Prisioneros de nuestra propia falacia, víctimas
propiciatorias de nuestra propia deslealtad hacia lo que debería constituir
nuestra máxima obligación, a saber la que se conforma de aplicar el orden natural a ciertas cuestiones por
otro lado primarias, de las que se
desprende lo que una vez conocimos como la
manera lógica de entender la vida; naufragamos hoy una vez más, y sin duda
no será la última, en la vorágine en la que se ha convertido no tanto el vivir,
como sí más bien el ser capaces de dar
sentido a nuestra propia vida. Un sentido que paradójicamente, como tantas
otras cosas, no procede del en sí mismo
de las cosas, como sí más bien de la interpretación que para el mismo
seamos capaces de confeccionar.
Es así como entre paradojas y sutilezas, donde muchos no
vemos sino la enésima forma de flirteo para con la hipocresía, poco a poco
acaban por filtrarse los efectos, cuando no los procesos en sí mismos, a partir
de los cuales adquieren sentido no tanto los hechos que en sí mismo constituyen
la Realidad (el acceso a los mismos hace mucho tiempo que nos está vetado)
cuando sí más bien lo hacen los procesos a partir de los cuales podemos intuir,
nunca comprender, el contexto que acaba por conformar el actual presagio de realidad, dentro del cual queda más o menos
delimitado el contexto espacio-temporal que nos ha sido asignado, en el cual
recocemos lo que más o menos nos ha sido dado en llamar lo propio.
Es así que por no ser un mundo real, a lo sumo una vaga
intuición conformada a partir de la suma de retazos de recuerdos la mayoría de
los cuales ni siquiera podemos reconocer como propios, que podemos observar sin
el menor síntoma de estupefacción cómo cuestiones que otrora era de inferencia
indiscutible, como podría ser la Ley de
la Gravedad en el caso de un mundo vinculado esencialmente a lo físico, son en este caso no solo
obviados, sino manifiestamente vituperados,
sumiendo en una especie de sopor, en
una suerte de dulce sueño a todos
cuantos formamos parte del mismo, ya sea de manera consciente, o incluso como
por otro lado ocurre en la mayoría de los casos, inconsciente. De hecho, vivir
en la ignorancia y estar muerto se parecen en que nadie que lo sufre lo sabe,
si bien en ambos casos el dolor que causan a quienes comparten el hecho es
enorme.
Es así que dentro de esos mundos de Yuppie, o más concretamente a tenor de la filosofía que de los mismos ha de
elaborarse en pos de contar con una suerte de criterio que se traduzca primero
en una Tradición, destinada a parir con el tiempo una suerte de valía moral que actúe como
justificación; la paradoja, lejos de extinguirse, acaba más bien por erigirse
en patente de corso, destinada como
aquéllos a robar en nombre de otros, lo que en realidad nunca fue suyo en base
al buen derecho.
Es así como encontramos por ejemplo que donde otrora veíamos
actos innobles, carentes pues de resonancia ética, propensos por ende a ser
reconocidos y tachados por ello de inmorales,
hemos ahora de, en un misterioso giro
del destino, tragarnos los que por entonces fueron procederes antagónicos,
para asumir ahora su nueva condición de precursores.
Nos burlábamos de los países que no tenían Historia. Perseguíamos hasta la extenuación a los tiranos cuando no reyezuelos que envidiosos, ponían precio a nuestra rica y extensa
Cultura (de ser hoy el precio lo pondríamos nosotros mismos) capaces entonces
de mirar por encima del hombro a casi
cualquiera que se nos pusiera por delante
(o por detrás) víctimas cuando no verdugos de una manera de entender la
vida que entonces por poco adecuada, no sería hoy de mejor gusto.
Y es entonces que hoy hemos de enfrentarnos con nuestro
presente, herido quién sabe si de muerte. Nos reímos una vez del pasado de
otros. Pisoteamos no solo con indolencia, sin dudarlo con franca soberbia el
pasado que constituía el marco de actuación de otros, y todo tan solo para
comprobar como ha cambiado el cuento. Un
cuento que ha degenerado en drama, el que se constituye cuando un Pueblo no es
capaz de reconocerse en su presente. Quién sabe si porque solo reconoce en el
peso de su Historia, la mediocridad de un presente lapso.
Ex-ministros de pacotilla. Ídolos con los pies de barro.
Ex-presidentes ga-ga´s. Dirigentes
que se jactan de su mediocridad amparados ellos en la beligerancia propia del
que incapaz de responder a su oponente, ha de vituperarle. En definitiva, un suma y sigue cuya continuidad amenaza
con hacer saltar por los aires cualquier vestigio de sentido que le quede al
presente, cualquier recaudo que a la lógica le quede, en pos con ello de
convencernos de que finalmente ya nada queda por hacer, y todo porque siguiendo
la vieja ecuación con la que los listos
manejan a los idiotas: Tú no pienses, que ya pienso yo por ti.
Nerón dotó de privilegios a su caballo. Intuir las
consecuencias de tamaño hecho nos sobrecoge. Sin embargo, ser testigos de
procesos carentes del menor sentido común, cuando no del menor viso de
humanidad, como pueden ser la venta de
preferentes, o la manipulación voluntaria de cláusulas suelos en pos de facilitar desahucios que han terminado
por traducirse en el nuevo ejercicio de la especulación, lejos de
sorprendernos, vuelve a despertar en nosotros un tufillo ya casi olvidado, en
el que se reconocen tonos cercanos a los de la admiración.
Al final, incapaces no ya de reconocer nuestra imagen en el
espejo cuando sí más bien de generar en nuestra mente el simbolismo propio
competente para reconocernos en el mismo; que hemos de asumir como una derrota
lo que jamás habrá de pasar a la Historia como la victoria de otros.
Sencillamente porque algunos hechos son tan repulsivos, que no resulta lícito
que sean investidos con la pátina de victoria. Sencillamente porque tal hecho
arrebataría la lícita sensación de victoria que algún día esperemos, nuestros
actos puedan volver a ser llamados a protagonizar.
Hoy, mientras tanto, sintámonos orgullosos de ver en la
oscuridad que ya nos envuelve, la constatación fehaciente de que hemos
sobrevivido a la que hoy es la más dura de las pruebas, la que ante nosotros se
presenta cada nuevo día.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.