Acuden una vez más a mi memoria las latentes imágenes de la
duda que en mí encierran cuestiones tales como las que vienen a enfrentarnos a
magnitudes absolutas tales como el tiempo, y más concretamente sobre aquéllas
que denotan los devengos que éste se trae sobre nosotros; cuando una vez de
manera silenciosa y casi mística, el brotar del mismo, no como cristalina agua,
sino más bien como bruma del amanecer; me sorprende dando pie no sé si al fin,
o tan solo a un nuevo epílogo.
Y como son precisamente tales los aditamentos a partir de
los cuales más favorablemente tiendo a ver evolucionar los espacios que me son
propios, haciendo de tales la justicia premonitoria de los que habrán de
desentrañar los pensamientos desde los que hilvanar las por qué no mías
opiniones; que procedo desde los mismos a desempolvar rudimentos, trenzando
desde los mismos retazos, destinados de manera paradójica no a conformar visos
de pasado, sino más bien a compendiar un más que plausible futuro.
Es así que cediendo a la tentación pragmática, cómo no, que
en este caso me deleito perdiéndome en otra de esas dudas, de ésas a las que
otros prefieren dirigirse con el apelativo nada cariñoso de disquisiciones, que
hoy afectan en mayor o menor grado a la
hora de hacer frente de manera seria y vinculante a aspectos tales como los que
nos permiten diferenciar de manera convencional los aspectos que llevan a
diferenciar la duda, de la incertidumbre.
Vienen a coincidir en la duda, cuestiones netamente
vinculadas al carácter procedimental de ésta. Es así el arte de dudar, el
precursor imprescindible de la mayoría, por no decir de todos, los grandes
avances de la Humanidad.
Es por el contrario la incertidumbre, un concepto en el que
vienen a converger factores que de manera inapelable tienden a poner de
manifiesto un aspecto mucho más negligente, mucho menos tranquilizador, toda
vez que sobre la misma convergen consideraciones cercanas al vacío, a la
incapacidad para dar una respuesta rápida, a la par que contundente, vinculada
a los espacios y a los tiempos a los que se encuentra inexorablemente ligada.
La cuestión, que al menos a priori puede parecer carente de
contexto, cuando no abiertamente ajena al catálogo de componendas integrado por
otros aspectos los cuales sin duda merecen hoy una consideración más chick, lo
cierto es que bien puede hacer reconsiderar tal postura si nos detenemos unos
instantes para echar un vistazo a las componendas generales desde las
que hoy en día nos vemos obligados a conformar, cuando no a redefinir, la
práctica totalidad de los procedimientos desde los que de manera en mayor o
menor medida pero siempre de manera ilusoria recreamos nuestra vida.
Así, a medida que ampliamos nuestra escala de aproximación
sobre las cosas a las que hacemos mención, y comprobamos no sin cierto sonrojo
cómo en la improvisación la herramienta que con mayor certeza empleamos a la
hora de hacer frente a los fenómenos que conforman nuestra realidad más o menos
cercana, lo cierto es que igualmente podemos intuir los marcos desde los que
nuestros dirigentes llevan a cabo la consolidación de las acciones destinadas a
lograr la satisfacción, en mayor o menor medida, de los fenómenos que aplicando
la misma escala esto es, aquéllos que en mayor o menor medida consolidan no
solo nuestra visión de la realidad, sino la manera mediante la que hacemos
frente a los mismos; logran de una manera u otra satisfacer nuestras
necesidades más perentóreas.
Y es así pues cómo, de manera casi accidental, y en principio
nada voluntaria; que venimos no sé si verdaderamente a poner solución a uno de
los grandes asuntos, como sí al menos a aportar otra suma más de cuestiones al
respecto las cuales vengan a incrementar casi de manera exponencial aquéllas en
principio destinadas a conformar el más que amplio abanico de cuestiones que de
origen conformaban ya su espectro de desarrollo.
La tramoya se viene abajo. El cúmulo de expectativas creadas
en pos del sueño que nos vendieron aquéllos que hace más de dos años se
sirvieron abiertamente de la mentira para ganarse la confianza de cuantos les
izaron al poder, hicieron de la duda, en este caso razonable en mayor o
menor medida, el único instrumento válido a la hora de esconder tras la
misma el sin duda más que escatológico
recuerdo que inexorablemente, y pese a quien pese, viene a conformar no solo el
pasado, sino que voy más allá al considerar que el acervo, de aquéllos que un
día más se muestran coherentes, cuando no abiertamente displicente para cuantas
no ya conclusiones, sino que basta con que sean meros corolarios, disponen la derecha
cavernaria.
Desde estos principios, del todo inoperantes para con los
expuestos al principio de nuestra disquisición, los cuales inexorablemente
apuntaban no al pasado, sino que lo hacían abiertamente al futuro; hemos sin
duda de abocar el escenario en el que la respuesta a nuestra pregunta original
de hoy bien podría pasar por, a modo de ejemplo, consideraciones paralelas a
aquéllas que componen la escenografía no tanto de un Gobierno que miente, como
sí de un partido político que ha de menospreciar su propio Programa Electoral a
la hora de hacer frente a la imprescindible cuestión a la que ha de hacer
frente cualquier político que siendo leal a tal consideración, desee
abiertamente ganar.
De esta manera, todas las cuestiones quedan definitivamente
solventadas.
Duda es la que todo español tiene derecho a enfrentarse
cuando ha de hacerse cargo del hecho que procede de conciliar que una vez más
es la Derecha la que tiene responsabilidades de gobierno en España.
Incertidumbre es el alimento que nutre las pesadillas de
esos mismos españoles cuando se enfrentan a la posibilidad de que efectivamente
la Derecha se disponga a llevar a cabo lo que les es propio para conformar la
España a la que se hallan vinculados por una mayoría absoluta.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.