El invierno se acerca, y será
inmisericorde con los débiles. Y lo será con los pobres de espíritu, y con los
desangelados. Lo será con los olvidadizos, con los que nunca tuvieron nada que
recordar, porque en realidad nunca comprendieron nada, por eso nunca fueron
dueños de nada.
El invierno se acerca, y por primera
vez hará de la sorpresa otra de sus armas. Como hace ya muchos años, se aproxima
desde las altas montañas, arrastrando consigo, o más bien tras de sí, los
gélidos aires de las altas cumbres, aquellas que, en su soledad, son las
primeras en ser bañadas por la claridad que preconiza el primer rayo del alba,
y paradójicamente, o tal vez no, son las últimas en abandonar el cálido
recuerdo que supone ya el último rayo vespertino.
La sorpresa, que procede de la
certeza de comprobar cómo de nuevo, el invierno se acerca, al acecho, buscando
a su presa. Una presa a la que acecha, haciendo de la calma que proporciona la
confianza de la ignorancia, nada menos que su mejor aliada.
Son los libros la forma que adopta el alma, por ello son el refugio del
pensamiento. Pensamiento,
lo único que en última instancia nos sirve no sólo para diferenciarnos de los
animales, sino más bien para reconocernos entre nosotros.
El Pensamientos nos hace lo que
somos, en la medida en que nos sirve para reconocernos a nosotros mismos. Tal
vez porque aporta luz sobre los esos únicos conceptos que en realidad nos diferencian,
a saber Libertad, Humanidad, Capacidad de Raciocinio. Pero también, y
seguramente en no menor aspecto, Humildad y Empatía.
Y es ahí precisamente donde emerge
la ideología, no ya como elemento de
disensión o enfrentamiento, sino más bien como instrumento dialéctico, capaz de
lograr, a través de sí mismo y por supuesto de la discusión que le viene
agregada, la regeneración no ya sólo del pensamiento, sino incluso de la mente
de la que el mismo procede, aunque ésta en alguna ocasión se viera afectada,
dañada, o incluso laminada.
Tal y como Manuel AZAÑA legó en uno
de sus más importantes discursos: “…así
bastará tan sólo con que una generación de españoles logre vivir en Libertad,
para que ya nadie pueda arrebatarles nunca su tesoro. Un tesoro inalienable, en
forma de sensaciones, emotividades y sueños.”
Y ahí es precisamente donde subyace
el valor de la ideología. Ni más ni
menos que en su neta condición de pensamiento. Constituye la ideología el más
extenso de los campos en los que puede moverse cualquier forma de pensamiento,
en la medida en que en la misma coincide la carga objetiva del raciocinio, con
la propensión subjetiva de las emotividades. Y eso es precisamente lo que la
vuelve tan fuerte, indestructible; precisamente el hecho de saber que, una vez
abocado a los momentos importantes, el hombre se mueve por pasiones, por
emotividades, en definitiva por emotividades.
Tal vez por todo ello, los
desangelados, los déspotas, los desairados. Los enemigos de los sueños,
empeñados entonces en arrebatarnos al resto la capacidad de soñar. Pero también
los cobardes, los déspotas, los intransigentes y plañideros; los que no pueden
argüir ignorancia en su pliego de
descargo. En definitiva, los que llevan casi ochenta años aletargados,
esperando la llamada, han interpretado el mensaje.
No se trata ya de que hayan
despertado, ni siquiera de que lo hayan hecho con la fuerza con la que lo han
hecho. Se trata más bien de la desesperación que provoca el saber que de nuevo,
las mismas técnicas, las mismas estrategias, rancias como ellos, van a
volverles a ser netamente útiles. Y desgraciadamente todo ello porque
igualmente los demás, han repetido, en este caso, los mismos errores.
De nuevo hemos olvidado, y a cambio
les hemos permitido no tener que recordar. Y en el tiempo y en el espacio que
algunos tuvimos la esperanza de poder recuperar, cuando menos para el bien
común, ellos han vuelto a sembrar, poco a poco, las semillas de la herrumbre,
de la desconfianza y del miedo. Siempre semillas de crecimiento lento, de nuevo
como confirmación de que ellos gozan de todo el tiempo del mundo.
Y así, de la ponzoña han recogido la
primera cosecha. Una cosecha que se ha traducido en la tan traída y llevada crisis. Una crisis que, en sus más
diversas acepciones, no hace sino esconder un hecho a ultranza, la certeza que
se cierne sobre nosotros de que, inevitablemente, nada volverá a ser nunca más
como lo conocimos.
Nosotros somos responsables.
Estábamos obligados a cuidar de esa primera
generación. Desgraciadamente hemos fracasado.
El invierno se acerca, y en esta
ocasión no hay otoño, que nos ayude a camuflarlo.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.