Pasan los días, las semanas, incluso los meses. Los años se
aproximan, constituyendo con ello un escenario en el que, de manera
absolutamente desquiciante, solo los méritos del agorero son los que reciben
crédito. Los motivos son tan a la par, evidentes. La bendita crisis, excusa de incompetencias para unos, resultado de
conductas impropias para otros, acude de nuevo para extender el que parece ser
beatífico manto, no en vano todo lo cura, y permitir que unos y otros sigan su
camino.
Pero es precisamente de ahí, de contemplar el camino, su
estado, su composición, y por supuesto su destino; de donde a estas alturas
podemos ir extrayendo sin duda alguna la idea de que, muy a pesar de algunos,
esta crisis ha resultado cuanto más, definitiva.
La fruta verde ha madurado, la madura se ha caído y la que
permanecía en el suelo, a la espera de ser recogida, se ha podrido para
siempre. Y ha sido así que su esencia, antaño magnífica, se ha visto ahora
contagiada de la ponzoña propia de los que han visto demasiado sufrimiento,
pasando a convertirse en meros transmisores, en replicantes de todo aquello
contra lo que no hace tanto, luchaban con enconado esfuerzo.
Y no es esto lo peor. En su ciclo vital, la lluvia, ácida a
la par que radiactiva, como pocas, ha impulsado ese veneno hacia el interior de
la que hasta hace no mucho fuera tierra más que fértil, convirtiéndola ahora en
poco más que en lodos de cementerio, propensos
tan solo a incubar en su seno las eternas promesas de los cipreses que, como eternas
plañideras, irrumpen hacia el altísimo sus súplicas, en la vana espera de
encontrar respuesta.
Y es pues, en semejante terreno, ante todo abonado, donde una vez más hemos de
lanzar, aun a riesgo de resultar estridentes, el canto de los que a base de
circunscribir el pasado, pueden anticipar la realidad del futuro.
Una vez ha quedado claro que no son tiempos proclives para
la originalidad, en ninguna de sus vertientes, parece pues evidente venir a
constatar que ahora más que nunca, corren
malos tiempos para poner nada nuevo bajo el sol. Observando así mismo a
nuestro alrededor, no hace falta ser un
lince para constatar que hoy por hoy, la réplica es lo que vende. La
originalidad, o más concretamente la responsabilidad que lleva aparejada cada
acción novedosa aparece marcada a fugo con una serie de consignas que la llevan
a ser considerada como poco recomendable.
Ante semejante panorama, no hace falta citar de memoria la infausta
Reforma Agraria , para constatar que,
miremos donde miremos, solo vemos tierra yerma.
Las otrora innovadoras técnicas de labranza, se han visto
superadas por la reconciliación para con el extinto barbecho. Las antiguas
inversiones en proyectos hídricos, se han visto desbordados por la recuperación
de las exiguas norias. ¡Ahora lo único que sobran son burros dispuestos a girar
en su derredor!
Y la consecuencia inherente, y quién sabe si el ingrediente
que ha forjado los cimientos de la crisis. El hombre se ha visto privado de sus
sueños. La constatación evidente de tal hecho, el haber vuelto de la
agricultura de excedente, en la que uno tenía aspiraciones; a la economía de
subsistencia, en la que sobrevivir al nuevo día constituye, en sí mismo, todo
un reto.
Y será así que, la salida de la crisis, lenta, e inexorable,
no será en realidad contemplada por ninguno de nosotros. No porque
cronológicamente no la
sobrevivamos. Más bien será porque, como dijo el sempiterno
filósofo alemán “…es así que nadie que se
asoma al precipicio puede en realidad esperar que el precipicio no se mire
también en él.”
El sol, sin duda, seguirá saliendo. De los árboles, en
otoño, seguirán desprendiéndose las hojas. E incluso algún pajarillo incauto
osará entonar su vespertino canto mas…¿Quedará no obstante alguien racional
para escucharlo?
No digo ya para valorarlo.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.