Se acaba el tiempo. Lenta, pero inexorablemente, uno
a uno van viniéndose abajo pilares fundamentales que una vez constituyeron el edificio sobre el que se apoyaba la decencia moral del Sistema. Un Sistema
del que, hoy por hoy, no cuestionamos su solvencia, sino que únicamente nos
preguntamos cuántos días más va a soportar, paradójicamente, el peso de su
propia infraestructura.
Porque efectivamente señoras y señores, la fiesta se acabó. Cantó la gorda, y en el caso
que nos ocupa es el gordo quien hace de cronista. Primero y fundamentalmente
porque puede, y paralelamente, porque así tendremos argumentos con los cuales
arrojar a aquéllos que sin duda surgirán, y que a falta no de ganas, sino
precisamente de argumentos, irán contra nosotros arguyendo para ello algún
párrafo de la Ley de Igualdad, esa que paradójicamente ellos solo emplean a la
hora de decidir como sembrar la desgracia en su derredor. Ahí si, a todos por
igual.
Y mientras los señores
feudales y sus comisionados se apresuran en repartirse los despojos, el
resto, como siempre, la chusma, la plebe
el común en definitiva, ha de hacer otra vez acopio de sensatez, dando
muestra de un denodado sentido común, en este caso para no precipitar, una vez
más, los acontecimientos.
Llegado este momento, he de confesar que comienzo a
estar cansado. Soy objeto de ese hastío del que una vez fueron objeto dignatarios
como Publio SCIPIÓN, NAPOLEÓN O ROMMELL.
El hastío que se comprende cuando comprendes a su vez que, efectivamente, cada Pueblo tiene la gobernación que se
merece.
El hastío que procede de comprobar cómo, una vez más,
la ocasión se ha perdido. De comprender que el tiempo, y las inexorables
certezas que le son inherentes, son las únicas que al final, como arena en el
desierto, triunfan en tanto que se perpetúan, en tanto que los hombres una vez
más solo somos merecedores de la certeza descorazonadora de que una vez más,
todas hieren menos la última que mata.
El cambio de siglo, a par que de milenio, ha sido
testigo de muchos cambios. Cambios cuya trascendencia procede desgraciadamente
de comprobar que una vez más, al hombre le es más sencillo destruir que hacer.
Semejante habilidad, unida a la indefectible certeza aglutinadora que las
nuevas tecnologías y otros medios han traído; nos llevan a perseverar en la
certeza de que al menos en lo que a los últimos veinte años nos ocupa, hemos
retrocedido más de lo que hemos avanzado. Y lo que es peor, de tales acciones,
hemos de transigir con la certeza de que el hombre es mucho más eficaz como
destructor, que como arquitecto.
Basta así, un somero paseo por los últimos años, o si
apetece por el pasado siglo, para comprender cómo logros si no acontecimientos
tales como la consolidación del proyecto
europeo, o incluso la confirmación de que, efectivamente Europa no volvería
a asumir nunca más el uso de la fuerza como medio legítimo en pos de lograr la
resolución de conflictos que en buen liz no
debían abandonar nunca el sendero de la Diplomacia; se lograron no obstante
mediante el empleo de ingentes cantidades de energía, política y diplomática en
este caso, cuya realidad en cualquier caso se tradujo en la fusión cuando no en
el consumo de grandes cantidades de tiempo.
Tiempo y profusión diplomática. En otras palabras,
paciencia. La cual, unida al talento, proporciona el telar en el que otros tuvieron sin duda mayor capacidad a la
hora de trenzar las mimbres que
dieron lugar a un proyecto, el de la Europa Unida que, hoy por hoy, languidece.
Pero, si los que tanto hicieron usaron tal y como ha
quedado sobradamente demostrado, peores medios, ¿Es que acaso se ha invertido
más en la destrucción de Europa de lo que a priori se usó para su construcción?
¿Somos conscientes de lo que tal afirmación puede
acarrear?
De la lectura objetiva de las pruebas, si tal
condición es posible, así como de la revisión desapasionada de la historia,
hemos de detenernos en la comprensión de una serie de parámetros los cuales,
gracias a la perspectiva de la actualidad, pueden proporcionarnos un rango
adecuado a la hora de definir el campo del que estamos hablando.
Es Europa, al menos en lo que al actual proyecto se
refiere, el resultado de una larga cadena de acontecimientos y procederes los
cuales, lejos de ser aquí y ahora revisados, ni tan siquiera expuestos, reúnen su calidad bajo el expreso manto que
proporciona la certeza de hallarse en pos de la defensa de los intereses de
aquél o aquéllos que les patrocina.
Y la verdad, semejante afirmación no sería del todo
perniciosa si no fuese porque el medidor que en último término dota de validez
los criterios para adecuar el grado de certeza de cada uno de los
comportamientos, no es otro que el
dinero, el capital en su forma culta.
Un Capital que, en su proceder, transgrede todas y
cada una de las reglas que a priori fueron implementadas, quien sabe si de
manera intuitivamente preventiva en pos de guardarse de un enemigo del que pese
a no tenerse constancia expresa, algunos si eran positivamente conscientes del
grado potencial de sus amenazas (como MENDELEIEV cuando deja huecos en la Tabla Periódica ).
Sea como fuere, tal peligro potencial se convierte en
netamente actual, en una realidad clara y
concreta que hubiera dicho DESCARTES, una vez constatamos que no es ya la pura y casi vulgar tenencia de capitales,
tal y como promovían los obsoletos principios expuestos en los Programas
Brian-Kellogg, lo que avala la condición de rico. Es la circulación de tales riquezas lo que certifica
semejante condición.
Es así como las teorías se desmoronan arrastrando con
ellas a los que las concibieron. No queda nada. Solo la certeza de que el
Capitalismo, y su hijo aventajado, el Liberalismo desbocado, son la respuesta
tanto a las preguntas del momento, como a aquéllas que aún no se hayan
realizado.
Así, y solo así, podemos interpretar lo que en
términos de macroeconomía es ya una realidad. La chapuza de la solución chipriota, más allá de ser algo netamente
desgraciado en términos de mera pulcritud práctica, constituye en esencia la
manifestación de la renuncia de Europa no ya a sus principios, sino realmente a
sus finales.
La serie de medidas
de urgencia que deprisa y corriendo se
han implementado en pos, aparentemente de salvar a Chipre, no encierran sino la
constatación de que esto, definitivamente, ya no es Europa. Y no lo es porque
para logra no sabemos bien qué logros, ha permitido que los proyectos que
llevaban decenas de años construyéndose, se volatilizaran en apenas un decenio,
consagrando su fuego a no sabemos bien qué nueva especie de dios Baco.
La esencia del drama, hemos traspasado la última
línea roja, la que se cruza cuando olvidamos que incluso el proyecto europeo,
es un proyecto del hombre para el hombre.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.