persona
cabal que observe el desarrollo de las actuales circunstancias, acostumbrara a
hacerse una idea, sin que ésta haya de ser necesariamente pormenorizada, del
estado de los grandes asuntos de lo
que antaño hubiera podido concernir a los verdaderos Asuntos del Reino.
Inmersos cuando no sumidos, pues tan solo la constatación
del ligero sutil aporta la diferencia, nos vemos navegando en procelosas aguas
cuya oscuridad, para nada incipiente, procede no de la propia constitución de
las substancias que las conforman, como sí más bien del empeño de utilizar para
su análisis objetos cuando no obsoletos, abiertamente inadecuados para el
menester asignados.
Es así que, inmersos en la labor que atendiendo a la Razón
debería de sernos propia, esto es buscar cuando no una solución, quién sabe si
al menos indagar en las causas del actual
estado de las cosas; es no obstante que en este país preferimos hacer
ostentación no tanto de nuestras gracias y causas, como sí de los
procedimientos esgrimidos para la consecución de las mismas, cuando no para la
consolidación de sus fracasos.
Inmersos en la obstinación, cambiamos el discurso por la
farfulla, y capaces de desterrar al mejor de los oradores, no nos duele prenda
en elevar al rango de gobernante al que otrora no fuera sino sofista y de los
malos, pues ni siquiera tienen retranca.
Desde semejante falta de consideración, desasistimos al
Tiempo, y sacrificamos por ende aquello que le es propio, a saber, la Historia,
condenando con ello una vez más el
futuro de la nación precisamente por no conocer suficientemente su pasado;
poniendo, lo que es peor, al presente como testigo.
Y el país que sacrifica su Historia, deja poco sitio para
otros menesteres, entre los que irrevocablemente destaca la responsabilidad.
Ante semejante vorágine, aspectos antaño deslucidos se
erigen ahora no tanto como paladines de la ética, sino que suficiente resulta
sean capaces de mantener en pie los últimos vestigios de la constatación
sistémica a base de hacer imperar una debilitada estética, aspecto éste que
logran ratificar a duras penas sustituyendo principios
por fines, y metas por objetivos.
A medida que la ficción decae, y que las brumas de la
desolación se levantan, hemos de enfrentarnos con la constatación efectiva de
la soledad, aquélla que pasa por la consolidación efectiva del principio en
base al cual el mero paso del tiempo no lleva necesariamente implícita la
consolidación de progreso. Hasta el punto de que al abandono de la paradoja naturalista, nos lleva a topar
de bruces con la fatídica realidad. Una fatídica realidad que se consolida en
la contemplación reiterativa de que la ausencia de evolución sí que se traduce
de manera inexorable en la formación de procesos de decadencia cercanos a la
involución.
Es así que, poco a poco, comenzamos a desandar lo andado. Lo
que antaño constituyó nuestro en apariencia pasado, se concita hoy ante
nosotros conformando un incierto futuro. El ayer es mañana, poniendo como
tributo el valor de un hoy cada día más exiguo.
El caos vuelve a ser la fuerza predominante en el universo,
y los socios que le son propios, a saber
la discordia y la afrenta, se apresuran a tomar posiciones de cara a la batalla
por la recuperación de los espacios que una vez les fueron conquistados.
Desandamos pues, el camino que antaño vio discurrir nuestro
orgulloso proceder. El Mito se enfrenta
de nuevo al Logos.
Tal vez por ello asistamos con la indolencia con la que lo
hacemos al actual Ocaso de nuestros
Ídolos. Un nuevo tiempo amanece, y no parece ser el tiempo del Hombre, sino
más bien el de los símbolos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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