El Nuevo Año ha llegado, aunque en realidad, las sensaciones
precedentes y que en principio deberían de constituir el catálogo de certezas
destinadas a confirmar tal hecho se alejan bastante de las que en principio y
en buena lógica uno esgrimiría a la hora de poder decir, sin albergar la menor
duda, que efectivamente, hemos llegado.
De hecho, si tenemos la paciencia suficiente para dejar que
los últimos recuerdos que la Nochevieja dejó en nosotros, ya fueran éstos en
forma de deleitosas burbujas de espumoso, o de patéticas manchas en nuestras
corbatas, dejen paso a la tediosa aunque no por ello menos contumaz realidad,
comprobaremos hasta qué punto la posición de nuestro presente sigue siendo más
fácil de identificar acudiendo a los faros previsores de la Historia, esto es
por medio de las certezas que proporciona el pasado; que a través de las
ensoñaciones propias de un auténtico precursor,
o lo que viene a ser lo mismo exponiéndonos al exceso de categorización, o
quién sabe si de excesiva exposición a los ¿cavas? bajo cuya influencia bien
podría hallarse hoy mismo nuestro querido y tal vez nunca por ello en forma
adecuada ponderado Ministro de Economía, Sr de Guindos; el cual ha tenido a
bien hacer un alto en el camino para precisamente marcarnos el camino a todos aquellos que aún hoy aspiren a ganarse
el cielo por medio del Patriotismo.
Pero como ciertamente el
uno no me pone, y lo otro me desasosiega, prefiero una vez más retroceder
aunque solo sea un instante en pos
de, en el caso que nos ocupa, las declaraciones con las que se nos regaló el Sr. Presidente, con
motivo de lo que algunos llaman balance, yo prefiero ciertamente el término plañida al viento en pos del desasosiego de
los justos; en la que buscar quién sabe qué, a lo sumo el perdón a través
del consabido mal de muchos…
De patético, vacuo, y altamente insubstancial, en este caso
en obvia correspondencia para con su artífice, son términos bajo los que bien
podríamos encomiar el mencionado discurso. Sin embargo, una aberrante
confabulación labrada en este caso entre un comentario efectuado por el Sr.
Presidente, y la aberrante interpretación que del mismo lleva a cabo un
¿Periodista? me llevan hoy a necesitar desarrollar una vez más de forma escrita
mis pensamientos, con la salvaguarda propia de esperar que la reordenación de
ideas que ello requiere, me permita acceder a una perspectiva la cual hasta
este momento me ha sido vetada.
Habló así D. Mariano Rajoy de Adanismo; y fue así que el dilatado
periodista tuvo a bien decorar su crónica
afirmando ni corto ni perezoso que el Sr. Presidente había tratado de
explicitar su razonamiento por medio de la interpolación de una metáfora bíblica.
Cierto es que conociendo al gallego, y en especial desde la perspectiva que nos proporciona el
poder constatar con hechos la absoluta falta de vergüenza con la que se define
cuando trata de integrar en una función distinta de cero la representación del
conocimiento político que nos atribuye a todos los que no pensamos como él, lo
cierto es que a partir de las afirmaciones a menudo vertidas por un buen amigo
el cual afirma que la Carrera de
Periodismo aporta un mar de conocimientos, de no más de un centímetro de
profundidad, lo cierto es que yo aspiraba a merecer por parte del
periodista un análisis un poco más
trabajado, en relación tanto a las palabras del gallego como por supuesto a sus consecuencias directas.
Constituye el Adanismo
una de las corrientes procedimentales más importantes de cuantas en materia
sociológica confluyen en relación a describir los efectos que el esencialismo regeneracionista tienen
para España.
En términos netamente prácticos, el Adanismo se integra como corriente de pensamiento fácilmente
esgrimible en el contexto de las interpretaciones regeneracionistas a las que
tan proclives ha sido la fecunda tradición española, auspiciada por el no menos
co-substancial patetismo endémico del
que hace gala la Tradición Española.
Ubicado en los preceptos conceptuales propios de los Dos 98’s de los que ha hecho gala
España, y que se consignan uno a la muerte de Felipe II, y el otro tras la Pérdida de las Colonias; lo cierto es
que ambos tienen en común, cuando no redundan, en la escenificación previa de
un escenario patético en el cual no
se trata ya de que no se encuentre solución posible a los problemas, sino que
más bien se ataca de manera desmedida el problema de las esencias españolas.
Surge así el Nuevo
Adán. A saber, personaje en este caso netamente
precursor toda vez que niega cualquier vínculo con el pasado, aparentemente
convencido no tanto de la imposibilidad de encontrar en ese pasado ni siquiera
un principio de salvaguarda de sus perdidos valores; como sí más bien de una
certeza según la cual es en ese mismo pasado donde se reúnen los principios de
todos sus supuestos males.
Convergemos así hacia un peligroso modelo de
Regeneracionismo en el que, al contrario de lo que sucedía en el original, de
marcado carácter francés, y por ende revolucionario
y buscador del Hombre Ilustrado, preferimos apostar por un Regeneracionismo
casposo, que nace castrado de origen toda vez que si bien
promueve el cambio existencial (parece saber definir un nuevo Modelo de Español) lo hace no obstante
modificando los principios del Adán
propiamente dicho, que se esconden detrás del consabido “detrás de mí, el.
Diluvio”; por una forma recatada aunque no por ello menos rancia de “Salvador de la Patria.”
Pero tal y como afirma otro buen amigo: No se puede hacer tortilla sin cascar huevos. Y a día de hoy no
hemos encontrado el modo de restaurar a
su estado original los mencionados huevos si una vez iniciado el proceso de
elaboración de la tortilla, los comensales cambian de idea en relación a lo que
quieren comer.
Es por ello que, y sin que sin de mis palabras haya de
extraerse ninguna suerte de cobardía, creo sinceramente que será para todos lo
mejor no comenzar con la elaboración del menú hasta que todos los comensales
tengan claro el menú que desean degustar.
Así, de paso, a lo mejor encontramos un cocinero de verdad.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.