Decía NOVARA, el aspirante a conspirador que se movía en, o
más bien contra, la “Corte ”
de los emergentes el la
incipiente Italia de un más incipiente Renacimiento; que
efectivamente podríamos definir el hecho de haber caído en desgracia una vez que pudiéramos constatar con absoluta
certeza que el vínculo que une todas las
cosas se ha roto, y si tal cosa ocurriera no dudéis ni por un instante que es
por voluntad de Dios.
Enterrado Novara, y con ello sus especulaciones astronómicas
con las que quiso poner coto a Ptolomeo, una vez desaparecidas sus
elucubraciones con las que deseó poner coto
al mismísimo Sumo Pontífice de Roma, anticipándose
con ello al proceso que terminaría con inmolar a todo aquel que osara tomar
parte en los procesos destinados a designar a ser una de las personas más
poderosas del mundo conocido, tal y como se denota de ser encumbrado a los altares de la tierra como máximo
exponente y dignatario del Sacro Imperio
Romano Germánico; lo cierto es que lo vislumbrado por aquellos bellos conspiradores, entre los que cómo
no, se hallaba un poeta, era el flagrante
peligro que para las personas de bien suponían no tanto las instituciones por
entonces aún incipientes, como sí más bien la acumulación de poder que de las
mismas se difería.
En un presente, el nuestro, en el que si difícil resulta
ubicar a Novara, qué decir de Luca Guarico (el poeta); un ejercicio de humildad
requeriría el constatar no ya en la astronomía ni en la lírica, sino en la política,
la certeza de las palabras que por entonces ya sancionaron el devenir de unos
tiempos cuya realidad, hermética para una mayoría, no hacía sino moverse por
derroteros netamente previsibles para otros, tal y como una vez más ha quedado
suficientemente demostrado.
Caen pues de nuevo los mitos y, de parecida manera a como
sucede en la mañana de año nuevo, cuando el anfitrión de la fiesta ha de
enfrentarse a la ímproba labor de recoger y deshacerse de los restos dejados
por la orgía de la noche anterior; así es como la nueva falacia datada en lo
que va a hacer ahora cuarenta años, revela poco a poco no tanto sus puntos
flacos, como sí más bien los vacíos multidisciplinares; síntomas a su vez de la
operación fallida que ha resultado
ser la España supuestamente constituida a partir de aquella cada vez más
evidentemente fallida transición.
Porque al igual que una herida mal curada supura, así como
una fractura mal colocada funde en falso; así es como este país tiene que
empezar a asumir que lo que llevan años vendiéndonos como un supuesto cuento de hadas, se parece en realidad
más a un episodio de la saga de Freddy.
Puestos a hacer un análisis de lo que han supuesto los
últimos cuarenta años de historia en España; o por ser más precisos, de los
esfuerzos que han sido necesarios para tratar no tanto de explicar los
acontecimientos, como sí más bien para hacerlos comprensibles; terminaremos por
concretar si no un principio de acuerdo, sí la certeza según la cual lo más
parecido es lo que ocurre cuando en una familia ni el padre ni la madre ven
nunca el día propicio para sentarse a dialogar con su hijo, y reconocerle que
efectivamente es adoptado. Dejan pues el tiempo pasar y claro, la tragedia se
desencadena cuando el niño accede a tal información por fuentes que no son las
adecuadas. Si es que, ¡ay que ver qué malos son los niños! ¡Qué capacidad para
hacer el mal!
Algo parecido sentimos la mayoría de españoles cuando en la
mañana del pasado lunes la
señora Ripoll , a la sazón abogada que ejerce la representación
del Estado en el juicio en el que está imputada, cuando menos de momento, la Señora Cristina
Federica de Borbón; nos espetaba a la cara que eso de que Hacienda somos todos, no es más que un
slogan publicitario o sea, algo que desde luego carece de la fuerza suficiente
como para impulsar, y mucho menos sustentar, una acusación penal.
A mediados de aquel mes de julio Alfonso duque de Bisceglie,
el marido de Lucrecia Borgia, fue salvajemente atacado en las escaleras de la
catedral de San Pedro. Según decían era César el causante de tamaña afrenta. Y
los rumores, lejos de cesar se acrecentaron, cuando don Michelotto, el hombre il Valentino irrumpió en las
habitaciones del Vaticano donde éste convalecía y lo estranguló.
Y sin embargo Italia no solo sobrevivió, sino que se
convirtió en testigo de excepción de El Renacimiento a la sazón, que nadie lo
dude, el auténtico Ley Motive de todo
este protocolo. Que por qué sobrevivió, por dos motivos fundamentales. El
primero es curioso, la ausencia de pasado se traduce en carencia de cualquier
tipo de lastres. El segundo, íntimamente ligado al primero, es todavía más
hermoso, la desmedida apuesta por el futuro ubicaba en el pasado cualquier
conducta procelosa o a la sazón, poco práctica.
Sin embargo y por contraste, la paliza que en este caso la Sra. Ripoll ha inflingido a la idea de España ha
sido de tal consideración, que no sería exagerado ni mucho menos desmedido
afirmar que duramente se restablecerá de sus efectos.
Porque si bien la Corona es un símbolo, resulta lícito
suponer que lo representado por la misma, su significado, ha de ser, en tanto que merecedor de ser representado,
mucho más importante que lo representado. Mas al contrario cuando el Estado
necesita atacarse a sí mismo para mantener supuestamente
intacta, la dignidad de aquello que es por naturaleza un símbolo, está
condenando indefectiblemente la condición de lo en sí mismo representado.
De esta manera, así como Michelotto empleó sus manos para
quitar la vida a Alfonso convencido de que un sacrificio resultaba
imprescindible para garantizar la prevalencia de los modelos existentes; es
como queda constituido el contexto actual en el que el desenfreno con el que el propio Estado se
practica la autolisis en forma de esa frase: “Hacienda somos todos” se corresponde a lo sumo con un slogan
publicitario de los años noventa, solo puede identificarse con los efectos
que una intoxicación produce en las
mentes de quienes una vez perdida la noción de su presente, no dudan en
sacrificar el destino de su futuro.
En consecuencia, el grado de desafección desde el que unos y
otros, en especial quienes tienen porque siempre han tenido algo que decir,
contemplan todo lo que está ocurriendo; me conduce a poder afirmar a ciencia
cierta que algo realmente gordo está a punto
de ocurrir. Tal vez y en realidad tratar de identificar la naturaleza de lo
que está por venir resulta algo tendencioso. Sin embargo a lo que sí que estoy
dispuesto a jugarme mis últimos euros es a que de lo que hoy por hoy constituye
nuestro presente, en menos tiempo del que podemos llegar a imaginar no quedará
ni el polvo…
Luis Jonás VEGAS VELASCO.